La regulación emocional en entornos de estrés laboral sostenido


Javier Díaz Leiva. Psicólogo clínico. Hospital Universitario de Navarra. Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea.Clara Lacunza Juangarcía. Psicóloga clínica. Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil. Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea

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La ansiedad, como las sensaciones de estrés e inquietud derivadas de las exigencias ambientales, es una respuesta natural del organismo que, si se cronifica o desborda, puede desencadenar problemas de salud mental más o menos importantes. Una adecuada regulación emocional en el trabajo es deseable para romper con las respuestas de ansiedad que desencadena el estrés.

Estrés laboral y reacciones de ansiedad

Corresponde al psicólogo de origen alemán Herbert Freudenberger, una de las primeras y más precisas descripciones de los síntomas de agotamiento laboral o burnout ocupacional, como se le conoce en la jerga especializada. Este investigador lo definía, ya en 1974, como “una sensación de fracaso y una existencia agotada o gastada que resulta de una sobrecarga por exigencia de energías, recursos personales o fuerza espiritual del trabajador”.

El Instituto Nacional de la Seguridad y Salud en el Trabajo, considera el estrés laboral como el segundo problema de salud más frecuente entre los trabajadores, tras los trastornos musculoesqueléticos, y su incidencia estaría aumentando debido a las nuevas formas de organización del trabajo. Si bien no existen datos oficiales sobre síntomas psicológicos en la masa laboral española (ya que estas patologías están fuera del catálogo de enfermedades profesionales y sus bajas computan como contingencias comunes), algunos estudios cifran entre un 17% y un 27% el porcentaje de personas que dicen sufrir ansiedad en el trabajo; entre un 30% y un 38% los que experimentan estrés “siempre” o “casi siempre” y hasta un 47% los que dicen sentirse expuestos a factores de riesgo emocional.

Si hablamos del colectivo médico, uno de los más expuestos al estrés laboral por múltiples razones, el problema parece haberse agravarse. Según datos del Programa de Atención Integral al Médico Enfermo (PAIME), durante el año 2019-2020 se atendieron a 1.200 personas, de las que un 76,8% lo hicieron por síntomas psicológicos o trastornos mentales. Estos son, junto a los trastornos adictivos, las patologías que trata este organismo dependiente de la Organización Médica Colegial de España. El sindicato de enfermería SATSE, por su parte, informa de un 69% de sus encuestados que habrían informado, en este año 2021, de padecer la sensación de estar quemado en el trabajo, subiendo al 88% los que reportan sufrir estrés.

La ansiedad se define como una reacción corporal de miedo cronificada que se desencadena ante una situación real o imaginada. Suele conllevar malestar subjetivo y conductas de evitación, que pueden llegar a ser disfuncionales y limitantes para el sujeto. Los costes médicos directos e indirectos son elevados, y pueden llevar a la persona a periodos prolongados de baja laboral y a necesitar tratamientos psicológicos o farmacológicos largos. Generalmente, un trastorno de ansiedad con entidad clínica se instaura tras periodos de estrés intenso y continuado o por experiencias traumáticas.

La ansiedad produce una alteración en la secreción de catecolaminas, que son hormonas neurotransmisoras responsables de las manifestaciones agudas. Pero también inducen cambios en el ciclo del cortisol, manteniendo estados de activación y vigilancia inusualmente altos en la persona y favoreciendo la aparición de síntomas como irritabilidad, alteración de los ciclos de alimentación-sueño e incluso propensión a la enfermedad común y a la patología cardiovascular.

En estas circunstancias, y volviendo al problema del estrés laboral, es desde luego deseable que los responsables de seguridad y salud en el trabajo, de acuerdo con la dirección de la empresa o del centro que corresponda, tome cartas en el asunto y se articulen medidas preventivas que mejoren las condiciones de desempeño y eventual sobrecarga del trabajador, y que eviten la cronificación de la respuesta de estrés. En contextos sanitarios especialmente expuestos a la urgencia y al trato continuado con personas, en situaciones de presión asistencial e incluso ante emergencias sanitarias de extraordinaria gravedad como la pandemia de COVID-19, conseguir un nivel de activación o ansiedad modulado es un trabajo deseable también a nivel individual, que favorecerá además el afrontamiento de situaciones de estrés evitables e inevitables.

