El sueño es un proceso enigmático donde se ponen en marcha muchos mecanismos cerebrales y de los que se conoce muy poco. El ser humano pasa alrededor de la tercera parte de su vida durmiendo y mientras lo hacemos es posible experimentar sueños, a veces tan vívidos, que pueden llegar a ser difícil distinguirlos de la realidad.
En 1846 se produce la primera demostración pública de la anestesia por parte de William Morton. Hasta entonces, la cirugía y el dolor siempre habían ido de la mano. Uno no existía sin el otro. Por esto mismo, el descubrimiento de la anestesia es una de las grandes revoluciones en la historia del ser humano.
Hemos pasado en relativamente pocos años de sufrir durante la intervención quirúrgica a que te induzcan un agradable sueño que haga tu paso por quirófano poco traumático.
La idea de poder inducir un sueño, sin embargo, es mucho más antigua. Es habitual encontrarnos personajes mitológicos relacionados con el sueño cuando estudiamos culturas antiguas. Si nos remontamos al libro de Génesis 2:21, podemos encontrar una referencia similar al sueño anestésico: “Entonces el Señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió; y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar”. De lo anterior podemos observar que desde la antigüedad existe la idea, o el deseo, de que la inducción de un sueño profundo es una condición indispensable para la realización de un procedimiento quirúrgico doloroso con éxito.
Desde entonces muchos misterios y miedos se han relacionado con la anestesia. El hecho de perder el control sobre nuestro propio cuerpo es lo que hace a la anestesia tan misteriosa y temida para la población general.
De entre todos los misterios que la rodean, uno muy repetitivo es si durante una anestesia general se sueña.
¿La anestesia es igual que el sueño natural?
La razón es la gran semejanza que hay a simple vista entre estar anestesiado y estar dormido. En ambos estados el paciente tiene una disminución del nivel de consciencia de carácter reversible, aparenta estar relajado y con los reflejos disminuidos. Además, ambos procesos tienen fases y predominancia de un tipo de ondas cerebrales parecidas. Pero, ¿la anestesia es igual que el sueño natural? Es una pregunta muy recurrente entre nuestros pacientes y la respuesta es que no.
El sueño es un estado natural recurrente que se caracteriza por la disminución o ausencia de la consciencia, de actividad sensorial e inactividad de casi todos los músculos voluntarios. Cuando uno es sometido a una anestesia general lo que se le induce mediante fármacos es un estado de coma (nivel de consciencia muy disminuido), analgesia (sin dolor) y, normalmente, relajación neuromuscular (paralizado). Por lo tanto, estar anestesiado no es lo mismo que estar dormido.
Es fácil entender la diferencia si uno piensa que sería totalmente imposible aprovechar el sueño nocturno de una persona para realizarle una intervención quirúrgica sin despertarle.
El sueño natural se divide en sueño REM y no REM. El primero hace referencia a un estado donde existe aumento de la actividad cerebral, se experimentan movimientos oculares irregulares, pérdida de tono muscular y fluctuación en las constantes como la frecuencia cardiaca y la tensión arterial.
Es en el sueño REM donde los sueños son más realistas, más vívidos, y más difíciles de diferenciar de la realidad.
En contraposición, el sueño no REM es de carácter profundo y reparador, con disminución de la presión sanguínea y tono vascular, y los sueños, que se producen con menos frecuencia, suelen ser menos vívidos.
Cada vez que dormimos pasamos por muchas etapas en las que estos dos tipos de sueño se van alternando, siendo ambas necesarias desde el punto de vista biológico.
Anestesia general y sueño no REM
El avance de la ciencia ha podido determinar que durante una anestesia general con adecuada profundidad se asemeja bastante al sueño no REM, razón por la que, a priori, pensaríamos que no es tan frecuente soñar durante el acto quirúrgico. La realidad es que soñar durante la anestesia es posible pero condicionado a unas características relacionadas con la técnica anestésica utilizada por el anestesiólogo y de ciertas características propias del paciente.
En la práctica lo que vemos es que los pacientes refieren haber soñado durante la anestesia con relativa frecuencia (10-36%). Se sabe muy poco sobre cuándo y cómo se generan, pero son similares a los del sueño habitual y en general los suelen describir como una experiencia placentera.
Parece que los pacientes jóvenes, de sexo femenino y que hayan recibido ketamina durante la anestesia son los que más probabilidades tienen de soñar. También predispone a los sueños el uso de agentes anestésicos intravenosos en lugar de inhalatorios y recibir una anestesia superficial (más próximo a estar despierto).
Aunque seguimos sin conocer si el mecanismo neural por el que se sueña durante la anestesia es comparable al del sueño natural, parece que el estado emocional puede afectar al contenido de los sueños en las dos situaciones. Hay estudios que demuestran que pacientes con ansiedad o depresión tienen más riesgo de tener sueños con contenido negativo o desagradable.
A raíz de estos estudios, es frecuente en quirófano escuchar al anestesiólogo antes de iniciar la anestesia pedir al paciente que piense en algo agradable, un hobby o unas vacaciones. Cuando el paciente se queda dormido tranquilo y pensando en algo agradable es más probable que sueñe algo agradable y que el despertar sea también de esas características. En cambio, si el inicio de la anestesia se caracteriza por nerviosismo, preocupación o malestar, el despertar puede ser similar.
Muchos de los sueños que relatan los pacientes tienen que ver con reuniones sociales y experiencias sensoriales como haber oído ruidos similares a los que pueden escucharse en quirófano (gente hablando, sonidos electrónicos, etc). Esto sembró la duda de si los sueños durante la anestesia se producen cuando el paciente está insuficientemente anestesiado. Se cree que este tipo de sueño se producen poco antes del despertar de la anestesia pero en cualquier caso los estudios no confirman esta idea. De hecho, en otros estudios se valoró la relación entre la profundidad anestésica (utilizando los valores de un dispositivo que utilizamos los anestesiólogos para saber cómo de dormido está nuestro paciente) y los sueños, y lo que se observó fue que hacía falta cierta profundidad anestésica para poder soñar. Es decir, un paciente con poca dosis de anestesia no va a ser capaz de soñar.
Lo que está claro es que a lo largo de la historia de la humanidad el sueño ha sido un misterio y continúa siéndolo. La anestesia nació hace menos de 200 años revolucionando el mundo médico al eliminar el dolor de millones de personas y, sin embargo, todavía nos queda mucho por saber. Quizás nunca lleguemos a comprender totalmente lo que ocurre en nuestro cerebro durante el sueño y durante la anestesia pero, bajo nuestro punto de vista, cierto halo de misterio hace nuestra profesión mucho más bonita.