Los padres no deberíamos obsesionarnos por planificar y organizar al minuto el tiempo de nuestros hijos, ni perseguir rentabilizarlo siempre como un “tiempo útil” en el que estén continuamente aprendiendo algo nuevo que vaya a servirles para su futuro.
Y ahora, en estas fechas en que se aproxima el verano, se nos entremezclan la ansiedad de qué haremos con ellos estos dos meses largos de vacaciones, con la culpa de no poder acompañarles todo este tiempo y el deseo de que disfruten, no se aburran, lo pasen bien y aprovechen este verano infinito como nos gustaría poder hacerlo a nosotros…
Porque el verano tiene que servir para descansar y para desarrollar nuevas aptitudes o destrezas. Para descubrir una nueva parte del mundo, para encontrar un tiempo para estar con los amigos y la familia, y para hacer esas cosas que sólo tenemos tiempo de hacer en vacaciones.
¡Vacaciones! Tiempo para descansar y disfrutar
Por eso, en cualquier caso, la primera idea que no debemos olvidar cuando hablamos del tiempo de verano de nuestros hijos, es la palabra “vacaciones”. Porque el verano debería ser para ellos, más que ninguna otra cosa, un tiempo para descansar de sus apretadas agendas escolares, y disfrutar. Disfrutar del encuentro con las personas, con los objetos y con los espacios: piscina, plaza, parque o pueblo, montaña, playa o río, paseo, fiestas populares, juegos y risas… Es tiempo de acostarse más tarde y remolonear entre las sábana. Es tiempo de reencontrarse con amigos a los que sólo vemos de verano en verano, aunque el messenger o el tuenti empiecen a amenazar esta experiencia. Y luego, cuando uno ya ha tenido unos días de descanso, ha roto la tensión de horarios, tareas, exámenes, disciplina y extraescolares, es bueno que aproveche también el verano para tener nuevas experiencias, ricas y variadas, que ayuden a desarrollar habilidades, a organizarse, a distribuir el tiempo, a relacionarse, a entrar y salir, e incluso –por qué no- a saber estar sin hacer nada. Suponiendo, claro, que no necesitemos reforzar los aprendizajes escolares; porque si no, todo esto se complicará con el obligado trabajo para poder intentar que el próximo curso las dificultades sean menos.
Un verano para cada uno
Es importante tener en cuenta que todos somos distintos, y que a la hora de disfrutar de las vacaciones y el tiempo libre, a la hora de buscar actividades, cada uno tiene sus propias necesidades, sus particulares gustos, sus destrezas personales y sus carencias individuales. Precisamente por eso, no es fácil poder dar unas instrucciones generales y de fácil aplicación sobre lo que conviene a nuestros hijos. No hay dos familias iguales, ni dentro de una misma familia hay dos hijos iguales, aunque sean gemelos “idénticos”. Ésa es la primera norma que debemos tener presente: no olvidar que cada uno tiene sus peculiaridades, y lo que está bien para unos, no necesariamente tiene que estarlo para los demás. O quizás no es su momento…
Por ello debemos tener en cuenta las características de cada niño; su edad, su personalidad, sus gustos y sus dificultades. Y en estas largas vacaciones encontraremos tiempo para que desarrolle algunas actividades con las que disfrutar, o practicar otras que vengan a cubrir alguna carencia (porque todos tenemos alguna): es bueno que el niño con dificultades en su coordinación ejercite en un clima de juego esas habilidades que más tarde agradecerá. Y en verano puede hacerlo practicando mil juegos que coordinan los movimientos con la visión: velocidad, puntería, deportes, manualidades. Y quien tiene dificultad para la lectura encuentre espacios y momentos en los que tener experiencias agradables relacionadas con la lectura. O que el niño tímido sea animado y ayudado a hacer nuevas amistades y se le inicie en nuevos grupos.
Verano, tiempo para convivir, también en familia
El verano es un momento especialmente propicio para favorecer las relaciones: entre los miembros de la familia, haciendo nuevos amigos o con los de toda la vida. Los padres debemos aprovechar este tiempo para hablar más con nuestros hijos y para escucharles más, para conocerlos mejor, y para ayudarles a encontrar nuevas relaciones con las que abrirse cada vez más al mundo. Precisamente en estas edades en que todavía buscan la compañía y la conversación con los padres; antes de entrar en el misterioso tiempo de la adolescencia, cuando nos será mucho más difícil iniciar conversaciones y sobre todo, si no existe un hábito previo. Por ello el verano, especialmente, es una buena oportunidad para charlar, para compartir un tiempo en juegos y conversaciones con nuestros hijos, que a veces puede parecer perder el tiempo y a la larga será de los mejor invertidos.
Verano, tiempo de la persona completa
La persona es mucho más que matemáticas, lengua e inglés, mucho más que ballet o conservatorio. Y por eso, cuando termina el curso, el verano nos permite desarrollar otras facetas, no sólo de relaciones sociales, como hemos señalado en el punto anterior, sino también artísticas (música, pintura), físicas (practicar algún deporte, aprender a andar en bicicleta, a patinar, a nadar) o culturales: lectura, teatro, excursiones, monumentos, cine al aire libre, fiestas populares… Actividades con un componente lúdico importante donde lo importante sea más el disfrute que el desarrollo de una habilidad.
También, el verano es tiempo de aire libre, de disfrutar del contacto con la naturaleza, de descubrir paisajes o asistir a campamentos donde de forma intensiva se concentran experiencias de descubrimiento de la amistad, de desarrollo de la autonomía y la responsabilidad, y de superación personal… además de pasarlo de maravilla. Y para esto no hace falta irnos a Canadá o a Irlanda, ni que en el campamento practiquen rafting ni puenting, que aprendan golf, equitación, inglés ni submarinismo… Basta con un grupo de monitores responsables e interesados, una asociación de garantía y un plan de campamento ajustado a las edades de los participantes.
Verano, tiempo de autonomía y responsabilidad
Claro, que la autonomía y la responsabilidad también deben ejercitarse en casa, especialmente ahora que tenemos un poco más de tiempo y no nos podemos esconder detrás del dicho de que “cuesta menos hacer que mandar”. Conviene que asuman sus tareas diarias y colaboren en las labores de la casa: hacerse la cama y prepararse el desayuno, recoger y prepararse sus cosas para ir a la piscina o a la playa, y luego sacarlo del bolso y ponerlo a secar, hacer recados, recogerse su ropa, poner y quitar la mesa… Y además sentirán que no les tratamos como a unos inválidos, sino que sabemos que son capaces de hacer muchas cosas, de ayudar, de colaborar, y (aunque les fastidie un poco) en el fondo les hará sentirse bien, reconocer un poco más de su valor.
Así, casi sin darnos cuenta, habremos pasado una vez más esos dos meses largos de vacaciones (sus vacaciones) que obligan a reorganizar la vida familiar. Y ojalá hayamos conseguido que las llenen de actividades, experiencias y sentimientos variados; que no sean todos los días iguales, todas las semanas iguales. Porque en la variedad está el gusto. Y que también ellos, poco a poco, vayan asumiendo la responsabilidad de decidir sobre cómo ocupar su tiempo, y tener la experiencia de aburrirse. Porque tampoco es obligación de padres y madres programar su vida –también en vacaciones- segundo a segundo, y no pasa nada porque descubran la experiencia del aburrimiento y tengan que explorar, por ellos mismos, recursos para enfrentarlo.