Las crisis de angustia son episodios breves de intensa ansiedad que pueden aparecer de manera aislada o asociados a otros trastornos psiquiátricos como las fobias o el trastorno de estrés postraumático. Las sufren entre un 5-6 % de la población. En la actualidad existen diferentes tratamientos farmacológicos y psicológicos que ayudan a aliviar el malestar que originan e incluso a prevenir su aparición.
¿Qué es una crisis de angustia?
También conocidas como “ataques de pánico”, se tratan de episodios repentinos de miedo o malestar intenso, asociados o no a una situación desencadenante (por ejemplo ver una araña en caso de fobia a las arañas o una situación de pérdida como el fallecimiento de un ser querido). Los síntomas de una crisis alcanzan un pico en los primeros diez minutos y por lo general, no se prolongan más allá de la hora. Aparecen con más frecuencia en las mujeres que en los varones y suele debutar en edades desde la adolescencia hasta los 35 años.
La ansiedad, en realidad, es una respuesta adaptativa del organismo que nos prepara para responder ante las amenazas, bien en forma de huida o de lucha, exponiéndonos a una liberación importante de neurotransmisores como la adrenalina y la noradrenalina. Nos ayuda a responder mejor ante exigencias del día a día, como enfrentarnos a un examen. En los trastornos de ansiedad dicha respuesta aparece sin peligro real y sin una función de adaptación, originando esta descarga catecolaminérgica los síntomas propios de la ansiedad.
¿Qué síntomas pueden aparecer durante una crisis de angustia?
Podemos sentir síntomas físicos como dolor torácico, taquicardias, palpitaciones, sensación de falta de aire o dificultad para respirar, mareos, sudoración, temblor, entumecimiento u hormigueos, náuseas, diarrea, y otros síntomas psicológicos como sensación de irrealidad y de extrañeza de uno mismo, miedo a volverse loco, a sufrir un infarto o a morirse. Crisis repetidas, así como preocupación persistente y ansiedad anticipatoria a padecerlas da lugar a un trastorno de angustia.
Durante un trastorno de angustia, es frecuente que se tienda a evitar las situaciones o circunstancias en las que se producen estos episodios, en un intento de prevenir nuevas crisis. Esto resulta contraproducente, ya que por un mecanismo de condicionamiento, poco a poco se comienzan a restringir más situaciones y se reduce la libertad del individuo. Así es como en muchas ocasiones, las crisis de angustia se asocian a agorafobia (miedo a los lugares abiertos o a abandonar el contexto familiar del hogar).
A veces esta clínica puede asociarse a otros diagnósticos psiquiátricos como depresión o consumo de tóxicos.
¿Por qué ocurren?
La causa exacta de este problema se desconoce, pero es probable que sea consecuencia de una combinación de varios factores, como susceptibilidad genética, cambios en los circuitos neuronales o en el metabolismo y estresores psicosociales.
Recomendaciones ante una crisis de angustia
Intentar no evitar aquellas situaciones asociadas a las crisis. La mayoría de ellas no tienen un desencadenante claro, así que no debemos dejar que el miedo nos limite.
Además, la evitación hace que este miedo aumente. Si por el contrario, nos enfrentamos a él, poco a poco desaparecerá y nos sentiremos con más recursos personales para afrontar los ataques.
Ante una crisis, intentar ser conscientes de que son muy molestas y desagradables, pero no son peligrosas.
A pesar de tener la sensación de que nos va a dar un infarto, esto no va a suceder. Esta información puede sernos muy útil para transitar mejor estos episodios porque muchos de los pensamientos catastróficos que pueden aparecer en las crisis, contribuyen a que éstas duren más tiempo e intensifican su clínica.
Mantener una actitud de lucha o de intento de control de la crisis, aumenta aún más nuestra angustia al intentar dominar algo que no está bajo nuestro dominio. Simplemente deberemos dejar pasar la crisis, sin resistencia, aceptándola y así conseguiremos que pase antes y en unos minutos ya estaremos mucho mejor.
Algunos de los síntomas de las crisis de angustia son debidos a la respiración acelerada y superficial que se sufre durante las mismas. Esto hace eliminar mucho CO2 del cuerpo y esa hipocapnia origina cambios en el pH sanguíneo y alteraciones en el balance del ión calcio. A través de este mecanismo puede producir mareo y parestesias (comúnmente llamados hormigueos) en sobretodo manos y pies, pero también en zona peribucal, brazos y piernas. Por eso ante una crisis es fundamental intentar respirar de forma más lenta.
Consultar con su médico de familia permitirá, tras la elaboración de la historia clínica y la exploración física, realizar un correcto diagnóstico e instaurar un tratamiento adecuado y/o en su caso derivar a un especialista de salud mental.
¿Cómo puede tratarse?
Ante una crisis de angustia grave, si otras técnicas de relajación fallan, pueden utilizarse benzodiacepinas para un rápido control de las mismas. Si las crisis son frecuentes, existe gran ansiedad entre una y otra por miedo a que se repitan y conductas evitativas o comorbilidad psiquiátrica, estaría indicado iniciar tratamiento farmacológico con generalmente antidepresivos y/o tratamiento psicológico en función del estado clínico y las preferencias del paciente. Las benzodiacepinas suelen utilizarse al inicio del tratamiento hasta que la medicación antidepresiva o la terapia psicológica ayudan a controlar las crisis, para posteriormente dejarlas únicamente de rescate, dado que usadas a largo plazo pueden producir dependencia y tolerancia, entre otros efectos secundarios. Si se prescriben a largo plazo, hay que hacer un estrecho seguimiento. Los antidepresivos más utilizados son los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. Otros fármacos que pueden utilizarse son los antidepresivos inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina, antidepresivos tricíclicos, antipsicóticos y algunos antiepilépticos como la pregabalina. El objetivo del tratamiento farmacológico es prevenir las crisis, lo cual tiene consecuencias beneficiosas como disminuir la ansiedad anticipatoria, mejorar la autoconfianza y la evitación fóbica, mejorar la clínica depresiva acompañante y el funcionamiento global.
Dentro de los tratamientos psicológicos existen diferentes enfoques, como el tratamiento cognitivo conductual (TCC) y el tratamiento psicodinámico. El TCC utiliza técnicas como psicoeducación, exposición a los síntomas o situaciones, reestructuración cognitiva, técnicas de respiración, relajación y de manejo del pánico. La TCC puede ser más eficaz que la medicación en la prevención de recaídas.
Unos buenos hábitos de descanso, de alimentación, libres de consumo de tóxicos y la realización de actividades para nosotros placenteras, contribuirán a nuestro bienestar emocional y a sentirnos cada vez más relajados.