Hablar de voluntariado es hacer referencia a personas que piensan en realizar “buenas acciones” sin una motivación interesada. Seguramente, muchos lectores conozcan estas intenciones, incluso, alguno de ustedes ejerzan este tipo de conducta vinculada a ayudar a los demás, por la que no esperan obtener nada a cambio.
Pero, es difícil debatir sobre el voluntariado sin tener en cuenta el altruismo que impregna estas acciones, cuya finalidad es buscar una mejor calidad de vida para los demás, dedicándose a ello con una motivación desinteresada conscientemente. Como vemos, una valoración positiva del voluntariado es inseparable de un comportamiento, a su vez, altruista.
De por sí, entiendo que ejercer el voluntariado impone un esfuerzo personal significativo, al que, indudablemente, hay que unirle una serie de dificultades que obstaculizan su práctica. No se trata de dificultades insalvables, como veremos a lo largo de esta incompleta guía de comportamiento. Pero, no cabe duda que la elección desinteresada de este comportamiento social, requiere una motivación especial para los que deciden adentrarse en este mundo, tan solo por las trabas y prejuicios, que, a veces, se interponen, nada más que por desconocimiento, en lo que respecta a este campo de acción. Entre ellas, podemos citar la disponibilidad desinteresada, de la que ya hemos hablado, y, sobre todo, la estigmatización de los prejuicios a la que es sometida esa parte de la sociedad que requiere todo tipo de atenciones psíquico-sanitarias. A nadie se le escapa que estamos viviendo dentro de un contexto social muy individualizado, muy distanciado de la solidaridad conjunta. Por consiguiente, no parece que sean los mejores tiempos para que una parte de la ciudadanía se aplique, bajo la premisa del desinterés altruista, a ayudar a los demás. Pero, por suerte, tal y como afirmó Adam Smith en “La teoría de los sentimientos morales”: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hace que la felicidad de estos resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla”. Un dato sobre los seres humanos que no vamos a pasar por alto.
Recogiendo el guante lanzado por A. Smith sobre este importante aspecto humano, tanto la Ley 6/1996, de 15 de enero, del Voluntariado, como el Proyecto de Ley publicado el 27 de marzo de 2015 en el Boletín Oficial de las Cortes Generales, entienden que esta conducta altruista es posible, puesto que perciben la existencia de ciudadanos solidarios que realizan, y quieren realizar, estas labores sin obligaciones, libremente, sin contraprestaciones económicas, configurando las dimensiones de este ejercicio a las exigentes condiciones de este siglo XXI.
El artículo 6.1.g.) del mencionado Proyecto de 2015 nos indica los ámbitos de actuación del voluntariado socio-sanitario, donde se indica la combinación existente entre “la promoción de la sociedad, la prevención de la enfermedad, la asistencia sanitaria, la rehabilitación y la atención social que va dirigida al conjunto de la sociedad o a los colectivos en situación de vulnerabilidad, y que, mediante una intervención integral y especializada en los aspectos físico, psicológico y social, ofrece apoyo y orientación a las familias y al entorno más cercano, mejorando las condiciones de vida”.
En base a este precitado proyecto, donde se descubre el interés gubernamental hacia esta importante faceta socio-sanitaria, intuimos entre su articulado una aspiración altruista encaminada a la transformación de la sociedad, donde destaca el enfoque que encamina los máximos esfuerzos del voluntariado, hacia la calidad que más que a la cantidad, haciendo hincapié a tanto en los campos físico y social, como al psicológico. Concepto, este último, donde voy a centrar esta breve guía, intentando, sin ser absoluto, ni mucho menos, crear un modelo de comportamiento que facilite la labor de voluntariado que encamine sus acciones hacia un campo muy especial. El desarrollado en el ámbito de la salud mental.
La guía está estructurada en base a una serie de cuestiones relacionadas y centradas, en la relación del voluntario con un supuesto paciente-tipo.
