Cuando hablamos del sueño infantil hacemos referencia tanto al periodo diurno como nocturno durante el cual los niños descansan. El sueño tiene un papel fundamental en el desarrollo y bienestar infantil; favorece los procesos de atención y memoria y ayuda a consolidar todo lo aprendido.
Es un aspecto que siempre preocupa y que es esencial para el bienestar de los padres y los hijos. Dormir mal provoca en las personas adultas mal humor, fallos de memoria, irritabilidad e incluso si la situación se prolonga en el tiempo, cuadros depresivos. En los niños se manifiesta con mayor irritabilidad e inquietud.
Síndrome del bebé zarandeado
Si combinamos estas dos situaciones se crea un ambiente que puede dar lugar a: dificultad de disfrutar de la relación paterno-filial, deterioro de las relaciones e incluso, en situaciones más extremas, pueden llevar a perder los nervios y que se produzca algún tipo de maltrato.
Un tipo de maltrato físico que a veces se desconoce o no es considerado por la gente como tal es el síndrome del bebé zarandeado. Este se produce cuando una persona agarra a un lactante con llanto incontrolado por el tórax y lo sacude bruscamente para que se calme, provocando un traumatismo intracraneal que conduce a un deterioro mental de intensidad variable, llegando en ocasiones a provocar lesiones y secuelas muy importantes en el sistema nervioso central. Por ello es muy importante entender que, al igual que otros procesos, como la adquisición del lenguaje o el aprendizaje de caminar, el sueño es un proceso que lo bebés van adquiriendo conforme su sistema nervioso va madurando, y lleva un tiempo presentar el patrón de los adultos.
Fases del sueño
Para entender como se va modificando el sueño a lo largo de los primeros años de vida, es necesario primero saber cuál es el patrón de un adulto.
El sueño se divide en dos grandes fases: sueño no REM o etapa de los movimientos oculares no rápidos y sueño REM o de los movimientos oculares rápidos.
La fase NO REM es el periodo durante el que se produce el descanso físico. Se divide en 4 subfases:
• FASE I: desde la vigilia hasta el sueño. Es un sueño ligero y de corta duración, durante el cual somos sensibles a nuestro entorno.
• FASE II: el sueño se hace más profundo.
• FASE III: es donde realmente descansamos. Si nos despertamos nos sentimos confusos. En esta fase tienen lugar los terrores nocturnos, el sonambulismo y la enuresis nocturna.
• ASE IV: en la que estamos profundamente dormidos.
La fase REM es la parte del descanso psíquico. Esta fase sirve sobre todo para consolidar la memoria, y retener u olvidar información. Es el momento en el que aparecen tanto los sueños como las pesadillas, y durante el cual no existe tono muscular.
Un ciclo de sueño lo componen el paso por todas o la mayoría de subfases no REM y el paso por la REM (que ocurre siempre después de la subfase no REM 2) dura entre 90-110 minutos. Después de ello se produce un “micro-despertar”, del que la persona no se acuerda al día siguiente, y se vuelve a dormir. En una noche se realizan unos 5-6 ciclos.
Sin embargo, estas fases no son iguales ni tienen la misma duración a lo largo de las distintas edades.
Evolución al sueño REM
El sueño aparece en la etapa prenatal. A partir del 6º mes de gestación el feto ya experimenta una fase de sueño activo dentro del vientre materno, que evolucionará al sueño REM al nacer. Este sueño sirve de ayuda a la maduración del sistema nervioso. A partir del 7º mes aparece un sueño tranquilo, que se convertirá en el sueño no REM.
De los 0 a los 3 meses se caracteriza por ser un sueño:
• Bifásico: solo se compone de dos fases (sueño REM y sueño lento). Cada ciclo dura unos 50-60 min. Esto le permite el alimentarse de forma continua, evitando así hipoglucemias; así como mantener al cuidador cerca y estar en contacto con su entorno.
• Ultradiano y polisecuencial: en esta etapa todavía no distinguen entre día y noche, duermen una media de 16-20 horas diarias.
Además, durante esta etapa inician el sueño directamente en fase REM, puesto que es la que ayuda a asimilar y organizar todo lo aprendido y ayuda a la maduración del sistema nervioso.
Durante la etapa de los 4 a los 6 meses se producen grandes cambios. Comienzan a regularse los procesos de melatonina, cortisol y temperatura, y con ellos empieza a regularse el ritmo circadiano de sueño-vigilia. Por otro lado, aparecen también las fases del sueño del adulto, pero como hemos comentado al principio, el sueño es un proceso madurativo, y esto implica que van a tardar un tiempo en adquirir el patrón del adulto. Al principio tendrán un “periodo de adaptación”, en el cual se despertarán en cada microdespertar. Esta es una de las causas por las que bebés que hasta los 3-4 meses han estado durmiendo bien, comienzan a dormir peor y despertarse más veces, es todo parte de un proceso de maduración.
Crear rutinas de sueño
Es un buen momento para empezar a crear rutinas de sueño.
A partir de los 6 meses comienza el sentimiento de extrañeza, por lo que intentan alargar la hora de irse a dormir, porque saben que es un momento de separación con sus figuras de apego. Empiezan a tener más ajustado el ritmo sueño-vigilia, realizando 1-2 siestas diurnas y periodos más largos durante la noche. Y, además, con el inicio de la alimentación complementaria, empiezan a necesitar menos lactancia por la noche.
Es muy importante tener creadas sus rutinas de sueño con las que ir disminuyendo la actividad y la estimulación, y que sepa que se acerca el momento de dormir.
Desde los 2 hasta los 5 años, irán alargando progresivamente las horas de sueño nocturno e irán despareciendo las siestas diurnas. A partir de los 5-6 años adquieren ya el patrón adulto.
La adquisición de un patrón adulto estará influenciada primero por el ritmo de maduración del niño y por otros aspectos como: su forma de ser, si es más nervioso o más tranquilo; el ambiente familiar, que sea relajado y con unas rutinas o un ambiente más tenso. Sin embargo, como cualquier proceso madurativo (caminar, hablar, comer…), cada uno a su ritmo, lo acabarán alcanzando.
AUTORES
Ana Isabel Lorda Cobos, Paula Manero Montañés, Cristina López Vidal y Cristina Genzor Ríos.
Enfermeras Internas Residentes (EIR). Pediatría Hospital Materno Infantil Miguel Servet