La regulación emocional en el entorno laboral

Una buena regulación emocional se relaciona con la resiliencia, es decir, con la capacidad de resistir y sobreponerse con éxito a acontecimientos traumáticos o de estrés sostenido. Una persona que modula bien sus emociones y que aprende a rebajarlas cuando amenazan con desbordarse, estará más preparada para soportar las arremetidas ambientales. A partir de aquí, las respuestas que despliegan las personas para combatir el estrés son variadas y dependen tanto de la historia personal de que cada una, como del grado de apoyo con que se cuenta para ello. Hay quien tiene la capacidad de dejar sus preocupaciones en el vestuario o sobre el escritorio de su ordenador antes de salir del centro de trabajo. Otros pueden llevarse la preocupación a casa y rumiarla o descargarla contra otros o contra sí mismos, o bien transformarla en otra cosa: la práctica de un deporte, una actividad creativa… Lo importante, cuando hablamos de regulación emocional, es que estos respiros e intentos de autocuidado no supongan, indirectamente, una negación total de los problemas o un escape del sentir, ya que estas actitudes pueden ser protectoras en entornos estables y desmotivadores, pero no en entornos exigentes y cambiantes como pueden ser el hospital o un centro de salud expuesto a la emergencia sanitaria.

Por ello, lo primero tendría que ser el reconocimiento de las llamadas “señales de alarma”. Estas señales, en el medio sanitario, serían el malestar al comienzo de la jornada cuando se anticipa la agenda del día; el deseo de que las consultas o contactos con el paciente terminen cuanto antes; las reacciones de sobreimplicación hacia estos mismos pacientes (por ejemplo, reacciones del tipo “este paciente me cae mal”), o las resonancias con la propia historia personal que hagan perder o poner en suspenso la debida objetividad en el trato (identificación con la enfermedad o con los relatos más “desgraciados” del paciente). En cuanto a las dificultades para desconectar y cambiar de actividad al final de la jornada, constituyen las variables más directamente asociadas con la aparición de problemas de sueño y manifestaciones de ansiedad somatizada, como la tensión muscular o los ataques de pánico.

Identificar bien estas señales de estrés, y hacerlo antes de que se desborde la ansiedad, pasa por reforzar la denominada “conciencia somática”. Esta se define como la autopercepción de las sensaciones corporales que indican estados internos, ya sea de hiperactivación o de hipoactivación o parálisis de la acción, con la subsecuente desconexión de las propias emociones. Esto implica adquirir el hábito de preguntarnos, cada poco tiempo, cómo nos encontramos por dentro y si el malestar acumulado está condicionando nuestra actitud y nuestro desempeño profesional. Técnicas para aprender a respirar y relajarse de manera progresiva, la imaginación guiada o el mindfulness comparten todas el mismo objetivo: trabajar la conciencia somática y condicionar respuestas que mantengan el equilibrio y regulen el nivel de activación. Otras recomendaciones podrían ser:
• Implicarse en otras actividades;
• Compartir problemas y sentimientos;
• Tomar pequeños respiros para mirar por la ventana, hacer una respiración profunda, dar un pequeño paseo, mirar una foto…;
• Realizar alguna forma de ritual breve para separar el final de una situación estresante y el principio de una nueva;
• Rezar, meditar o recitar como vía de conexión con el medio interno.

No obstante, en el caso de los profesionales sanitarios, hay una recomendación si cabe más importante que todas estas: entender los propios motivos para trabajar con personas que necesitan ayuda. Dotar a nuestra función de un sentido que trascienda la experiencia inmediata, es tal vez lo más importante para manejar las propias emociones y preservar el bienestar físico y psicológico.