Los trastornos de la conducta alimentaria en la población infanto-juvenil. La importancia de la prevención


Raquel Ruiz Ruiz (Psicólogo Clínico) Estíbaliz Martínez de Zabarte (Médico Psiquiatra) Lucía Moreno Izco (Médico Psiquiatra). Sección “B” de Psiquiatría. Complejo Hospitalario de Navarra.

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En la actualidad está aumentando la incidencia de los trastornos alimentarios; en concreto, la prevalencia de la anorexia y la bulimia se sitúa en torno a medio millón de españoles, es decir, alrededor del 1,5% de la población, según datos del Ministerio de Sanidad y Política Social, lo cual es preocupante debido a que son trastornos que terminan con la muerte del paciente aproximadamente en un 9% de los casos.

La mayoría de los casos de anorexia se inician entre los 12 y 18 años, dato que nos merece una especial atención al colectivo sanitario con el objetivo de prevenir o en su defecto intervenir precozmente en la aparición del trastorno entre la población infanto-juvenil.

Las presiones sociales hacia la delgadez

Lo que hoy consideramos “obesidad”, se consideraba signo de belleza y salud en los siglos XVII y XVIII, e incluso en la mayoría de las sociedades no occidentales del mundo actual, un cuerpo “llenito” es el ideal de belleza. Parece evidente que la sociedad nos impone unas normas estéticas bien definidas dentro de un canon que generalmente es contrario a la norma, es decir, en la sociedad actual la talla y el peso de la personas ha evolucionado al contrario que ocurría en épocas de escasez de recursos. Muchas adolescentes pretenden lograr un peso que es incompatible con sus medidas antropométricas y su situación de desarrollo hormonal. Este canon estético elegido y bien delimitado es creado, y a la vez sustentado, por los medios de comunicación de masas quienes bombardean con mensajes que enfatizan una figura delgada y deseable.

Anorexia

La anorexia se caracteriza por un miedo intenso a engordar y por una profunda insatisfacción con el cuerpo, de manera que la persona se vuelve una verdadera adicta a perder peso. Este temor a engordar y esta insatisfacción por el cuerpo se convierten en el eje central de la vida de la persona. Viven por y para contar las calorías que ingieren y controlar milimétricamente las variaciones en el peso. Al contrario que una persona sana, estos pacientes viven con desproporcionados sentimientos de culpa cada ingesta llegando a sentir rechazo por los sabores y los alimentos. Generalmente se comienza restringiendo los alimentos altos en contenido calórico, para posteriormente, saltarse directamente comidas del día y en casos extremos permanecer en ayunas la mayor parte del tiempo. Paralelamente algunos pacientes suelen hacer uso de laxantes u otros métodos de purga, al mismo tiempo que aumentan la intensidad del ejercicio físico. Esta desnutrición además de tener consecuencias nefastas para un cuerpo en desarrollo también produce alteraciones psicológicas como síntomas depresivos y de ansiedad; aislamiento social, ya que cualquier evento social que esté vinculado a la comida se convierte en una situación fóbica y de la cual la persona huye; así como un cambio en la personalidad del paciente, volviéndose más irritable, rígido, obsesivo y con mayor necesidad de control a medida que el trastorno avanza. El pensamiento de estas personas se altera predominando las llamadas “distorsiones cognitivas” que supeditan el éxito y la felicidad en la vida a estar delgados y que con frecuencia realizan una magnificación de las consecuencias negativas (Ej: “si no estoy delgada nadie me querrá”), generalizaciones excesivas (Ej: “no me han seleccionado en el equipo de baloncesto por estar muy gorda”), pensamiento dicotómico (Ej: “si no saco sobresaliente en todo seré una fracasada”) y otros.

Bulimia

En el caso de la bulimia ocurren episodios de ingesta voraz en las que se come de manera compulsiva gran cantidad de alimentos en períodos cortos de tiempo. Estos atracones, frecuentes y duraderos, vienen generalmente motivados por la imposibilidad de mantener una dieta, que no tiene por qué ser severa, aunque también por sentimientos disfóricos, eventos estresantes o por la valoración negativa del peso y la silueta, aunque mayoritariamente se encuentran en un peso igual o inferior al saludable según sexo, talla y estatura. Los atracones calmarían estos síntomas de forma inmediata, pero luego tienen lugar pensamientos y emociones autodespreciativas y de falta de control, que junto con el temor a engordar, precipitan las conductas compensatorias que calman nuevamente esta ansiedad y tristeza de forma inmediata, aunque a largo plazo aparezcan aún con más intensidad.

Necesidad de prevención

Debido a la prevalencia y a las consecuencias que producen los trastornos de alimentación es imprescindible realizar una labor preventiva, especialmente con el colectivo pre-adolescente. Este colectivo por su momento de desarrollo es muy vulnerable a la presión tanto del grupo social como de los medios de comunicación.

La prevención de los TCA es dificultosa por tratarse de adolescentes en los que es fácil crear necesidades e inducir al consumo.

  • La prevención primaria comenzaría desde la consulta del pediatra quien deberá tener un cuidado especial con las niñas con desarrollo precoz así como con niños/as que presentan sobrepeso, proporcionando indicaciones claras en alimentación y ejercicio, efectos de las restricciones y dietas crónicas, e información sobre los cambios de la pubertad y del incremento de la grasa corporal como algo normal.
  • Desde el centro escolar es fundamental detectar posibles situaciones de discriminación y rechazo entre los compañeros debido a la constitución física del niño así como facilitar un entrenamiento en autoestima y habilidades sociales.
  • La familia juega un papel importante en la prevención de estos trastornos ya que suelen ser los primeros en detectar los primeros síntomas, al mismo tiempo que sirven como modelo al adolescente. No presionar al niño con multitud de exigencias escolares y extraescolares; evitar en el hogar dietas eternas de los padres; enseñar buenos hábitos alimentarios; no tener “alimentos prohibidos”; fomentar una práctica regular de deporte desde el sentido lúdico y no competitivo; comprender y aceptar la necesidad de independencia de los hijos creando espacios de diálogo y de resolución de problemas son aspectos a tener en cuenta.