La vista, entre el resto de los sentidos, ha sido siempre uno de los que más preocupación e interés ha suscitado en la población, ya que se trata de uno de los instrumentos más valiosos que poseemos y al que más importancia le damos en la vida cotidiana.
Pero, ¿debemos preocuparnos por todos los síntomas que afectan a nuestros ojos? ¿Es lo mismo que veamos que algo nos pasa en los ojos que notar que algo le pasa a la vista? Ésta es la pregunta más importante que deberemos hacernos, y para eso tenemos que tener claro, antes que nada, qué claves nos pueden ayudar a distinguir la franja que separa una patología de poca importancia de la que realmente reviste gravedad.
El enrojecimiento ocular es la respuesta típica a una gran cantidad de afecciones. Junto con el dolor ocular es una llamada de atención hacia una alteración de la superficie de nuestros ojos.
En función de los síntomas que acompañan a un enrojecimiento deberíamos orientarnos hacia distintas enfermedades. Es fundamental en el diagnóstico la presencia o ausencia de dolor, ya que, patologías serias que podrían amenazar nuestra visión son por regla general indoloras.
Otro rasgo importante en el diagnóstico es conocer si la afectación ocular es bilateral (lo cual nos orientaría sobre todo hacia un proceso vírico infeccioso) o si por el contrario se limita a un solo ojo.
En definitiva, el cuadro acompañante muchas veces, puede ser un importante aliado a la hora de reconocer en un momento determinado si la lesión de nuestros ojos reviste o no gravedad, para así poner cuanto antes una solución, sobre todo cuando ésta es urgente.
En principio, cualquier enfermedad ocular que presente los típicos síntomas, tan frecuentes y tan molestos, como enrojecimiento de los ojos, picor, sensación de roce, legañas que impiden la apertura de los párpados y un cuadro de inflamación palpebral, con o sin dolor, no debería alarmarnos, ya que, posiblemente, sea sólo la superficie de nuestros ojos la que se vea afectada por un problema transitorio y fácilmente tratable.
Por ejemplo, un cuadro que empieza por un ojo y acaba afectando al otro, sobre todo cuando existen familiares con el mismo problema, indicaría un problema vírico contagioso que, independientemente de que sea o no tratado, va a acabar remitiendo. Cuando ese enrojecimiento es bilateral pero no se acompaña de legañas ni existe un conocido afectado, sino que se presenta con un picor intenso, frecuentemente asociado a estornudos y congestión nasal, deberíamos sospechar un cuadro de conjuntivitis alérgica, sobre todo si este aparece (aunque no de forma exclusiva) durante la época de primavera. Este cuadro también es más frecuente en aquellas personas que presentan cuadros de alergia de base (por ejemplo frente al polen y al polvo).
Pero sería distinto si este enrojecimiento fuese casi diario y aumentara a lo largo del día o en tareas que requieran de una fuerte atención visual (leer, coser, trabajar con el ordenador…) y se acompañe de una sensación constante de «arenillas» y picor leve en uno o los dos ojos. En este caso, posiblemente haya que descartar un cuadro de ojo seco secundario, y atribuirlo en la mayoría de los casos a un problema del borde de los párpados conocido como blefaritis, y que se trata de un problema crónico leve pero muy molesto. En este cuadro existe un exceso de secreción de grasa por parte de las glándulas que poseemos en el borde libre palpebral, y que consiguen que la lágrima, cuya única función es proteger al ojo, se vuelva una potencial «enemiga», que deja desprotegida nuestra superficie ocular. En este caso, una adecuada higiene con jabones específicos, así como el uso continuado de lágrimas artificiales, puede ser suficiente para combatir un cuadro que, no por ser leve, deja de ser tremendamente molesto.
Un problema más serio y que es necesario consultar con rapidez, se produce cuando todos los síntomas descritos se presentan en una persona portadora de lentes de contacto. En estos casos, nunca deberíamos tratar los ojos sin saber que es lo que realmente ocurre, ya que existen cuadros infecciosos e inflamatorios graves que se pueden asociar a esta situación.
Estas breves pinceladas del mundo de la oftalmología puede ser que nos hayan ayudado a conocer y cuidar uno de los sentidos más valiosos de los que disponemos. Pero no deberíamos concluir este tema sin recordar la función principal de nuestros ojos, la vista. Por ello, es muy importante ser conscientes de que aparte de las enfermedades de la superficie ocular que vemos diariamente, que no suelen afectar a la visión y que por regla general son fácilmente tratables, existen otras enfermedades que cursan con una pérdida visual y que sí requieren una atención urgente.
Una pérdida repentina de visión, que normalmente sólo afecte a un ojo, y sobre todo cuando no se acompaña de ningún otro síntoma, es un motivo de consulta urgente que no debería demorarse bajo ningún concepto. Cuando, por el contrario, esta pérdida es gradual y asintomática, deberemos orientarnos hacia algún proceso evolutivo como las cataratas, que revisten menor gravedad, por lo que, aun siendo necesaria la consulta con el especialista para encontrar un remedio y descartar que el proceso degenerativo pueda estar afectando al área principal de visión (degeneración macular asociada a la edad), no necesita realizarse de forma urgente.