Hernia discal lumbar: una guía clara para entenderla y afrontarla


César Muñiz Argüelles y Bakarne Apaolaza Bereciartu. Médicos Internos Residentes de Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor. Hospital Universitario de Navarra. Carla Lobón Jiménez. FEA Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor. Hospital Universitario de Navarra

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El dolor lumbar es una de las principales causas de consulta médica y baja laboral en todo el mundo. Puede surgir tras un mal gesto, al levantar peso, o incluso sin una causa evidente. En muchos casos, se asocia con dolor irradiado a la pierna —como un calambre o corriente eléctrica persistente—, lo que lleva al diagnóstico frecuente de hernia discal.

¿Qué es una hernia discal?

La columna vertebral está formada por vértebras separadas por discos intervertebrales. Estos discos actúan como amortiguadores, permitiendo que la espalda se flexione y rote. Cada disco tiene un centro blando y una envoltura resistente. Con el tiempo, o tras un esfuerzo, esta envoltura puede debilitarse o romperse, provocando que parte del núcleo se desplace y presione raíces nerviosas cercanas. Esta presión genera dolor en la zona lumbar o a lo largo del trayecto del nervio, especialmente hacia una pierna.

Causas y factores de riesgo

La hernia discal es comúnmente consecuencia del envejecimiento. Con los años, los discos pierden elasticidad y capacidad de absorción. A esto se suman otros factores como el sedentarismo, el sobrepeso, ciertos trabajos físicos, y la predisposición genética. Sin embargo, muchas personas desarrollan hernias sin haber hecho esfuerzos ni tener una causa específica aparente.

¿Qué síntomas produce?

El síntoma principal es el dolor lumbar, aunque si el nervio se ve afectado, el dolor suele irradiarse hacia la pierna (ciática). Puede ir acompañado de:
• Hormigueo o quemazón.
• Pérdida de fuerza.
• Sensación de descarga eléctrica, especialmente al toser o estornudar.
• En casos graves: debilidad muscular, dificultad para caminar o pérdida del control de esfínteres. Estas situaciones requieren atención médica urgente, aunque son poco frecuentes.

¿Cómo se diagnostica?

El diagnóstico se basa en la historia clínica y la exploración física. El médico evalúa la localización del dolor, la fuerza muscular, los reflejos y la sensibilidad. La resonancia magnética es la prueba de imagen más utilizada para confirmar el diagnóstico, aunque no siempre es necesaria de entrada, ya que muchas personas tienen hernias visibles en resonancia sin presentar síntomas.

¿Puede curarse sola?

En la mayoría de los casos, sí. El dolor tiende a mejorar con el tiempo. Estudios muestran que la evolución natural de la hernia discal es favorable. En semanas o meses, los síntomas suelen reducirse o desaparecer sin necesidad de tratamientos agresivos. Esto se debe a que el cuerpo puede reabsorber parte del material herniado y reducir la inflamación del nervio afectado.
Por ello, el primer enfoque es conservador, buscando aliviar el dolor y mantener la funcionalidad mientras se da tiempo al cuerpo para sanar.

Tratamiento conservador: ¿qué se puede hacer?

El tratamiento inicial no incluye cirugía. Se enfoca en:
• Medicamentos: antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), relajantes musculares y, en algunos casos, neuromoduladores como la pregabalina.
• Actividad física moderada: se desaconseja el reposo en cama prolongado. Se recomienda moverse, evitar posturas forzadas e iniciar ejercicios dirigidos tan pronto el dolor lo permita.
• Fisioterapia y ejercicios específicos: fortalecer la musculatura lumbar y abdominal, corregir posturas, y mejorar el control del movimiento ayudan a la recuperación y previenen futuras recaídas.
• Terapias complementarias: pilates terapéutico, yoga adaptado y marcha nórdica pueden ser útiles tras la fase aguda, siempre guiadas por profesionales.
En la mayoría de los pacientes, los síntomas mejoran significativamente en un plazo de 6 a 12 semanas.

¿Y si el dolor no mejora?

La cirugía solo se plantea cuando el tratamiento conservador ha fracasado tras varias semanas, o si hay signos graves como:
• Déficit neurológico importante.
• Dolor persistente e incapacitante.
• Pérdida de control de esfínteres.
La intervención más habitual es la discectomía, que consiste en retirar el fragmento del disco que comprime el nervio. Puede realizarse mediante técnicas abiertas o mínimamente invasivas, lo que acelera la recuperación.
Es importante saber que, a largo plazo, los resultados de la cirugía no siempre son mejores que los del tratamiento conservador. Por eso, la decisión debe individualizarse en función de la evolución del paciente, el impacto en su vida diaria y sus expectativas.

¿Qué papel tiene la Unidad del Dolor?

Cuando el dolor se cronifica y no hay indicación quirúrgica clara, la Unidad del Dolor puede ser clave. Esta unidad multidisciplinar, con anestesistas especializados en dolor crónico, ofrece técnicas intervencionistas como:
• Infiltraciones epidurales de corticoides.
• Bloqueos nerviosos.
• Radiofrecuencia.
• Neuromodulación.
Estas técnicas no eliminan la hernia, pero ayudan a controlar el dolor. Además, se aborda el problema desde una visión integral, considerando factores emocionales y sociales. La educación, el acompañamiento psicológico y la rehabilitación forman parte del tratamiento global. El objetivo no es solo aliviar el dolor, sino mejorar la calidad de vida del paciente y devolverle el control sobre su situación.

¿Se puede prevenir?

Aunque no siempre se puede evitar, hay medidas eficaces para reducir el riesgo y prevenir recaídas:
• Mantener un peso saludable.
• Realizar ejercicio físico regularmente.
• Fortalecer la zona lumbar y abdominal.
• Cuidar la higiene postural en las actividades diarias.
• Evitar el sedentarismo y los esfuerzos bruscos.
En personas con antecedentes de hernia discal, adoptar hábitos saludables, mantener una rutina de ejercicios específicos y aprender a escuchar al cuerpo es fundamental.

Conclusión

La hernia discal lumbar es una afección frecuente, pero en la mayoría de los casos tiene un buen pronóstico. El tratamiento conservador —basado en educación, ejercicio y control del dolor— es suficiente para la mayoría de los pacientes. La cirugía es útil cuando está claramente indicada, pero no siempre es necesaria.
El apoyo de profesionales especializados, como los de la Unidad del Dolor, permite ofrecer soluciones eficaces para el dolor crónico, evitar intervenciones innecesarias y mejorar la calidad de vida. Afrontar este problema con información, acompañamiento y un enfoque personalizado es clave para superarlo con confianza y serenidad.

AUTORES

César Muñiz Argüelles y Bakarne Apaolaza Bereciartu. Médicos Internos Residentes de Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor. Hospital Universitario de Navarra.
Carla Lobón Jiménez. FEA Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor. Hospital Universitario de Navarra