La primera de las cuestiones tiene una finalidad doble, ya que abarca la posibilidad de ser voluntario en salud mental, y por qué elegir esta disciplina: ¿Puedo ser yo voluntario en salud mental, y por qué serlo en este ámbito?
Antes de intentar responder a esta pregunta clave, señalar que existen muchos mitos y prejuicios alrededor de las personas que sufren una enfermedad mental, que debería ser lo primero que la sociedad tendría que aliviar.
Bien, una vez dicho esto, estadísticamente podemos afirmar que el aumento demográfico de la población, potencialmente, ha aumentado la posibilidad de que, en un entorno, más o menos cercano, nos encontremos con alguien que presente esta sintomatología. Esta potencialidad también aumenta la posibilidad de elegir esta patología para ejercer el voluntariado. Este crecimiento exponencial de enfermos mentales exige a la sociedad un mayor conocimiento de todo lo relacionado con esta sintomatología. Conocimiento que enlazamos con la contestación a la segunda parte de la cuestión realizada: la finalidad de esa elección puede servir para eliminar los estigmas que rodean esta enfermedad, ayudando de esta forma a romper las barreras que hagan desaparecer estos prejuicios, por desconocimiento. Es evidente que la barrera que rodea a los problemas de salud mental inquieta de alguna manera a una gran parte de la sociedad, cuya consiguiente estigmatización provoca una discriminación, que acaba convirtiéndose en un círculo vicioso de luces y sombras. Como muchos sabemos, el desconocimiento conlleva discriminación. Hecho que encamina a los pacientes a un sufrimiento grave y continuado, al que hay que añadir el que ya se produce por la propia enfermedad. Si pudiésemos eliminar dicha estigmatización, haríamos desaparecer parte del sufrimiento del paciente, posibilitando una mejor predisposición al reconocimiento de la situación y al tratamiento en sí.
Una vez analizadas la posibilidad y por qué dedicar nuestro tiempo a ejercer este voluntariado tan especial, hay que indicar, entre otras condiciones, la existencia de un prerrequisito indispensable para iniciar un tratamiento psiquiátrico: que el paciente reconozca que sufre una enfermedad. Una enfermedad como otra cualquiera. Es evidente de que se trata de un primer paso sumamente complejo y difícil, pero trascendental para el tratamiento y la mejora de la salud y calidad de vida del enfermo. Este primer contacto entre el voluntario y la persona que sufre un trastorno mental, atendiendo a esta finalidad, abre la puerta a perder el miedo del reconocimiento, predisponiéndole a dejarse ayudar, intentando demostrarle que padecer una enfermedad mental no es nada diferente a padecer otro tipo de enfermedad, circunstancia de la que ya hemos dejado constancia, que además queda reflejada en las palabras de una persona que padece una Enfermedad Mental Grave (a partir de ahora EMG): “Se enferma del cerebro, igual que se enferma de otra parte del cuerpo”.
Si somos capaces de que el enfermo acepte su situación, podemos centrar nuestras inquietudes hacia el exterior, con el propósito de mitigar los daños que produce la estigmatización de los afectados por este tipo de afecciones, a la que hemos hecho referencia al inicio de este artículo, cuyos tentáculos repercuten muy negativamente en la evolución y recuperación del enfermo, hasta el punto de que, anunciar esta patología en sociedad, avergüenza a quien la padece. Unas veces por el desconocimiento, y otras por la vergüenza a que se sepa que estamos afectados por esta enfermedad, nos encontramos con que muchos enfermos mentales no están diagnosticados correctamente, por consiguiente sin tratamiento.
Es necesario que se sepa que, no acudir a los centros sanitarios cuando se aprecian comportamientos que puedan generar sospechas de la existencia de esta enfermedad, es un error, cuyas consecuencias no podemos valorar, pero sí intuir. Insisto, en que el desconocimiento generalizado de la consecuencias que acarrea esta patología, aumenta los mitos e ideas erróneas que parte de la sociedad sostiene sobre las enfermedades mentales, lo que perpetua los estereotipos negativos hacia ella.
