La afectación hepática es un problema considerable si se tiene en cuenta la relevancia de este órgano. Puesto que, el hígado es el órgano metabolizador por excelencia. Pudiendo deberse a diferentes motivos, el trasplante es el recurso médico que trata de restaurar el orden cuando ya la enfermedad está muy avanzada y el órgano es disfuncional. A partir de entonces, ¿cómo cambia la vida de la persona trasplantada de hígado a nivel alimentación? ¿qué consideraciones debe tener para cuidarse?
Antes de la operación
Antes de la operación, es interesante tener en cuenta que el estado previo a la operación es condicionante de las posibles complicaciones posteriores, pudiendo ser en ocasiones secundario a la misma patología. Al tener un buen estado nutricional, disminuyen las infecciones, complicaciones biliares, tienen menor mortalidad, pasan menos tiempo en el hospital, pero el rechazo es mayor. La preparación nutricional preoperatoria ha demostrado prevenir en materia de complicaciones; sin embargo, debe ser pautada por un profesional que estudie debidamente el caso, puesto que a veces no se requieren de restricciones proteicas y otras veces debe ser pautado de forma personalizada.
Después de la operación
Después de la operación se pueden diferenciar dos fases: la alimentación inmediatamente después del trasplante y la alimentación en su día a día.
Una persona recién trasplantada comienza a normalizar los parámetros lipídicos desde el primer día hasta incluso los 6 meses. En los primeros 5-7 días se puede recurrir a la nutrición enteral o parenteral y a los suplementos si el paciente lo requiere por desnutrición, sino al segundo o tercer día se restituye la dieta oral.
De manera que, si el trasplante ha sido exitoso, se puede comenzar una alimentación normalizada. Las calorías deben ser calculadas mediante calorimetría indirecta o en su defecto, utilizando la fórmula de Harris Benedict y factores de gasto energético por el valor de 1,2-1,3. Los macronutrientes tendrían una presencia de 60% carbohidratos, 40% lípidos y de 1,3 a 1,5 gramos de proteína/Kg/día. Además, son importantes las vitaminas (frutas, verduras…), el cinc (carne de cerdo y vacuno, arroz integral, huevos de gallina, sésamo, anacardos…) y el magnesio (almendras, cacahuetes, judías blancas, garbanzos, guisantes, avellana, pistacho, nueces, maíz…).
Caso de existir complicaciones con el injerto, habría que modificar el aporte proteico e, incluso puede existir una cierta intolerancia a la glucosa por lo que se tomarían medidas dietéticas y un tratamiento con insulina temporalmente. Por otro lado, debe realizarse un control hídrico y electrolítico, para controlar la disfunción transitoria del riñón y el corazón. Entre las complicaciones existen varios desequilibrios nutricionales que en mayor medida están causados por la medicación inmunosupresora.
En el primer trimestre, se llevará una alimentación más “aséptica”. Se evitan las bacterias y se cocina de manera cuidadosa, por ello se evitan los crudos o poco hechos, mariscos, embutidos, quesos y leche no pasteurizada.
Finalmente, se restringen los azúcares simples, grasas y sal, mientras se asegura la ingesta de fibra soluble (se consideran fibra soluble las pectinas, gomas, mucílagos y algunas hemicelulosas, presentes en cereales, cítricos, legumbres, pepino, tomate, borraja…); en resumen, son indicaciones parecidas a una dieta saludable estándar con ciertas especificaciones.
La importancia del ejercicio físico
Parte importante también del proceso es el ejercicio físico, por lo que se recuerda que la OMS recomienda: “realizar actividad física moderada de 150 a 300 minutos semanalmente o, en caso de ser una actividad intensa, de 75 a 150 minutos a la semana; acompañado de fortalecimiento muscular al menos dos días por semana”.
Conclusión
De manera que, el cuidado de la alimentación y ejercicio físico son fundamentales para la completa recuperación tras el trasplante, ya que se observa un aumento de peso y pérdida de masa muscular y ósea tras el trasplante que hay que contrarrestar.