Año 2020. Servicio de urgencias del Complejo Hospitalario de Navarra
Ninguno imaginábamos lo que el mundo iba a vivir. Las primeras noticias nos llegaron a mediados del mes de enero: un nuevo virus procedente del reino animal había infectado al ser humano. El foco se encontraba en un mercado local de una población China, Wuhan, donde se comercia con animales vivos y muertos para el consumo humano. Quedaba lejos. Además, en Occidente, no acostumbramos a este tipo de mercados, carentes de normas higiénicas básicas. Por eso pensamos que el brote epidémico quedaría localizado, controlado y reducido. “Nos pillaba muy lejos”.
Empezamos a inquietarnos cuando algún caso pasó las fronteras y apareció en Europa. Nos dijimos que no era de extrañar pues hoy en día la comunicación internacional es fácil y los viajes intercontinentales muy frecuentes. Y entonces pensamos que solo había riesgo si se había estado en China recientemente.
Los acontecimientos se desarrollaron aceleradamente. Vimos extenderse el virus de manera exponencial en nuestro país vecino, Italia. Vimos los estragos, el colapso de los hospitales, las muertes, el desastre… y supimos que no nos íbamos a librar. Lo vimos venir, instalarse en Madrid, Vitoria… como cuando se ve un tsunami avanzar… y nos engulló de pleno. No estábamos desprevenidos, pero ¿quién está preparado para un tsunami?
Y empezó la batalla, en pocos días los pacientes se multiplicaron. Pacientes que desarrollaban patología pulmonar progresiva rapidísimamente; personas cuya calidad de vida previa era buena en muchos casos.
Un equipo unido con un fin común
Al mismo tiempo, las personas con afecciones leves dejaron de acudir a Urgencias; muchos por miedo, otros muchos por solidaridad; y esto fue fundamental para poder concentrar el esfuerzo y la energía en los pacientes verdaderamente necesitados.
Desconcierto, interrogantes. Mensajes contradictorios acerca de los equipos de protección individual… y muchísimo trabajo. De día en día había que modificar la organización interna del Servicio, las consultas, áreas exclusivas para pacientes Covid separadas de las zonas no-Covid, los equipos coordinados para la atención a los pacientes cuidando las normas de aislamiento y desinfección, etc. Nos sumergimos en el horror de esta pandemia. Y en este horror hemos visto desplegarse lo mejor de las personas y me refiero en concreto a todas las personas que conforman el servicio de Urgencias y con las que he trabajado codo con codo. Más que nunca hemos sido un equipo unido con un fin común, sin intereses particulares, con el objetivo de pelear por y para los enfermos, sin escatimar dedicación ni esfuerzo.
Vivimos el Dolor de la enfermedad
Muchos de nosotros enfermamos y hubo que suplir las bajas laborales sin preservar del riesgo a los trabajadores mayores de 50 años, todo el personal disponible era necesario. Sufrimos la triste pérdida de un compañero a finales del mes de marzo, a quien no pudimos despedir hasta pasados varios meses. La urgencia, era continuar trabajando.
Una sacudida humana de tal calibre es difícil plasmar en tan pocas palabras; la experiencia vital queda comprimida.
DOLOR con mayúsculas. Hemos vivido el dolor de la enfermedad, que en muchos casos sacudía a varios miembros de la misma familia, como le ocurrió a un compañero nuestro. Los equipos de protección levantaron una barrera física entre los pacientes y nosotros. Solo nos veían los ojos, ocultos tras las gafas y las pantallas protectoras. La voz se difuminaba tras la mascarilla y los más ancianos no nos podían oír o entender. El acto médico se mecanizaba. Especialmente dolorosa ha sido la soledad de los pacientes que no podían estar acompañados. Llegaban a urgencias solos, muchos ancianos desamparados, esperando solos, ingresando solos.
Algunos traían su móvil, otros sin capacidad para su manejo, se comunicaban con sus familiares a través de los nuestros. Era desolador, angustioso, desgarrador.
Dolor al tener que comunicar al familiar de referencia la situación crítica de su padre, madre, pareja, hermano… a través de un teléfono, y confirmar que no podían recibir visitas salvo cuando llegase el desenlace. Y en este caso un solo acompañante a poder ser joven, sin enfermedades previas, siempre el mismo.
Dolor por tal deshumanización. ¿Se podría haber hecho de otra manera? Esta pregunta nos la seguimos planteando a día de hoy. Es fundamental encontrar el equilibrio entre mantener unas normas de aislamiento y protección para evitar la expansión del virus y poder acompañar a nuestros familiares enfermos, compartiendo estos momentos, indispensables para el paciente y su familia.
Dolor ante la impotencia: no poder aplicar un tratamiento eficaz porque no existía, no poder conectar ni acompañar adecuadamente, no poder informar cara a cara a las familias en situaciones tan difíciles y delicadas. Ni el trabajo extenuante ni la dedicación en cuerpo y alma servían para mitigar la impotencia.
Miedo. Parecía que estar en primera línea nos hacía inmunes al miedo, lo cierto era que la intensa actividad no dejaba espacio para nada más. No se notaba en el trabajo diario, sin embargo, en las contadas ocasiones en que podíamos, compartimos el miedo que pasamos. Hemos tenido miedo a contagiarnos, a contagiar a nuestras familias, a morir.
Incertidumbre. La incertidumbre ha sido hilo conductor a lo largo de toda la pandemia, acompañando nuestra frenética actividad: sobre la adecuación y correcta utilización de los equipos de protección, sobre los protocolos de actuación que se adaptaban a los tratamientos que se iban incorporando, sobre las pruebas diagnósticas que había que realizar o no en los distintos momentos, sobre la capacidad del sistema sanitario y sobre la capacidad personal de cada profesional ¿Hasta dónde podremos llegar? ¿Hasta cuándo? ¿Resistiremos?
Agradecimiento. A todos los pacientes y sus familias que han comprendido y colaborado más allá de lo razonable y lo comprensible. A todo el equipo encargado de la reestructuración y organización del complejo hospitalario para adecuarse y poder dar respuesta durante esta pandemia: áreas hospitalarias enteras destinadas a pacientes Covid, traslado de pacientes no-covid a otros centros más aislados. Creación de zonas de tránsito que garantizaban el drenaje rápido de pacientes desde urgencias y donde recibían la atención sanitaria necesaria hasta su ingreso definitivo en planta. A todos los profesionales del complejo hospitalario cuya implicación fue significativa para dar respuesta a la pandemia ya que abandonaron temporalmente su tarea habitual para responder activamente a las necesidades requeridas, mostrando disponibilidad, flexibilidad y compromiso. Especial agradecimiento a todos mis compañeros de trabajo del Servicio de Urgencias ya que con su disposición, dedicación, actitud y actividad han hecho posible que nos sintamos un equipo humano sólido, unido y eficaz. Mi agradecimiento sincero.
Esperanza. En momentos de crisis como la que hemos vivido, se abre la esperanza al aprendizaje, al crecimiento, a la relación interpersonal, a valorar lo esencial. En definitiva, una experiencia configuradora. Queda mucho por elaborar. Somos conscientes de que la pandemia todavía no ha acabado y pasará aún mucho tiempo hasta que podamos integrar lo sufrido en nuestra historia personal.