Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías esperando a la gran felicidad (Pearl S. Buck).
Los seres humanos tenemos necesidad de ser reconocidos, valorados, apreciados y no ignorados (descalificados).
Podríamos definir la caricia como todo estímulo intencional dirigido de persona a persona, que puede ser gestual, simbólico, escrito, verbal o físico y que tiene posibilidad de ser respondido por parte de quien lo recibe. El abrazo es una muestra de amor que indica afecto hacia nuestros semejantes. En la sociedad actual puede corresponder también a una forma de saludo.
La caricia y el abrazo son vínculos afectivos que sirven para expresar nuestros sentimientos hacia quienes queremos. Está comprobado que todos necesitamos contacto físico para sentirnos bien. La caricia y el abrazo cumplen perfectamente esta función y, además son el reconocimiento de la existencia de otra persona.
Necesarios para el desarrollo
La caricia, además de ser una forma de comunicación primaria que aporta seguridad y bienestar durante el primer año de vida, sirve para enviar señales que estimulan el cerebro y activan respuestas de crecimiento garantizando un desarrollo saludable. Sabemos que los niños recién nacidos privados del contacto físico pueden sufrir alteraciones orgánicas y psíquicas. Está demostrado que cuando una persona se aísla por un largo periodo del resto de las demás puede desarrollar una psicosis transitoria o cuando menos padecer perturbaciones mentales temporales. Las caricias y los abrazos en el ser humano son acciones cuya calidad es irremplazable. Significa la proximidad del otro, el sentir de la otra persona manifestado en un acto recíproco de dar y recibir afecto, de sostenerlo en toda su “humanidad”, de asumirlo espiritual y corporalmente.
Nuestro entorno
Hoy, más que nunca, es necesario mirar el entorno para darnos cuenta de quién está cerca de nosotros, especialmente si se trata de nuestra propia familia. La esposa, el esposo, los hijos, los padres, todos en general necesitan la reafirmación del afecto a través de una caricia que puede tener múltiples formas físicas, tales como un beso, un abrazo, un apretón de mano, una palmada en el hombro, o bien formas verbales como los saludos amables, los halagos, los estímulos como ( ¡”qué bien lo has hecho!”, “tu puedes!”, etc.). A menudo una espontánea manifestación de afecto pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte, la soledad y la alegría, la sensación de abandono o de compañía, etc. En nuestro mundo occidental para comunicarnos tendemos a utilizar en mayor medida los sentidos “de distancia” (vista y oído) que los de cercanía (tacto, gusto, olfato). En muchas circunstancias, y en determinadas culturas, estos últimos se han convertido en tabú. La cultura ha llegado a controlar de tal modo las formas de contacto físico que desgraciadamente lo hemos reducido demasiadas veces a lo agresivo o a lo sexual. Se podría decir que entre la gente “nos acariciamos poco”.
En la infancia por ejemplo, a veces, lo que se limita, es precisamente lo que más satisfacción produce en la maternidad: acunar, mecer y abrazar a nuestro hijo.
Hemos disminuido el contacto físico, sin darnos cuenta de que supone un mecanismo de comunicación emocional importante, que nos permite decir de otro modo cosas que no sabemos o no podemos expresar con palabras.
A través de la piel y desarrollo del ser humano
La piel es un envoltorio repleto de receptores de distintos estímulos (frío/calor, placer/dolor, presión), capaz de producir infinidad de sensaciones y de despertar intensas emociones. Es, a la vez, una barrera que nos protege del medio exterior y también nuestra zona de contacto y comunicación con él.
Mediante el contacto con la piel podemos explorar sensaciones, recibirlas y transmitirlas a los demás. Nos permite experimentar amor, deseo, tranquilidad, protección, miedo y un sinfín de emociones más.
Ya desde la más tierna infancia se observa cómo el contacto piel a piel del bebé con su madre favorece y fortalece el vínculo afectivo entre ambos. El contacto físico es tan esencial para el bebé como su alimentación. Un ejemplo trágico de esta necesidad lo constituye el estudio del psiquiatra austríaco René Spitz en orfanatos. Los bebés eran bien alimentados y sus necesidades higiénicas y médicas estaban cubiertas, pero no se les proporcionaba ningún tipo de caricia ni de contacto, debido a que los centros estaban abarrotados. Los resultados fueron aterradores: muchos acababan muriendo antes de los dos años de edad y los que sobrevivían sufrían tremendos retrasos en las áreas física, motora, cognitiva y social.
Así como la ausencia de contacto físico en la infancia puede tener efectos negativos, parece, por el contrario, que si una persona es tratada con muestras de cariño en los primeros años de su vida, tiene más posibilidades de llegar a ser un adulto más pacífico, empático, sano y feliz.
Cuando ya no somos niños
Ahora bien, esta necesidad de contacto sigue manteniéndose a lo largo de toda nuestra vida, ya que es la base del desarrollo emocional de nuestra personalidad, de nuestro equilibrio físico y psíquico. No sólo el niño se beneficia de las caricias y de los abrazos, sino que el adulto también los necesita. Ya sea en una relación de amistad, donde un apretón en el hombro puede reconfortar o demostrar cercanía, como en la relación con los hijos o con la pareja, en las que se transmite y recibe amor y cariño por otro canal distinto al de las palabras. Y no nos podemos olvidar de nuestros mayores, donde el mundo de las caricias y abrazos cobra especial importancia, aportándoles sentimientos de ser aceptados y queridos. La falta o descenso de muestras de cariño hacia los ancianos puede desencadenar sentimientos de soledad, aislamiento y depresión. Nadie es demasiado mayor para que le abracen.
En resumen, los seres humanos necesitamos el contacto físico para:
- Establecer el vínculo afectivo materno-filial, vínculo que influirá en nuestro modo futuro de relacionarnos con los demás.
- Recibir y transmitir emociones.
- Comunicarnos con los otros.
- Construir y desarrollar nuestra personalidad.
- Poseer equilibrio emocional y psicofísico.