Intolerancia a la lactosa


Blanca Martínez de Morentin Aldabe

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La lactosa, el llamado azúcar de la leche, está presente en todas las leches de los mamíferos, en sus derivados (queso, yogures, cuajada, etc), en algunos alimentos preparados e incluso en fármacos. Este hidrato de carbono está compuesto a su vez por dos azúcares sencillos: la glucosa y la galactosa.

La lactosa no puede ser absorbida como tal en el intestino, sino que necesita ser desdoblada en sus dos componentes más simples. Esto lo lleva a cabo una enzima – la lactasa-, producida por la mucosa del intestino delgado. Cuando el cuerpo no produce suficiente lactasa; es decir, cuando hay un déficit de esta enzima, la lactosa no puede ser digerida y su presencia en la luz intestinal puede provocar síntomas digestivos. Es lo que se conoce como intolerancia a la lactosa.

No hay que confundir la intolerancia a la lactosa con la alergia a la leche. No es lo mismo. Los alérgicos tienen alergia a las proteínas de la leche, mientras que los intolerantes no tienen ningún problema con estas proteínas, sino con el azúcar natural de la leche.

Aproximadamente un 15% de la población española es intolerante a la lactosa, aunque no existen cifras oficiales, ya que un alto porcentaje no está diagnosticado. Simplemente sufre trastornos en la digestión tras la toma de la leche y dejan de consumirla porque les “sienta mal”. Por lo que la población real de intolerantes es mayor.

Diferentes tipos de intolerancia a la lactosa

La más rara es la que se presenta desde el nacimiento, que se denomina intolerancia congénita. En estos casos, se presenta intolerancia incluso a la leche materna, por lo que los bebés requieren ser alimentados con fórmulas especiales libres de lactosa.

Desde el nacimiento y hasta la infancia, el cuerpo produce grandes cantidades de lactasa, debido a que la leche es la base de la alimentación. Más tarde, al hacerse la alimentación más variada, la cantidad de lactasa en la mucosa intestinal irá disminuyendo con la edad y puede llegar un momento en que haya problemas para digerir la lactosa. Es lo que se llama intolerancia primaria.

La intolerancia secundaria ocurre después de una operación quirúrgica o tras algunas enfermedades que dañan la mucosa intestinal, como la enfermedad celíaca no controlada, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, diarreas, etc. En estas situaciones hay una disminución de la producción de lactasa. Este tipo de intolerancia es transitoria.

Los síntomas que aparecen en una persona con intolerancia se deben a que la lactosa no absorbida en el intestino delgado llega hasta al grueso y allí es fermentada por las bacterias de la flora intestinal, produciendo hidrógeno y otros gases. Generalmente se presentan de quince minutos a dos horas después de haber ingerido algún alimento con contenido lácteo. Estos síntomas incluyen diarrea (siendo ésta la más frecuente), náusea, dolores abdominales, inflamación y gases. Desaparecen entre tres y seis horas más tarde.

Existen algunas pruebas para ayudar al diagnóstico: la historia dietética que relacione la ingesta de lactosa con los síntomas, el ensayo de dieta restringida en lactosa, observándose la desaparición de los síntomas, el test de hidrógeno espirado, el test de tolerancia a la lactosa y la biopsia del intestino delgado.

Tratamiento

Las molestias se alivian reduciendo o suprimiendo el consumo de alimentos lácteos. Muchas de las personas que la padecen son capaces de tolerar una cantidad pequeña de leche sin presentar síntomas, especialmente cuando los productos lácteos se consumen con otros alimentos o mezclados en comidas. En estas personas, el consumo regular de leche, en pequeña cantidad o incluso incrementándola de forma lenta y progresiva, puede mejorar la tolerancia. También pueden consumir las leches deslactosadas. Estas leches han sido sometidas a un proceso enzimático que desdobla la lactosa en glucosa y galactosa. Los quesos sólidos son también bien tolerados porque presentan un menor contenido de lactosa, así como los yogures y otras leches fermentadas, gracias a la fermentación producida por las bacterias acidolácticas. Existen también productos enzimáticos para agregar a la leche, que disminuyen la cantidad de lactosa en los productos lácteos.

La lactosa se puede encontrar también en numerosos alimentos como un ingrediente secundario. También se suele utilizar como excipiente en numerosos medicamentos. Las personas que presenten una intolerancia importante a la lactosa deben revisar el listado de excipientes que contienen los medicamentos y el etiquetado de los alimentos.

Lo importante es consultar con el médico siempre que aparezcan síntomas, para que éste realice un adecuado diagnóstico. Nunca conviene dejar de tomar leche o sus derivados porque “sientan mal”, ya que la falta de leche en la dieta puede conducir a un déficit de calcio, vitamina D, riboflavina y proteínas. Deberá ser un profesional el que dé las pautas necesarias para evitar estos problemas.