Llegados a este punto, además de todo lo anteriormente citado, podemos añadir que ser voluntario en salud mental, ayuda a transformar la visión que la sociedad tiene sobre todo lo que rodea a este mundo, contribuyendo a reducir el alto grado de soledad de las personas atendidas e influyendo directamente en el entorno social del paciente, ya que este tipo de sintomatología provoca un tremendo desgaste, por la continua carga de atenciones que exige esta enfermedad, lo que ocasiona sensaciones de hastió y cansancio. Como vemos, la aportación de este tipo de acciones por parte del voluntariado, genera espacios de independencia –por ende, de descanso- en la relación entre enfermo y cuidadores, procurando resultados beneficiosos a ambas partes. Y, sobre todo, eliminando esa sensación de soledad que invade a las personas atendidas y al entorno del paciente, puesto que por medio de los voluntarios, el atendido se siente acompañado, y como veremos más adelante, escuchado y comprendido. Es importante resaltar que, mediante la creación de este nexo entre paciente, entorno y voluntario, la figura de este último, se hace imprescindible.
Para cerrar esta cuestión, y no por ello menos importante, tenemos que reflejar que ser voluntario en dicha rama, ofrece a la persona atendida una nueva forma de relación con el entorno, con la posibilidad de iniciar un modelo vital diferente que sea mucho más enriquecedor. Es decir, el paciente descubre que hay otras formas de enfocar la vida, de afrontar las dificultades y de interpretar la realidad.
¿Qué perfil debe cumplir la persona voluntaria en salud mental?
Una de las cualidades más importantes para desarrollar este tipo de voluntariado reside en disponer de una gran madurez emocional a nivel personal. La estrecha relación con situaciones críticas puede generar instantes de tensión entre paciente y voluntario, lo que, a su vez, puede provocar una inestabilidad emocional en este último, que a la larga puede ser un factor de alerta, que incluso puede descompensar la concordancia lograda. Por lo tanto, hay que tener en cuenta que vivir experiencias estresantes como las se producen entre el voluntariado y las personas con EMG, puede ser nocivo para el equilibrio emocional. Un hecho, sin lugar a dudas, del que se desprende, que para ejercer este tipo de actividad es necesario estar en un buen momento vital, sin rupturas, procesos de duelo, adicciones a sustancias tóxicas, ni diagnóstico psiquiátrico.
Al mismo tiempo, otra característica igual de importante que la mencionada anteriormente, será cumplir con un perfil de voluntario basado en la discreción y la confidencialidad. Conceptos que, sumados a la inquietud permanente de querer formarse, imposibilitan que los estereotipos negativos aumenten. Los voluntarios tienen y deben ser coherentes con el compromiso adquirido, ya que muchos de las personas diagnosticadas de una EMG están habituadas al abandono, por lo tanto, desde este colectivo hay que intentar romper con este estigma y hacer que el paciente nos vea, a nosotros, los voluntarios, como un pilar fundamental en su día a día.
Por último, para terminar con la descripción del perfil del voluntario, decir, tan solo de pasada, que el voluntario deberá mantener siempre una actitud de servicio y amabilidad sin caer nunca en el paternalismo y en una no-autonomía de la persona enferma.
¿Puedo conocer el diagnóstico del paciente?
En esta parcela de competencia, el voluntariado tiene que ser sumamente cuidadoso y celoso de sus restricciones, teniendo siempre muy claro que su actividad se desarrolla siempre dentro del marco estrictamente limitado de la compañía de PERSONAS enfermas, en su totalidad; de la especificidad de la enfermedad ya se encargan los profesionales, y si es necesario que el voluntario conozca alguna información relevante, los profesionales de la unidad al cuidado del paciente ya se lo harán saber, indicándole la dirección necesaria para los casos consultados.
