Obesidad infanto-juvenil


Dr. Raimon Pélach Pániker

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La obesidad es el resultado de un balance energético positivo, mantenido a lo largo del tiempo, que se caracteriza fundamentalmente por un depósito excesivo de grasa en el tejido adiposo. Este desequilibrio entre ingesta y gasto energético, cuando se presenta en estadios infanto-juveniles afecta a la probabilidad de ser obesos en la edad adulta. Las tasas crecientes de obesidad parecen resultar de una predisposición genética (la presencia de obesidad en al menos uno de los padres aumenta significativamente el riesgo de que un niño obeso se convierta en un adulto obeso) y factores ambientales, como un exceso de la ingesta y una disminución de la actividad física, así como por factores socioeconómicos y alteraciones endocrinas y metabólicas.

Además, es en estas etapas de la vida cuando se establecen hábitos en cuanto a la alimentación y ejercicio físico que pueden influir en la adquisición y mantenimiento de esta patología.

Es la obesidad un síndrome (conjunto de síntomas y signos) con demostradas implicaciones físicas, psíquicas y sociales, y cuyo tratamiento tiene unos resultados a menudo aleatorios. Incrementa el riesgo de aparición de patologías crónicas en la edad adulta, como hipertensión, diabetes, hipercolesterolemia y enfermedad cardiovascular, estableciéndose también una cierta asociación con algunos tipos de cáncer. Además del riesgo de generar un niño obeso con todas las implicaciones de morbi-mortalidad (se considera que un 33% de los niños obesos y un 50% de los adolescentes obesos pueden presentar una obesidad en la vida adulta) constituye un factor de riesgo para el desarrollo, incluyendo complicaciones del crecimiento, ortopédicas, respiratorias, digestivas, dermatológicas, psicosociales, neurológicas y endocrinas, que justifican la prevención y tratamiento de la obesidad en etapas precoces.

La mayoría de estos «pacientes», por tanto, son crónicos y padecen secuelas de enfermedades asociadas a unas prácticas, hábitos o factores de riesgo ( «estilos de vida») que son parcialmente evitables o reeducables según el momento de actuación. Pero no es menos cierto que en la llamada «sociedad desarrollada occidental» mientras, por un lado, la Salud Pública y la Medicina Clínica consiguen mejorar las infecciones y la Ingeniería Biomédica revoluciona los tratamientos quirúrgicos, traumatológicos y protésicos, por otro lado el proceso de mutación ecológica y social multiplica los cuadros de desadaptación al modelo competitivo («los no triunfadores»).

Intentamos prevenir algunos procesos, a veces simplemente porque no los podemos curar, aunque su mecanismo sea multicausal, de etiquetado y control evolutivo difícil. Pero debemos trabajar para llegar a mejores cotas de evidencia científica. Y no olvidemos que ésta, la evidencia, es un arma cargada de futuro, y, por otro lado, en infancia y adolescencia la evaluación de las intervenciones de prevención primaria requiere estudios más largos, caros y, a menudo, con las dificultades metodológicas asociadas a cualquier intervención educativa.

Y en este caso la obesidad no está considerada una actividad de promoción de la salud básica o priorizada, no hay suficiente evidencia científica sobre la efectividad y eficiencia de la intervención, aunque sí debe ser mantenida, sin duda como ya lo está, dentro de la exploración física rutinaria aunque sólo sea para prevenir otros factores de riesgo como por ejemplo el cardiovascular.

Y, por un compromiso personal de salud, deberíamos conseguir que pasara a ser una actividad de promoción de la salud básica o priorizada y no sólo aplicable a un grupo de riesgo.