A pesar de que el alcohol está reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una droga, “sustancia que, al introducirla en el organismo, produce en el individuo modificaciones en su estado psíquico”, su uso está ampliamente extendido.
Son pocas las personas que practican la abstinencia de forma habitual, la edad de inicio es cada vez menor, y entre los grupos más jóvenes predomina el consumo en forma de atracón en detrimento del consumo regular.
Entre las personas que consumen alcohol, un pequeño porcentaje desarrollará alcoholismo. Este se entiende como una enfermedad física y psicoemocional que se manifiesta por una preocupación excesiva por el alcohol, pérdida de control al beber, una actitud autodestructiva en las relaciones interpersonales, y que tiene importantes efectos nocivos sobre la salud física y psíquica.
Los factores de riesgo para su desarrollo son variados, incluyendo predisponentes genéticos no bien conocidos; psicológicos, como la labilidad afectiva o la falta de habilidades de afrontamiento ante la dificultad; y ambientales, como el tipo de oferta, la disponibilidad, el precio, la presión social o la publicidad. El papel de la familia también es determinante, ya que el aprendizaje temprano de estas conductas aumenta en gran medida el riesgo de abuso (riesgo 25% mayor si se tiene una progenitor alcohólico, 50% mayor si ambos lo son).
¿Cómo saber si mi consumo de alcohol es perjudicial?
Para estratificar el consumo de alcohol, éste se estandariza según los gramos ingeridos. El consumo se considera de riesgo en hombres si supera los 40 gramos de alcohol diario o los 280 gramos semanales, mientras que en mujeres lo es si supera los 20 gramos de alcohol diario o los 170 gramos semanales. Como cálculo aproximado, 10 gramos de alcohol equivalen a una cerveza o un vaso pequeño de vino. Un combinado (“cubata”) equivaldría a 20 gramos.
¿Significa eso que soy alcohólico?
El practicar un consumo perjudicial de alcohol tiene incontables efectos nocivos sobre la salud, pero no implica necesariamente padecer alcoholismo. Para ello se considera que debe existir dependencia, definida como un estado de malestar físico y psicológico que aparece al cesar o disminuir determinado consumo o conducta, y que deriva en que la persona lo mantenga a pesar de los efectos evidentes sobre la salud y su entorno.
Existen distintos cuestionarios que evalúan el grado de dependencia al alcohol. El más sencillo consta de 4 preguntas y funciona como un cribado que puede poner de manifiesto problemas de dependencia:
1. ¿Ha tenido usted alguna vez la impresión de que debería beber menos?
2. ¿Le ha molestado alguna vez la gente criticándole su forma de beber?
3. ¿Se ha sentido alguna vez mal o culpable por su costumbre de beber?
4. ¿Alguna vez lo primero que ha hecho por la mañana ha sido beber para calmar sus nervios o para librarse de una resaca?
Grosso modo, a mayor número de respuestas afirmativas se infiere un mayor grado de dependencia, aunque el diagnóstico de certeza debe realizarse por un profesional.
¿Qué efectos tiene el alcohol sobre el cuerpo?
El alcohol tiene múltiples efectos nocivos sobre el organismo, más allá de la esfera psicosocial. Entre los más importantes destacan los accidentes cardiovasculares (principal causa de muerte no accidental relacionada con el alcohol), la enfermedad hepática, la demencia precoz, y el riesgo aumentado de numerosos tipos de cáncer. En conjunto, es responsable del 6% de las muertes en Europa.
La afectación hepática, en forma de cirrosis y cáncer, es uno de sus efectos más conocidos. La cirrosis es el estadio más avanzado de la enfermedad del hígado, donde las células sanas son sustituidas por “cicatrices” que impiden su funcionamiento. Esto conlleva importantes complicaciones y una drástica disminución de la esperanza de vida.
El riesgo de desarrollar enfermedad hepática por alcohol depende de la edad de inicio del consumo, la cantidad consumida, el género (el sexo femenino tiene más riesgo de desarrollar complicaciones a igualdad de consumo), o la presencia de otros factores predisponentes como factores genéticos, obesidad, diabetes, tabaquismo, enfermedades autoinmunes o consumo de fármacos. Sus síntomas son muy variados y se manifiestan en estadios tardíos de la enfermedad. Por ello, las actuaciones deben dirigirse hacia la prevención y a la detección de estadios precoces, con el fin de evitar su progresión.
Afortunadamente, salvo en estadios muy avanzados, la abstinencia de alcohol puede revertir el daño y reducir significativamente la probabilidad de complicaciones. En otras palabras, nunca es tarde para dejar de beber. Llevar una dieta equilibrada evitando el exceso de grasas y azúcares, realizar ejercicio físico diario, y evitar el consumo de tóxicos, fármacos sin indicación médica o productos de herbolario son otras medidas que podemos llevar a cabo para reducir el riesgo.
¿Cómo puedo reducir o cesar el consumo?
Es muy importante saber que, cuando el nivel de dependencia es alto, el cese del consumo de alcohol no es tarea fácil. Al contrario de lo que pueda considerarse socialmente, las adicciones no son causa de la ausencia de fuerza de voluntad, sino que implican múltiples esferas que deben atenderse de forma conjunta por un profesional. Además, en el caso concreto del alcohol, el síndrome de abstinencia (síntomas psicológicos y físicos como temblor, sudoración, náuseas, malestar, insomnio o irritabilidad que aparecen al cesar o reducir el consumo) puede ser grave e incluso llegar a causar la muerte, por lo que en casos de consumo importante la desintoxicación debe realizarse bajo supervisión médica.
Como suele decirse popularmente, el primer paso es reconocer el problema, y el segundo, buscar el respaldo de un profesional. Figuras como los médicos de Atención Primaria pueden representar un primer eslabón en el proceso, ampliando la red posteriormente a psicólogos, psiquiatras y grupos de apoyo (familia, entorno social, o asociaciones como Alcohólicos Anónimos) que proporcionan un soporte inigualable en esta tarea.