La soledad es una condición natural en el ser humano. Nacemos, vivimos y morimos, solos. Nadie puede vivir por nosotros esas experiencias tan íntimas.
A pesar de que somos seres sociales, la soledad es necesaria en la vida… Es el ámbito en el que podemos profundizar en nosotros mismos, en nuestras experiencias, en nuestro recorrido vital. Nos permite conversar interiormente, tomar grandes decisiones, cambiar el rumbo de nuestra trayectoria cuando es conveniente y encontrar nuestra individualidad fuera de la vorágine exterior. En definitiva, nos ayuda a ser “nosotros mismos”.
No obstante, la soledad es algo muy distinto del aislamiento en el que uno, por decisión propia o por circunstancias de cualquier tipo, se queda sin relaciones, sin personas con las que compartir sus vivencias, alegrías y preocupaciones. La soledad bien entendida y en su justa dosis, nos sirve para avanzar, para crecer como personas, para saber analizar desde la tranquilidad lo que somos, lo que hacemos y hacia dónde nos dirigimos. Su complemento es la compañía, las relaciones afectivas, la amistad.
¿Se sienten solos nuestros mayores?
A lo largo de la vida, desde la infancia hasta la tercera edad, el entorno suele propiciar que estemos rodeados de personas. Desde el niño, que recibe el cuidado de sus familiares hasta el adulto, que encuentra sus fuentes de relación en el trabajo, aficiones, hijos, etc. Ahora bien, cuando llegamos a determinada edad las circunstancias hacen que todo esto vaya cambiando. Llega la jubilación, los hijos se van (el “nido vacío”), algunas amistades o la pareja fallecen, divorcios, enfermedades que llegan a limitar nuestra vida o a incapacitarnos…Todo un rosario de situaciones que provocan una reducción o ausencia de amistades. Se trata de una soledad no elegida que nos hace perder la ilusión y nos produce insatisfacción y decepción ante la vida.
En muchos casos, el aislamiento llega porque no hemos sabido adaptarnos a esta nueva etapa, pero en otros es la vida misma la que reduce nuestras relaciones. La pareja que ve cómo los hijos, a los que se han dedicado durante la mayor parte de la relación, emprenden su rumbo fuera del hogar y ambos miembros sienten como un “vacío” que no saben llenar. El jubilado, que ve cómo lo que teóricamente iba a ser una etapa de ocio y descanso, se queda en interminables días sin aliciente, sin la compañía que suponía el entorno laboral. La persona que no ha cultivado amistades profundas y siente cómo cada cuál hace su vida y se va encerrando cada vez más en su mundo. O el caso frecuente de la enfermedad y la viudedad, que supone el ingreso en una residencia o una rotación pactada a través de las casas de los hijos.
Todas estas situaciones crean soledad no deseada y pueden llegar a producir trastornos de ansiedad y depresión. La persona siente que todas las experiencias que ha atesorado no pueden ser compartidas con nadie, que no tiene a un amigo de verdad con quién hablar, que lleva una vida rutinaria y sin metas.
Además, la sociedad no valora lo suficiente esta etapa de la vida. Se rinde culto a lo joven, a la productividad. Cuando se deja de estar en activo parece como si el resto de la vida no mereciera la pena y sólo fuera una antesala al gran final, a la muerte. Se intenta llenar de ocio la vida de los mayores con excursiones, viajes…pero no se piensa en que todavía puedan aportar su experiencia. Cuando no nos sentimos útiles es como si nos muriésemos un poco, la vida va perdiendo sentido.
¿Cómo podemos evitar el aislamiento?
Es muy importante que pensemos que aún quedan objetivos que perseguir y personas a las que conocer cuando uno se hace mayor. Podemos ampliar nuestro medio social buscando personas afines que nos apoyen y comprendan, así mejoraremos nuestra calidad de vida. La actitud de apertura de cada cual es fundamental a la hora de relacionarse. Se pueden cultivar nuevas amistades si no nos encerramos en nosotros mismos. También es interesante esforzarse en mejorar las relaciones que aún se poseen o tratar de rescatar aquellas a las que no vemos hace tiempo.
Actualmente existen actividades en las que podemos participar y conocer personas que compartan nuestros intereses. También hay iniciativas en las cuales los mayores se asocian para ofrecer su experiencia y servicios, así como labores de voluntariado. Todo ello, cuando la persona se encuentra en buenas condiciones, es enormemente enriquecedor para la sociedad.