¿Cómo debo tratarle?
Es una salvedad decir que el trato que debe dispensar a los enfermos, tiene que ser de máxima normalidad. Tiene que ser como el trato ofrecido a cualquier persona. Quiero incidir en este apartado, puesto que considero que esta es la gran labor del voluntariado con personas que sufren un trastorno mental. Como ya hemos hecho referencia al principio, para ir eliminando los estigmas y prejuicios que supone esta patología, es necesario tratar con la mayor dignidad y normalidad posible a estos pacientes, ya que cualquier trato que difiera de este elemental compromiso, será un retroceso, tanto para el paciente como para la intencionalidad del Proyecto de Ley 2015, donde se apuesta por la calidad en este tipo de relación, voluntario-paciente.
¿Y si se pone agresivo o hace “cosas raras”?
Los estudios demuestran que en los centros psiquiátricos no hay más índice de agresividad que en la población. Siendo esto así, cuando el enfermo muestre comportamientos violentos o agresivos, el voluntario tiene que saber que no está solo. Su labor se desarrolla en el marco de una institución que cuenta con profesionales y los protocolos adecuados a este tipo de situaciones.
¿Les puedo besar o abrazar?
Teniendo en cuenta que las personas que padecen una enfermedad mental, a menudo, confunden la intensidad de las relaciones, la siguiente pauta puede ser útil: besos y abrazos al saludarnos, para darnos la bienvenida y para despedirnos.
¿Es peligroso llevarles la contraria?
No hay peligrosidad ninguna, dentro de unas pautas normalizadas, sino que, incluso, puede resultar saludable llevarles la contraria si nos percatamos de que no lleva la razón.
¿Qué decir cuando dicen cosas extrañas o irreales?
Cuando el paciente sufra episodios de delirio o insista en mantener ideas extrañas, lo más aconsejable, para estos casos, es aplicar el principio de realidad: “…Yo no lo veo así. Esto que me dices puede ser fruto de la enfermedad, ¿Por qué no lo comenta con su psicólogo-psiquiatra?” Seguidamente intenta entretenerle con una nueva actividad o conversación.
¿Puedo darle mi número de teléfono o dirección?
En todo momento hay que evitar dar datos personales a los enfermos, tal como pueden ser el número de teléfono, dirección, etc. A veces es difícil negarse a su demanda, pero si no lo hacemos estaremos creando unas expectativas en el paciente mucho más complicadas de reajustar.
En muchas ocasiones, una vez que el periodo inicial de contacto entre voluntario y paciente ha pasado, por ejemplo, transcurridas tres semanas, nos asalta la duda de si avanzamos o no; si vamos por el camino correcto o la relación se ha estancado. Es entonces cuando nos surgen preguntas del estilo ¿merece la pena el trabajo que estoy realizando?
No hay que perder de vista los estudios que determinan que las enfermedades mentales deterioran las habilidades sociales de los pacientes, así como, el empeoramiento que se produce dentro del entorno de quien las padece. Además, las personas que sufren un trastorno mental severo, como ya hemos mencionado anteriormente, han sido muy estigmatizadas, excluidas, rechazadas por la sociedad, con lo cual, inconscientemente, ellos mismos levantan una pantalla que les protege y aisla para evitar más sufrimiento. Ante estas situaciones, date un tiempo para ganarte su confianza. Los plazos temporales tienen que pasar a un segundo plano, porque a los pacientes les cuesta comprender que existen personas solidarias que se acercan de forma altruista a los que padecen este tipo de necesidades, sin pedir nada a cambio. Este término, a veces, es incluso difícil de comprender, no tan sólo por los enfermos, sino también por aquellas que nos consideramos “normales”.
¿Cómo debo dirigirme a ellos?
Como voluntario, eres ejemplo de comportamiento, por lo tanto debes guardar las formas. Esta es una de las facetas más importantes en este tipo de relaciones. Solicitar las cosas, agradecer las atenciones dispensadas, mantener una conducta educada, deben de ser las pautas a seguir para que la relación discurra por unos cauces correctos dentro de la problemática existente.
