Funciones Ejecutivas y Conductas de Riesgo


Esperanza Bausela Herreras. Profesora Titular de Universidad de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad Pública de Navarra. Experta online en Psicooncologia por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Investigadora principal del Grupo de Investigación “Funciones Ejecutivas: Psicología, Música y Salud mental”. Departamento de Ciencias de la Salud. Universidad Pública de Navarra.

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Los adolescentes muestran grandes diferencias en sus comportamientos de riesgo, que dependen tanto de su personalidad como de sus habilidades cognitivas. Un desarrollo aún inmaduro del cerebro – especialmente en la zona del córtex prefrontal – puede estar detrás de estas conductas de riesgo.

Los comportamientos de riesgo implican importantes peligros y pueden tener efectos a largo plazo, como probar drogas, alcohol o tabaco o adoptar un comportamiento físico temerario (conducción sin respetar los límites de velocidad, lanzarse a la piscina desde un tercer piso en un hotel durante las vacaciones fin de bachillerato…).
La adolescencia es un período crítico del desarrollo humano caracterizado por un aumento de los comportamientos de riesgo, los cuales se han asociado con el proceso de maduración de las funciones ejecutivas.

Las funciones ejecutivas son procesos cognitivos críticos que permiten a las personas planificar, enfocar la atención en una tarea, recordar instrucciones y gestionar múltiples tareas con éxito, entre otras funciones. Durante la adolescencia, estas funciones (dependientes fundamentalmente de la maduración de la corteza prefrontal) aún se están desarrollando.
El desarrollo de las funciones ejecutivas está estrechamente vinculado a la maduración de la corteza prefrontal.
La edad y la maduración biológica influyen positivamente en las funciones ejecutivas en los adolescentes aunque con efectos distintos según los diferentes componentes y el sexo.
Los estudios han encontrado que las adolescentes tienden a mostrar una mayor aversión al riesgo en comparación con los chicos, un patrón que no se observa en los niños más pequeños. Esta brecha de sexo en las preferencias de riesgo emerge en la adolescencia temprana y está asociada con habilidades cognitivas y funciones ejecutivas.

Las posibles diferencias entre sexos en el desarrollo de las funciones ejecutivas podrían explicarse por las diferencias en el momento y la velocidad de la maduración biológica, así como por los procesos hormonales subyacentes, como destacan diferentes investigadores de Bélgica. Las mujeres suelen madurar antes que los hombres, por lo general, las mujeres comienzan el período adolescente alrededor de los 10–11 años, mientras que los hombres lo hacen aproximadamente a los 11.5 años. Esta diferencia en el momento de la maduración también es visible con un aumento de la materia gris frontal, que alcanza su punto máximo a diferentes edades según el sexo (11.0 años en las mujeres y 12.1 años en los hombres).
El patrón de interacción entre la edad y la maduración biológica difiere entre los distintos componentes de las funciones ejecutivas y entre ambos sexos. La inhibición y la memoria de trabajo se ven claramente afectadas por el momento y el ritmo de la maduración biológica, mientras que el efecto sobre la planificación y la flexibilidad cognitiva fue mínimo.
Durante la adolescencia se producen cambios significativos en el funcionamiento ejecutivo que pueden coincidir con el inicio y la progresión de la pubertad.

Maduración temprana e impulsividad

Los resultados de un estudio desarrollado en la Universidad de Fordham destacan que una maduración temprana se asocia con un aumento más rápido de las habilidades de atención durante la adolescencia, tanto en niños como en niñas. Además, la maduración temprana predice un peor autocontrol en las niñas pero no en los niños.
Entender la relación entre las funciones ejecutivas y los comportamientos de riesgo en los adolescentes es crucial para desarrollar intervenciones efectivas y programas de prevención.
Las diferencias individuales en las funciones ejecutivas, como la toma de decisiones y el control de los impulsos, son predictores significativos de los comportamientos de riesgo. Así, por ejemplo, la relación entre las funciones ejecutivas y la impulsividad es compleja en la adolescencia. La búsqueda de sensaciones en los adolescentes no necesariamente puede indicar un déficit ejecutivo. La impulsividad está fuertemente relacionada con comportamientos de riesgo (por ejemplo, comprar sin valorar su necesidad).
La memoria de trabajo en los adolescentes se desarrolla progresivamente con la edad, pudiendo estar influida por factores diversos como el ejercicio físico, siendo fundamentales para el rendimiento académico en la etapa educativa y para el rendimiento laboral en el ámbito profesional posteriormente.
La disfunción ejecutiva en los adolescentes se ha asociado con un mayor riesgo de trastornos por consumo de sustancias y con una mala calidad del sueño, entre otros. Estas conexiones sugieren que la disfunción ejecutiva podría mediar la relación entre el sueño deficiente y el consumo problemático de sustancias, destacando posibles objetivos para intervenciones preventivas dirigidas hacia ellas.
La función ejecutiva es esencial para una conducción segura (actividad en la que se inician los jóvenes recién cumplidos los 18 años), ya que implica habilidades como la inhibición de respuestas, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva.

Estas habilidades permiten a los conductores adaptarse a situaciones cambiantes y tomar decisiones informadas al volante.
Los déficits en la función ejecutiva son un predictor significativo de las conductas de riesgo en la adolescencia. Abordar estos déficits mediante intervenciones específicas podría ayudar a reducir la participación en comportamientos de riesgo (por ejemplo, “balconing” que ocurre habitualmente en zonas turísticas y que ha sido publicado en Injury), mejorando así los resultados en salud.

En conclusión, las funciones ejecutivas desempeñan un papel fundamental en la regulación de los comportamientos de riesgo durante la adolescencia – un período de vulnerabilidad y al mismo tiempo de oportunidad -.
Comprender esta relación puede contribuir al diseño de intervenciones específicas que ayuden a reducir la participación en conductas peligrosas, fomentando, una toma de decisiones más saludable en esta etapa clave del desarrollo.

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AUTORA:

Esperanza Bausela Herreras. Profesora Titular de Universidad de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad Pública de Navarra. Experta online en Psicooncologia por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Investigadora principal del Grupo de Investigación “Funciones Ejecutivas: Psicología, Música y Salud mental”. Departamento de Ciencias de la Salud. Universidad Pública de Navarra.