Llega el invierno y con él las bajas temperaturas. El frío intenso es un importante problema de salud, algunas veces algo olvidado desde el punto de vista médico. Posiblemente, porque sus efectos indeseables no son tan llamativos como los producidos por el calor. Las molestias derivadas del frío no tienen un efecto inmediato sobre las personas y en muchas ocasiones, sus primeros síntomas aparecen a los pocos días de habernos expuesto a bajas temperaturas.
La mortalidad de un día de invierno, con relación a uno de verano, se incrementa de manera global en un 15%.
El frío extremo provoca efectos en la salud de manera directa, ocasionando hipotermias y congelaciones. Sin embargo, estas situaciones representan sólo una pequeña parte del incremento de morbilidad y mortalidad asociadas a las bajas temperaturas.
Se producen cambios en el organismo derivados de la disminución de las defensas, que facilitan la aparición de enfermedades como bronquitis, gripe o neumonías y se agravan las enfermedades crónicas (sobre todo cardíacas y respiratorias, que son las responsables fundamentales del aumento de mortalidad). Procesos catarrales que en su origen son leves, pueden complicarse porque la capacidad funcional respiratoria y cardiaca de las personas mayores es más reducida.
La frialdad nos hace mantener los músculos contraídos porque nuestro cuerpo sufre un descenso térmico, haciendo que en muchos casos suframos contracturas y dolores musculares. Es entonces cuando el organismo echa mano de sus reservas de energía, respondiendo con un encogimiento del cuerpo que busca preservar el calor, con escalofríos y erizamientos del pelo.
Además, el frío intenso facilita los accidentes, tanto de tráfico como por caídas, debido a la formación de placas de hielo. Conviene extremar la precaución en las calles ya que un elevado porcentaje de lesiones relacionadas con el frío tienen que ver con caídas al resbalar sobre el suelo. Esto es de especial importancia en el caso de las personas mayores, cuyos huesos son muy frágiles y en los que una caída puede suponer una fractura casi segura.
Como siempre, más vale prevenir que curar
En invierno se sale poco de casa, existiendo el peligro de una inmovilidad excesiva. Las articulaciones y los músculos que no trabajan se endurecen, y pueden conducir a una torpeza de difícil recuperación.
No renuncie a pasear
Camine diariamente, por terreno llano, llevando una marcha rítmica y utilizando calzado cómodo.
Salir a pasear es muy saludable pero en horas que no sean de digestión y cuando la temperatura ambiental sea más suave, evitando, en la medida de lo posible, los cambios bruscos de temperatura. Si el tiempo se lo impide, camine por dentro de casa.
Abríguese bien
El uso de ropa debe ser adecuado: prendas sueltas, ligeras, calientes e impermeables, se aconseja llevar varias “capas de ropa” y no prendas apretadas, para facilitar la circulación periférica.
Usar guantes, gorras, sombreros, bufandas y calcetines de lana, pues hay que recordar que la mayor parte del calor del cuerpo se pierde por la cabeza, manos y pies.
El calzado debe ser caliente, resistente al agua y antideslizante. En caso de lluvia debemos mantenerlos secos, recordando que el agua y la humedad enfrían el cuerpo rápidamente.
Active su circulación
El frío frena la circulación de la sangre y pone en peligro a personas que sufren isquemias y otros problemas de corazón o que tienen menos riego sanguíneo en sus extremidades. Abrigue sus pies con calcetines gruesos de algodón o de lana. Mantenga una exquisita higiene diaria. No aplique calor directo a los pies y piernas. Preserve las manos del contacto con el agua fría, utilizando guantes de goma.
Realice actividades de la vida doméstica en las que sea preciso la utilización de los miembros superiores e inferiores. Haga sencillos ejercicios de gimnasia.
Los problemas de hipotermia pueden producirse en personas con movilidad reducida debido al Parkinson, fracturas o hemiplejías por trombosis cerebral, Alzheimer o ciertos grados de demencia donde no hay conciencia de la sensación de frío.
En personas que tienen que estar quietas, se deben extremar los cuidados.
Cuide su dieta
Debemos controlar el peso, manteniendo una dieta sana y equilibrada.
El frío hace que aumenten las necesidades calóricas y por tanto el consumo de alimentos. Conviene hacer comidas frecuentes y de pequeña cantidad, que aporten la energía necesaria (legumbres, sopa de pasta etc) sin renunciar a una alimentación variada (verduras, fruta, carne, huevos, pescado, cereales, leche etc…). A lo largo del día y antes de acostarse, el tomar una taza de alguna bebida caliente ayuda a mantener la temperatura corporal y es muy reconfortante.
En contra de lo que pueda parecer, el consumo de alcohol produce un efecto vasodilatador que hace que el cuerpo pierda calor y resulte negativo.
Cuide el aislamiento
Es fundamental conseguir un buen aislamiento térmico de la vivienda, evitando las corrientes de aire y las pérdidas de calor por puertas y ventanas. Procure que la temperatura no baje de 20º.
No hay que pretender estar en mangas de camisa. El tener 21-22 grados debería ser suficiente para estar cómodos. Si el sistema de calefacción es inexistente o insuficiente no habrá más remedio que abrigarse con todas las prendas que sean necesarias para mantener la temperatura corporal, procurando no estar sentado o quieto durante mucho tiempo.
Por otra parte, se debe tener sumo cuidado con los braseros y con las estufas de leña y gas, para evitar riesgos de incendios o de intoxicación por monóxido de carbono. Hay que asegurarse de que funcionan bien antes de ponerlas en marcha y de que las salidas de aire no están obstruidas. No se arrime mucho a las fuentes de calor pues podría quemarse.
Procure no aislarse
Al quedarse en casa, las personas mayores pueden encontrarse solas. Prescindir del contacto con otras personas, supone renunciar a la insustituible fuente de salud que supone la compañía.
Prevenga el aislamiento manteniendo visitas con la familia y los amigos o haciendo uso del teléfono.
Para finalizar tener en cuenta
- Los mecanismos de respuesta al frío de una persona mayor no difieren de los que posee un joven; pero en el caso de los mayores, la capacidad de termorregulación y la respuesta al frío es más lenta, por lo que son más susceptibles a sus efectos.
- Los grupos más vulnerables entre las personas mayores, son las que padecen dolencias crónicas cardiorrespiratorias y otros problemas como alcoholismo y movilidad reducida. La edad no es el problema, sino los problemas de salud que se tengan.
- De todas formas, la realidad es que hay un fenómeno de adaptación y de aclimatación de la gente al entorno en que vive. Los hábitos de vida y alimenticios, los diferentes tipos de vivienda, así como las costumbres sociales, hacen que una misma baja temperatura tenga una repercusión menor en la salud de unas poblaciones respecto de otras.