La anestesia y el paciente fumador


Blanca Romero Íñiguez. FEA Anestesiología y Reanimación. Hospital Universitario Miguel Servet. Zaragoza.

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A pesar de los riesgos conocidos por la población y del cambio en las leyes, que cada vez hacen más complicado el consumo de tabaco en diferentes ámbitos, el número de fumadores sigue siendo importante. Aproximadamente, un tercio de los pacientes que se van a someter a una cirugía fuman. Aunque es frecuente que la intervención sea consecuencia del hábito tabáquico, como la resección de un cáncer de vejiga o un cáncer de pulmón, la mayoría de las intervenciones no tienen nada que ver con su consumo, pero existen diversas consideraciones que el paciente fumador debe conocer.

El aparato respiratorio, afectado directamente por el tabaco, juega un papel fundamental durante la anestesia. En primer lugar, sufre manipulación por parte del anestesiólogo, por ejemplo si se produce una anestesia general, a la hora de introducir el tubo orotraqueal. Además durante la intervención, al producirse una ausencia de la respiración espontánea, el paciente pasa a depender de un respirador que es el encargado de suministrar el oxígeno al organismo. Todo esto supone una agresión no desdeñable en el paciente sano, y será mucho mayor en el aparato respiratorio sometido a los tóxicos del tabaco. La vía respiratoria del paciente fumador es más reactiva a cualquier estímulo, pudiendo desencadenar complicaciones como el laringospasmo o el broncospasmo, que consisten en un estrechamiento de las vías respiratorias que ocasionan una dificultad a la entrada y salida del aire. Estas dos complicaciones, aunque suelen ser resueltas, pueden ser muy graves. El acúmulo de mucosidad, más frecuente en fumadores, puede infectarse dando lugar a neumonía o bronquitis aguda. Por otro lado, la herida quirúrgica, el dolor o el efecto de los fármacos tanto anestésicos como analgésicos pueden deprimir el reflejo de la tos, que actúa habitualmente como mecanismo de defensa para eliminar el moco, produciendo un colapso del tejido pulmonar, dificultando la oxigenación de la sangre.

Consecuencias en el resto de órganos

Como ya es conocido, el tabaco no sólo afecta al pulmón sino que tiene consecuencias en el resto de órganos, siendo la afectación más importante la cardiovascular, aumentando el riesgo de infarto de miocardio y otros accidentes cardiovasculares.

Aunque existen dudas sobre cuál es el tiempo mínimo que un paciente tiene que dejar de fumar, parece claro que cualquier momento es bueno para cesar el hábito. Hasta hace poco tiempo, no se recomendaba a los pacientes que dejaran de fumar a menos que fuera durante más de 2 semanas, por el aumento de las secreciones e irritación de la vía aérea, pero no se ha visto que esta circunstancia se asocie a un mayor número de complicaciones. El abandono del hábito tabáquico, aunque sea por un breve periodo de tiempo, disminuye el riesgo de sufrir complicaciones durante la intervención y a lo largo del período de recuperación. Simplemente dejando de fumar la noche anterior, se aumenta la capacidad máxima al ejercicio y disminuye el número de eventos cardiovasculares. La nicotina es vasoconstrictora, por lo que reduce la circulación periférica de sangre, nutrientes y oxígeno. El monóxido de carbono disminuye la cantidad de oxígeno que llega a los tejidos, por lo que empeora el proceso de cicatrización. Si el tiempo de abandono es mayor, es cuando se obtendrá un beneficio aún más importante:

  • A las 4 semanas, disminuyen las complicaciones sobre la herida quirúrgica.
  • A las 8 semanas, se reducen las complicaciones respiratorias.
  • A las 12 semanas, el riesgo de complicaciones respiratorias se iguala al de los no fumadores.

Si el tipo de intervención lo permite, en el paciente fumador suele ser preferible realizar una anestesia locorregional (“dormir” sólo la parte a operar), porque disminuye el número de complicaciones respiratorias. Sobre todo si el consumo tabáquico es muy importante o el paciente tiene síntomas (tos, moco o dificultad respiratoria).

De cara a la intervención, además de dejar de fumar, es recomendable tomar una serie de precauciones:

  • Realizar ejercicios respiratorios, como respiraciones profundas o hinchar globos además de intensificar la actividad física. Así se consigue expandir el pulmón y mejorar la capacidad cardiorrespiratoria. Se mejora la calidad del drenaje bronquial y la expansión pulmonar.
  • En caso de que exista una patología pulmonar con afectación importante y la intervención sea de alto riesgo para el desarrollo de complicaciones, podría prescribirse fisioterapia respiratoria.
  • Aumentar la ingesta de líquidos para fluidificar las secreciones y favorecer su eliminación. En pacientes con enfermedad pulmonar muy severa, podría haber beneficio con la toma de mucolíticos. En el resto de pacientes, no tienen una eficacia clara.
  • Evitar cambios bruscos de temperatura, ambientes fríos y muy contaminados, para evitar infecciones respiratorias.
  • En caso de tomar medicación como los inhaladores, continuar empleándolos. Sobre todo es muy importante tomarlos el día de la intervención y seguir a lo largo del período postoperatorio.

Cualquier momento es bueno para dejar de fumar. Pero el período perioperatorio es uno de los momentos en los que el paciente se muestra más dispuesto a modificar hábitos nocivos, por encontrarse más susceptible ante el hecho de estar enfermo. Al cesar el tabaquismo de forma previa, reducimos el riesgo de complicaciones respiratorias. Pero si continuamos sin fumar, además mejoraremos la cicatrización de la herida y la consolidación ósea. Su anestesiólogo le recomendará dejar de fumar, y si realmente lo desea, puede derivarle a una unidad de tabaquismo o a su médico de familia. Todo lo que va a encontrar son beneficios, ya no sólo para el momento de la intervención sino para el resto de su vida.