¿Hasta dónde debe llegar el compromiso de mi ayuda?
En este apartado tenemos que tener en cuenta, que todo lo que pueda hacer el usuario por sí mismo, debe hacerlo él por sí solo. De esta forma, aumentamos y potenciamos su autonomía. Aspecto, por otro lado, fundamental para su rehabilitación. A todos nos gusta sentirnos útiles, pero para eso no es necesario hacer a los otros inútiles, discapacitados ni dependientes.
Una vez que las relaciones entre paciente y voluntario se han consolidado, pueden surgir dudas a la hora de dedicar más o menos tiempo a los pacientes. Si el número de atenciones, es tal, que desborda a los voluntarios, hay que intentar parcelar concienzudamente la atención otorgada a cada paciente, sin dispersarse con los demás. No podemos olvidar la exclusividad que exigen los enfermos, más los mentales, a la hora de ser atendidos. ¿Qué pauta seguir en estas circunstancias?
Muchos enfermos necesitan sentirse exclusivos, auto adjudicándose por su cuenta la atención continuada de un voluntario. Ante esta posibilidad, hay que intentar hacerles descubrir la generosidad del voluntariado a la hora de compartir la atención entre todos, extendiéndola entre todos los usuarios, sin distinción alguna. Hazle ver, que cuando estás con él, estás centrado en él y sólo en él. En ese momento él es el centro de la relación, sin derivar nuestra atención a ningún otro paciente.
Todos los voluntarios somos voluntarios de todos los usuarios, por lo tanto ten presente que ningún usuario es propiedad privada, por muy buena relación que tengáis, ese usuario no es “tuyo” (es “suyo”, de sí mismo).
Conforme pasa el tiempo y me involucró mucho más en el conocimiento y el manejo de estos enfermos, replanteándome de nuevo, el sentido y la utilidad de mi labor ante personas gravemente afectadas por esta enfermedad.
A lo que nos tenemos que contestar, que todas, absolutamente todas las personas que pasan por nuestro centro tienen grandes capacidades, tanto los profesionales como los hermanos, los compañeros y voluntarios y muy por encima de todos ellos, los usuarios que tienen, entre otras, la capacidad de dejarse ayudar, de acogernos a nosotros y a nuestras “circunstancias”. No lo olvides, todos y todas tenemos capacidades, intenta descubrirlas. Se siempre positivo, encuentra lo positivo de cada vivencia, de cada relación.
¿Puedo aceptar los regalos de los familiares o usuarios?
Bajo ningún concepto hay que aceptar compensaciones económicas por tu trabajo como voluntario. Si alguien quiere ser agradecido con colaboraciones económicas derívalo a la Obra Social, desde allí se destinará la ayuda al proyecto más necesitado.
¿Y hacerlos?
No hagas regalos. Si te apetece ofrecer algo, que sea con un motivo especial. Lo más adecuado es comentarle la idea a algún profesional que te supervise (auxiliar, monitor, educador, etc.). Entre todos encontraremos la mejor opción.
A menudo me piden tabaco, dinero…
No accedas a las demandas de tabaco, u otras cosas. Puede haber recomendaciones terapéuticas que no conozcas. Cuando se dé la situación clarifícale al usuario que tú estás allí para hacerle compañía, charlas, jugar… pero no puedes hacer este tipo de regalos.
¿De qué podemos hablar?
