El paciente diabético puede presentar complicaciones en los pies como infecciones, úlceras o destrucción de tejidos, esto es lo que llamamos enfermedad de pie diabético.
Al tener diabetes los niveles de azúcar están elevados en sangre, esto con el tiempo puede dañar los nervios, perdiendo la sensación en los pies y haciendo que no sienta dolor ante cortes, roces, ampollas o úlceras (la llamada neuropatía diabética), por otro lado, puede dañar los vasos sanguíneos haciendo más difícil la curación de las heridas y aumentando el riesgo de amputaciones (llamado enfermedad arterial periférica).
Estas dos alteraciones anteriores junto con las deformidades en los pies (callosidades, hiperqueratosis, dedos en garra etc) son los principales factores de riesgo para padecer de pie diabético.
El riesgo de padecer una úlcera de pie diabético se clasifica en una escala del 0 al 3 dependiendo de los factores de riesgo que tiene el paciente:
• Riesgo 0: ausencia de neuropatía periférica.
• Riesgo 1: neuropatía periférica.
• Riesgo 2: neuropatía periférica con arteriopatía periférica y/o deformidad del pie.
• Riesgo 3: neuropatía periférica y antecedentes de úlcera en el pie o amputación previa.
Todos los pacientes diabéticos deben realizarse una evaluación de los pies por un profesional sanitario al menos una vez al año para detectar la presencia de factores de riesgo o ulceraciones. Se aconseja evaluar a los pacientes con riesgo 1 cada 6 meses, con riesgo 2 cada 3-6 meses y con riesgo 3 cada 1-3 meses.
A parte de acudir a un profesional sanitario para identificar el riesgo de pie diabético es importante que la persona con diabetes conozca los autocuidados necesarios para prevenir las lesiones.
Autocuidados más importantes
• Tratar los factores de riesgo de la ulceración.
• Observar los pies periódicamente para descubrir posibles lesiones como ampollas, heridas, cortes, roces, durezas… Si no puede hacerlo bien usar un espejo o pedir ayuda a otra persona.
Si detecta alguna lesión ponerse en contacto con el profesional sanitario.
• Evitar caminar descalzo, en calcetines o en sandalias con suelas delgadas, ya sea dentro o fuera de casa.
• Utilizar calzado adecuado. No utilizar zapatos que tengan bordes ásperos o costuras irregulares. Utilizar siempre el calzado con calcetines.
La longitud interior del calzado debe ser de 1-2 cm mayor a la longitud del pie y este no debe ser ni ajustado ni muy holgado, la anchura interior del zapato debe ser igual a la anchura de los dedos, dejando espacio para estos y su altura debe permitir espacio suficiente para alojar todos los dedos, así se asegura el evitar roces.
No llevar calzado plano, pero tampoco tacón alto (se recomiendan unos 2-5 cm)
Probarse los zapatos nuevos a última hora de la tarde que es cuando los pies están más hinchados.
Durante los primeros días de uso de calzado nuevo llevarlos durante poco rato seguido (una hora), alternar su uso con calzado usado.
Inspeccionar visualmente y explorar manualmente el interior de los zapatos antes de colocárselos.
• Utilizar calcetines/medias sin costuras (o con la costura hacia afuera), preferiblemente de tejidos naturales (lana, algodón, hilo)
• Lavar los pies diariamente con agua templada y secarlos cuidadosamente, sin frotar, especialmente entre los dedos. No dejarlos en remojo.
• No utilizar ningún tipo de calefactor o bolsa de agua caliente en los pies.
• No utilizar productos químicos (callicidas) para retirar las durezas y callosidades; se debe acudir al podólogo en estos casos.
• Usar crema hidratante evitando la zona entre los dedos.
• Cortar las uñas de los pies de forma recta y limar los extremos, si no ve bien pedir a otra persona que lo haga.
Recordar siempre que ante cualquier alteración o lesión en los pies hay que ponerse en contacto con un profesional sanitario como la enfermera de atención primaria.