La psicología clínica estudia las interacciones recíprocas entre procesos mentales y salud fisiológica, considera todos aquellos aspectos psicológicos que están presentes al enfermar, al recuperarse y cómo se adapta la persona a la enfermedad. El objetivo del apoyo psicológico es facilitar el proceso de cambio que supone padecer una enfermedad aguda y/o crónica, minimizando el impacto emocional para reducir posibles consecuencias psicopatológicas, cómo se pueden resolver los problemas y aprender técnicas psicológicas para abordar los procesos cognitivos y las reacciones emocionales adversas.
Cada persona puede vivir una serie de fases psicológicas que le pueden ayudar a adaptarse y a mejorar la calidad de vida, e incluso incidir en los procesos y en el curso de la enfermedad. Cada fase tendrá una duración e intensidad variable según la persona y estarán en función de su edad, las características de la enfermedad, las capacidades, los recursos, el significado que se le da, la actitud y los apoyos biopsicosociales disponibles.
I FASE: INCERTIDUMBRE Y CONFUSIÓN: La normalidad es intentar buscar información de cualquier fuente para saber lo que nos ocurre. Ahora bien, esto conlleva que pueda contribuir a generar más confusión y angustia, por ello, se trata de entrar en contacto con profesionales cualificados que ayudarán a mantener la calma.
II FASE: DESCONCIERTO: Los sentimientos de temor, angustia, desamparo y miedo es normal sentirlos. Es importante recibir información adecuada frente al desconocimiento u otras experiencias que se tengan de la enfermedad. Una buena comunicación y relación con los profesionales y la enfermedad, permitirá mantener la capacidad de decidir y colaborar.
III FASE: OPOSICIÓN Y NEGACIÓN: Aparece frente a la dificultad para aceptar el diagnóstico, la negación se realiza como una forma de amortiguar el impacto y darse un tiempo de respiro para mantener la esperanza y poder encajar la nueva realidad. Hay que intentar no adoptar posturas críticas e intolerantes con los que están en esta fase.
IV FASE: RABIA: La enfermedad puede evolucionar y también las dificultades y los cambios en el estilo de vida, en las capacidades físicas, a nivel escolar/laboral o familiar, influyendo en los roles, los hábitos, las relaciones, los sueños… Y ¿Qué ocurre? Se grita… Es necesario saber escuchar, para descubrir lo que se esconde en las quejas, en las reacciones violentas y el sentimiento de culpa que puede tener la persona.
V FASE: TRISTEZA: Si después del grito de la rabia, la enfermedad avanza, la voz queda silenciada por un estado de tristeza que ayudará para permitir asumir y aceptar las pérdidas. No es depresión, es un estado de tristeza, en el que la persona se aísla por un tiempo para elaborar e integrar lo que está ocurriendo. Es un estado que prepara para la adaptación.
VI FASE: ADAPTACIÓN: Nos encontramos con la serenidad en esta fase, significa haber conseguido equilibrar el cuerpo con el propio ser, y a través de ella, vivir cada momento cotidiano o pequeño detalle con optimismo, esperanza y desde el profundo valor de los afectos compartidos. Valorar lo que tenemos y no lo que nos falta, potenciando valores y actitudes positivas de nuestra propia vida.
Se piensa y se actúa como se siente, pero también se siente como se piensa y se actúa. Podemos trabajar sobre los pensamientos, de esta forma se puede conseguir variar las conductas, los sentimientos y el estado emocional.
Cuando este proceso es positivo incide de manera saludable sobre el organismo y al conjunto de su ser.