Sobre todo, hay que intentar que las conversaciones no se encaminen hacia la enfermedad del paciente, ni a la relación con su entorno familiar. Escuchar al usuario y dejarle comunicarse, son los pilares en los hay que fundamentar y consolidar la relación entre voluntario y paciente. Al hilo de esto, otra pauta a seguir, es no minimizar su sufrimiento con frases del tipo; “eso no es nada”, “te vas a curar”, “pronto saldrás de ahí”. Ponte en su piel, y recuerda lo mal que sienta cuando sientes dolor que te digan que no es para tanto. Eso no quiere decir que digas si a todo y que accedas a todo tipo de demandas y peticiones. Podéis hablar de lo que ha hecho a lo largo de todo el día, de las noticias de actualidad, de las actividades festivas más cercanas, de hobbies… Pero principalmente podéis hablar de lo que quiera el paciente; ¿De qué quieres hablar? ¿Te gustaría hablar de…?
¿Y si no quiere hablar?
Si el usuario no quiere comunicarse, tan solo estar en silencio, siéntate a su lado, hazle saber con un mero gesto que estás ahí y disfruta de su compañía en silencio. Te podrá parecer que pierdes el tiempo, pero ¿crees que para alguien que se siente solo, el hecho de sentirse acompañado aunque no tenga ánimo de no hablar no es importante? Puedes concentrarte en tu respiración o en cómo estás viviendo esa situación a nivel de cuerpo, emociones que te genera, pensamiento… Entra en la magia del silencio.
¿Qué hacer ante una fuga?
Ante una fuga, no sufras, comunícalo de inmediato al guarda de seguridad y a la unidad o la centralita, y sobre todo intenta relajarte, no es nada grave. Los protocolos para este tipo de comportamientos, se activan sin reserva ninguna.
Me gustaría tener un recuerdo de los pacientes, ¿nos podemos hacer fotos?
Por respeto a los usuarios y al personal, no realices fotografías ni grabaciones, ni tan siquiera con el teléfono móvil. Tienes la obligación de guardar la intimidad de este tipo de relaciones, intentando una integración sin publicidad a la realidad cotidiana, posibilitando la desestigmatización de prejuicios que sean confusos. Por eso, hay que ser muy cuidadosos para que ninguna de las características de la relación entre paciente y voluntario salga a la luz pública bajo ninguno de los medios mencionados.
Para concluir este pequeño guión sobre las relaciones entre este tipo especial de voluntariado y los enfermos mentales, a modo de resumen, podemos afirmar que el contexto social planteado en este siglo XXI necesita la responsabilidad de sus ciudadanos y éstos, a su vez, reclaman un papel cada vez más activo en la solución de los problemas que afectan a este tiempo.
Esta creciente responsabilidad social conduce a una parte de la ciudadanía, mediante el vehículo del altruismo, a desempeñar un papel cada vez más importante en el diseño y la ejecución de actuaciones dirigidas a la erradicación de situaciones marginales, además de intentar crear una sociedad solidaria en la que todos sus ciudadanos gocen de una calidad de vida digna. Una manifestación fundamental de esta iniciativa social la constituye el voluntariado, conceptuado bajo la expresión de la solidaridad desde la libertad y el altruismo.
En el caso que nos atañe, nos hemos centrado en el voluntariado dedicado al ámbito de la Salud Mental. Un voluntariado especial debido a la estigmatización, el desconocimiento y los prejuicios que rodean a esta desconocida enfermedad, fuera del campo sanitario. La intencionalidad de este trabajo no es otra, que aportar una especie de guía de comportamiento, mediante una serie de pautas conseguidas a través de una serie de cuestiones generadas por las dudas más elementales que pueden asaltar al nuevo voluntariado, en un intento de lograr, sobre todo, la desestigmatización de los prejuicios mencionados en el artículo y que todavía rodean a esta patología. Una de las soluciones es considerarla como una enfermedad más, para posibilitar la integración de los que la padecen dentro de la sociedad. Eso sí, incidiendo más en la calidad que en la cantidad, tal y como recoge el Proyecto de Ley del Voluntariado de marzo de 2015.
Ahora te toca a ti: si te sientes con fuerzas, y crees estar preparado… Lánzate y sumérgete en ser voluntario, vivirás una experiencia única e irrepetible.