El dolor de espalda (dolor lumbar) es uno de los problemas de salud con mayor incidencia en la población mundial. La prevalencia mundial del dolor lumbar se sitúa en torno al 12% y se prevé que irá en aumento debido al envejecimiento de la población.
La clave de esta elevada tasa de recurrencia parece ser haber sufrido un episodio anterior: la mitad de los pacientes vuelven a sufrir un nuevo episodio de dolor lumbar un año después de haberse recuperado de un episodio anterior. Por lo tanto, el papel de la prevención, entendiendo la prevención como la disminución de episodios agudos durante un año o la reducción del nivel de incapacidad funcional de dichos episodios, se ha convertido en un aspecto fundamental para el manejo del dolor lumbar.
En contraste con el gran número de estudios que evalúan tratamientos para el dolor lumbar, la evidencia respecto a la prevención primaria (acciones sanitarias encaminadas a evitar el inicio o aparición de una dolencia) es inadecuada.
La mayoría de las intervenciones para prevenir el dolor lumbar (como por ejemplo: educación en el lugar de trabajo, mobiliario ergonómico, colchones, cinturones para la espalda) carecen de una base empírica sólida. Además, el dolor lumbar comprende diferentes aspectos, como son el factor mecánico (manejo de cargas pesadas, sedestación prolongada, personal (edad, IMC, condición física), factores fisiológicos (procesos inflamatorios), factores psicológicos (estrés, ansiedad, depresión) y factores socioculturales (nivel educacional, estatus social), por lo que una intervención dirigida únicamente a uno de estos factores no resultaría satisfactoria.
Las últimas directrices en torno a este problema de salud fomentan los tratamientos activos que abordan factores psicosociales y se centran en la mejora de la función. Así pues, la práctica de ejercicio físico junto con la educación ha demostrado actualmente ser la herramienta más eficaz en reducir el riesgo de sufrir un nuevo episodio de dolor lumbar a corto plazo.