El síndrome de intestino irritable (SII), conocido popularmente como colon irritable, es una afección gastrointestinal que afecta a millones de personas en todo el mundo. A pesar de su prevalencia, el SII sigue siendo un tema confuso para muchos, por lo que intentaremos esclarecer sus características e implicaciones.
¿Qué es el SII?
El SII es un trastorno crónico del tracto gastrointestinal que tiene un origen funcional, es decir, que no se asocia con un daño estructural del intestino. Se define según los criterios de Roma IV por la presencia de dolor abdominal persistente que se asocie a al menos dos características de las siguientes: presentar una relación con la defecación, asociar cambio en la frecuencia de las deposiciones, o asociar cambio en la consistencia de las deposiciones.
Además de esos síntomas pueden aparecer la distensión abdominal y los gases, que son parte de la sintomatología más común. El punto clave es que no hay daño físico en el intestino, por lo que no representa un riesgo significativo para la salud física ni está asociado con un mayor riesgo de desarrollar complicaciones graves. A pesar de ello, los síntomas del SII pueden ser debilitantes y afectar significativamente la calidad de vida de quienes lo padecen.
Causas y factores de riesgo
Aunque la causa exacta del SII no se comprende completamente, se cree que una combinación de factores genéticos, ambientales y psicológicos puede desempeñar un papel en su desarrollo. Los desequilibrios en la microbiota intestinal, la sensibilidad visceral y la disfunción del sistema nervioso entérico también se han implicado en su fisiopatología.
El papel de las emociones
El SII y las emociones están intrínsecamente conectados. Por un lado, el estrés, la ansiedad y la depresión pueden desencadenar o exacerbar los síntomas del SII. Por otro lado, los propios síntomas digestivos del SII pueden a su vez afectar el estado de ánimo, la autoestima y la calidad de vida de la persona que lo padece. Esto crea un círculo vicioso difícil de romper y un gran desafío para los pacientes, donde el manejo de las emociones es fundamental para controlar el problema. Ello puede incluir técnicas de relajación como la respiración profunda, la meditación o el yoga, así como la práctica de actividades recreativas. Buscar apoyo emocional a través de terapia psicológica o grupos de apoyo también puede ser beneficioso.
Dieta y SII
La dieta juega un papel fundamental en el manejo del SII. Algunos alimentos y bebidas pueden desencadenar síntomas del SII, mientras que otros pueden proporcionar alivio. En este sentido, la dieta baja en FODMAPs (“Fermentable Oligosaccharides, Disaccharides, Monosaccharides And Polyols” en inglés, que se refiere a diferentes tipos de carbohidratos fermentables que se encuentran en ciertos alimentos) se ha generalizado popularmente como guía para la nutrición de estos pacientes. Sin embargo, es importante conocer que no existen recomendaciones universales, y que la identificación de los desencadenantes individuales y la supervisión por profesionales a la hora de modificar la dieta son fundamentales. Hay que tener muy presente que las alteraciones no supervisadas de la alimentación pueden afectar significativamente la relación de una persona con la comida, con el riesgo implícito de desarrollar trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Por ello es fundamental que las personas con SII reciban una atención integral que aborde tanto los síntomas gastrointestinales como los aspectos emocionales y nutricionales de esta patología.
La disbiosis, o desequilibrio en la composición y función de la microbiota intestinal, es una característica común en muchos pacientes con SII. Se ha observado que estos pacientes tienen una menor diversidad microbiana, así como cambios en la cantidad de ciertas bacterias en comparación con individuos sanos. Estas alteraciones pueden contribuir a la inflamación, la hipersensibilidad visceral y la disfunción motora asociada con el SII. Teniendo esto en cuenta, se están explorando diversas estrategias terapéuticas dirigidas a restaurar el equilibrio microbiana, que incluyen el uso de probióticos, prebióticos y antibióticos específicos para modular la composición y función de la microbiota.
El estigma del SII
El estigma que enfrentan los pacientes con SII es un aspecto importante pero a menudo subestimado de la enfermedad. A pesar de ser una afección médica legítima, los pacientes con SII pueden enfrentarse a la falta de comprensión, el escepticismo y el estigma por parte de la sociedad en general, incluidos algunos profesionales de la salud. Debido a la falta de marcadores objetivos para el diagnóstico de este síndrome, la variabilidad en los síntomas y las lagunas de conocimiento que todavía nos quedan por llenar, algunas personas pueden considerarlo como una enfermedad “imaginaria” o “psicológica”, llevando a minimizar los síntomas del paciente y a un trato injusto. Esto a menudo conlleva que algunos pacientes eviten o retrasen la atención médica por temor al juicio, llevando a un subtratamiento de los síntomas y a un empeoramiento de la calidad de vida del paciente.
Conclusión
En conclusión, el síndrome de intestino irritable es una condición gastrointestinal compleja que puede tener un impacto significativo en la vida diaria de quienes lo padecen. Es fundamental abordarlo de forma multidisciplinar, con la implicación de gastroenterólogos, nutricionistas y psicólogos, promoviendo además la educación y el apoyo hacia los pacientes afectados. De esta forma, muchas personas pueden encontrar formas de manejar los síntomas del SII y llevar una vida plena y satisfactoria.
AUTORES
Ainara Baines García. Médico Adjunto de Aparato Digestivo en el Hospital Reina Sofía. Tudela.
Miriam Royo Álvarez. Médico Residente. Unidad de Cuidados Intensivos. Hospital Universitario Miguel Servet. Zaragoza.
Miriam Bragado Pascual. Médico Residente de Aparato Digestivo en el Hospital Gregorio Marañón. Madrid.
Arantxa Díaz Gómez. Médico Adjunto de Aparato Digestivo en el Hospital Reina Sofía. Tudela.
Paula Saralegui González. Médico Residente de Aparato Digestivo en el Hospital Gregorio Marañón. Madrid