El uso del “No” es una herramienta imprescindible en la educación de los niños, pero en ocasiones resulta una de las más de las difíciles de usar. Hoy en día la mayoría nosotros contamos con los recursos necesarios para satisfacer las necesidades de nuestros hijos y rodearles de un ambiente en el que el que no sientan ninguna frustración ni incomodidad. Cuando negamos algo a los niños, estos protestan, tienen berrinches, e intentan salirse con la suya. En definitiva, ponen a los padres en situaciones de conflicto bastante incómodas que finalizan de forma inmediata si cedemos a sus deseos. Sin embargo, las consecuencias de este estilo educativo son tremendamente nocivas, y es necesario tener claro por qué es necesario el uso del “No” para el adecuado desarrollo de la personalidad de nuestros hijos.
¿Por qué?
Existen infinidad de razones por las que debemos negar muchas demandas de nuestros hijos. La primera de todas reside en el mismo concepto de educación. Los niños no vienen al mundo con un concepto de lo adecuado e inadecuado, de lo que está bien y está mal, y nuestra labor es educarle. Desde que nacen se rigen por el principio del placer: van a querer hacer aquello que, de forma inmediata, les proporcione bienestar y evitar lo que les proporcione incomodidad. Educar supone exactamente lo contrario: es enseñarles que tienen que hacer cosas que ahora les causan malestar para obtener un beneficio a largo plazo.
¿Por qué tengo que bañarme o acostarme ahora cuando lo que me apetece es seguir jugando? Nosotros lo tenemos claro, pero ellos no, y lo que es más importante, no podemos pretender que lo entiendan y lo hagan desde el principio sin experimentar cierto grado de malestar. Aunque no nos guste, en muchas ocasiones educar supone frustrar, y tenemos que estar preparado para ello, así como a para sus manifestaciones de disgusto. Otra de las razones es porque mediante el uso del “No” les dotamos de una herramienta imprescindible para la vida: tolerar la frustración. Como todos nosotros, van a encontrarse con multitud de circunstancias en las que no van a obtener lo que quieren o las cosas no van a salir según desean. De este modo, deben aprender que esto es normal, así como formas constructivas de superarlo. La única forma de enseñar esto es proporcionando pequeñas dosis de frustración desde la infancia. Cuando negamos una gominola, la cual no nos costaría nada dar y nos ahorraría como mínimo una protesta, estamos entrenando esta habilidad. Un niño que crece con la satisfacción de todos sus deseos va a desarrollar una visión inadecuada del mundo: “todo lo que quiero se materializa de forma inmediata”, que chocará frontalmente con la realidad cuando crezca y sus padres ya no puedan proporcionarle una realidad a su medida. Se convertirá en un adulto insatisfecho y frustrado, preso de sus deseos, con un pobre control de sus impulsos, y sin recursos para afrontar las frustraciones y avatares que conlleva la vida.
¿Cuándo?
Si tenemos claro la conveniencia y utilidad de poner límites, el cuando hacerlo es algo que casi todos los padres tienen más o menos claro. El uso del “No” debe iniciarse desde que son pequeños para que aprendan de forma clara. Pese a esto, conviene recordar situaciones en las que debemos decir que no:
- Cada vez que intenten conseguir lo que quieren mediante conductas inadecuadas: conductas agresivas, poco cooperativas, egoístas o maleducadas.
- Cada vez que intenten evitar o postergar el cumplir con sus obligaciones: no quiere bañarse por estar viendo la televisión, no quiere hacer las tareas por estar jugando, etc.
- Ante las demandas excesivas de cosas materiales. Con la satisfacción indiscriminada de aspectos materiales (juguetes, material escolar, ropas de marca…), los niños no aprenden el valor real de las cosas y acaban creyendo que “las cosas caen del cielo”, por lo que pueden llegar a ser muy exigentes. Además, el exceso de cosas acaba por privarles de la ilusión por tenerlas.
¿Cómo?
Debemos decir que no y poner límites con firmeza. Lo que es no, es no, pese a las protestas. A nadie nos gusta causar malestar a nuestros hijos, pero tenemos que ser más fuertes que sus deseos y no ceder ante las manifestaciones de disgusto o frustración. Es imprescindible que los padres aprendan a soportar las reacciones de malestar con tranquilidad y sin sentirse culpables por ello. Hay que tener claro que son inevitables, necesarias y no les estamos creando ningún trauma por ello. Además, es necesario ser claros y consistentes en lo que les permitimos y lo que no, para que desarrollen un sentido claro y seguro de lo que deben y no deben hacer. Tenemos que ser consistentes a lo largo del tiempo, en las situaciones y sobre todo entre los padres.
Entre el autoritarismo y la permisividad existe un termino medio en el que es necesario que existan límites claros, regularidad de hábitos y restricciones, en el que el uso del “No” es imprescindible. De esta forma nuestros hijos crecerán más seguros, sabiendo de forma clara lo que se espera de ellos, con una mejor autoestima y mayores habilidades de afrontamiento para la vida futura.