Aprendemos a comer con pan


Laura Garde Etayo . NA00087 Colegio Oficial de Dietistas y Nutricionistas de Navarra

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A comer con pan también se aprende. En la vida, casi todo es cuestión de observar, imitar y repetir. De este modo, convertimos en cotidianas las acciones más sencillas, los gestos más simples. Lo mismo podemos decir cuando hablamos de hábitos alimentarios, de ahí la importancia de educarlos desde la infancia.

El equilibrio en la cantidad y la calidad, la variedad de alimentos que consumimos y el orden en el reparto energético diario en cada una de las comidas, son premisas necesarias para establecer la base de una alimentación saludable. Hoy sabemos que el pan es una de esas piezas del puzle “come sano, vivirás mejor”, que hace que todo encaje.

La Ciencia con el Pan

El hábito de comer pan, hasta ahora considerado cultural, ha sido elevado a la categoría de avalado científicamente. Un alimento como el pan, respetado como parte integrante de la dieta Mediterránea, pero demonizado por la imagen equivocadamente ligada a “engordar”, está siendo objeto de estudio.

Hemos podido constatar, a través de numerosos trabajos, la saludable influencia de la Dieta Mediterránea sobre el riesgo de padecer enfermedad cardiovascular. Ya desde 2003, el estudio PREDIMED, dedicado al análisis de la incidencia del modelo alimentario mediterráneo sobre la población de edad avanzada y el alto riesgo de enfermedad cardiovascular, ponía de manifiesto la necesidad de que el pan y el aceite de oliva virgen, entre otros alimentos, formaran parte de la dieta diaria.

Recuerdo más recientemente, que esta misma revista Zona Hospitalaria se hizo eco de dos trabajos científicos vinculados al consumo de pan.

Por un lado, investigadores del Departamento de Nutrición y Bromatología de la Universidad de Barcelona llevaron a cabo un estudio sobre una muestra de 275 personas participantes en PREDIMED. Los resultados revelaron que los consumidores habituales de pan presentaban unos mejores parámetros clínicos en relación a la salud cardiovascular: mejor perfil lipídico en sangre (colesterol HDL y LDL, conocidos como bueno y malo, respectivamente) y niveles de insulina en rangos más adecuados y, por tanto, menor resistencia a la insulina, especialmente entre los consumidores de pan integral.

Por otro lado, desmitificando que el pan engorda, en la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Hospital de la Paz de Madrid desarrollaron un estudio que determinó que no hay razón que justifique la exclusión del pan en dietas hipocalóricas para el tratamiento de la obesidad y el sobrepeso.

Las conclusiones del trabajo mostraron que el hecho de comer pan no interfiere en el adelgazamiento. Además, facilitó a las personas en tratamiento una adherencia más prolongada y fiel a la dieta, en comparación con aquellas que llevaron a cabo una dieta sin pan.

Por unos hábitos saludables que incluyan el pan

La infancia es el momento ideal para la educación en los hábitos alimentarios saludables. En la edad adulta ya habría que hablar de reeducación de hábitos, tarea a todas luces más compleja, porque las costumbres están fuertemente arraigadas y resulta necesaria una fuerte dosis de motivación para cambiarlas.

Hoy en día, tenemos claras las recomendaciones nutricionales en cuanto a las raciones de cada tipo de alimentos que debemos de comer diariamente, según el sexo, la edad y la actividad. El pan ocupa un lugar privilegiado dentro de este patrón alimentario que llamamos equilibrado. Un merecido estatus conseguido por diversas y buenas razones, tanto culturales, como psicosociales, dietético- nutricionales y médicas.

El pan no es, ni mucho menos, un súper alimento, porque dicho alimento no existe. Sin embargo, es uno de los que diariamente nos ayuda a alcanzar la dosis óptima de hidratos de carbono y contribuye a la saciedad de las comidas. Incrementamos su presencia en ellas, cuanto mayor sea el desgaste energético de la persona.

Hoy en día, la gran variedad de tipos de pan nos permite escoger el que más nos conviene o el que más nos gusta. En este sentido, a pesar de las distintas circunstancias que pueden condicionar nuestro consumo de pan: celiaquía, intolerancias, alergias a determinados cereales, merma de la capacidad digestiva de modo temporal o crónico, casi con toda seguridad no tendremos que renunciar a comer pan.