Cerebro feliz


Natalia López Moratalla . Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular. Universidad de Navarra

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Búsqueda de la felicidad

Ser feliz, hacia lo que se encamina la vida de cada persona, tiene caminos universales. Las neurociencias actuales, con su capacidad de mostrar en imágenes qué ocurre en el cerebro de una persona mientras realiza una actividad concreta, resuelve un dilema, toma una decisión, etc., permite poner de manifiesto que todo ser humano nace predispuesto a la felicidad.

La capacidad de comunicarse con los gestos es innata, un lenguaje universal. Es conocido que niños sordos o ciegos de nacimiento, que de ninguna forma pueden conocer y aprender lo que es reír, lo hacen cuando están satisfechos o alegres.

La risa está provocada por la percepción de la discrepancia, de lo absurdo. Reírse de lo disparatado, con verdad y con legitimidad, significa que somos capaces de percibir que este mundo no es ni lo único, ni lo último. Significa que hay un ámbito de realidad en el que el hombre vive libre sin riesgo. Realmente si uno puede reírse de algo lo puede superar. La alegría es una emoción primaria, básica, y como emoción positiva hace mejor a la gente. La felicidad, como conjunto de sentimientos estables, es compatible con el dolor. La queja por el sufrimiento presupone que el mundo debería ser de otra forma; el sufrimiento aparece como un sin-sentido. De hecho, el hombre tiene la capacidad innata de encontrar sentido en su vida a lo que le ocurre y hasta aquello que no se entiende. Y tal capacidad se aprende y se desarrolla. Se puede ser feliz, en medio de dificultades serias, si se dilata la capacidad de recibir consuelo. Y uno puede ser consolado si experimenta vitalmente que no está solo en la frialdad de los espacios estelares. Tiene más que ver con el corazón que con las razones generales o teóricas.

La queja por lo que pasa en el mundo, o de lo que me pasa a mí, es una queja de sentido de la vida. Presupone que sé, y me lo recuerda sentirme querido, que todo tiene sentido. Lo que más rechina en la vida es sentir, de algún modo, que no se es irremplazable, sino moneda de cambio.

¿Cómo procesa nuestro cerebro el sentido del humor?

El tipo más universal de chiste es el del juego de palabras. La apreciación del humor supone básicamente la percepción de las incongruencias, para lo que son necesarias varias estructuras cerebrales.

En primer lugar, entender el chiste involucra las áreas que constituyen la central que procesa el lenguaje, la central que detecta errores y la memoria a corto plazo.

La lectura del chiste aporta la información desde la corteza visual que activa las áreas implicadas en el procesamiento del lenguaje. La salida absurda, el final inesperado, provoca un quiebro en el pensamiento. Y curiosamente, nuestro cerebro está naturalmente preparado para predecir esos fallos. Dispone de la llamada “Central Anunciadora de Errores”, localizada en la zona media-posterior la corteza frontal: allí las neuronas están en medio de los dos lóbulos frontales y se disparan en cuanto una acción se aparta de lo correcto. Otras áreas del hemisferio derecho son necesarias para reconocer la historia desde la perspectiva surrealista en que se sitúan los personajes. Esta capacidad creativa es muy intensa en los cómicos, mientras que quienes tienen el hemisferio derecho dañado no entienden los chistes, ni reconocen los aspectos cómicos de la vida.

El comienzo lógico de la historia, con la expectativa que sugiere, debe quedar retenido en el tiempo hasta que acabe el chiste. Para ello disponemos de la memoria a corto plazo. Para reconocer la incongruencia es preciso que se yuxtapongan los dos estados mentales, lo lógico y lo ilógico, de forma que se mantengan sincronizados para generar el giro mental: el paso de un estado a otro y con ello la comprensión de lo humorístico. Esto es, requiere mente flexible.

En segundo lugar, al entender el chiste se despierta la emoción placentera de lo divertido. Se activa el sistema de recompensa-placer, que emplea el neurotransmisor dopamina. De esta forma la persistente búsqueda del error, innata y genuinamente humana, supone una fuerte motivación natural al aprendizaje. La usamos también para modificar la conducta. Motiva de forma natural e innata la búsqueda de la verdad.

Aunque encontrar la salida absurda más o menos divertida es muy personal, la emoción positiva se procesa con más intensidad en el cerebro femenino.

Por último, una vez procesado el golpe, el regocijo por la sorpresa del desenlace, es el estímulo que desencadena la respuesta, la carcajada. Como con el ejercicio corporal, la emoción de diversión se somatiza en la carcajada como contracciones musculares, aceleración de los latidos cardíacos, aumento de la presión arterial, de la frecuencia respiratoria y del aporte de oxígeno.

Reír es saludable

Las emociones positivas contribuyen al equilibrio. En cierto sentido, la carcajada desarma y hace perder el control rígido de uno mismo. El cuerpo queda distendido y disminuye la sensibilidad al dolor. Este efecto quizá se debe a una eliminación de endorfinas que desencadenan sensaciones placenteras en el cerebro, al tiempo que atenúan la transmisión de estímulos dolorosos.

En las personas con buen humor disminuye la concentración sanguínea de cortisol, la hormona del estrés. Y puesto que un cierto nivel de cortisol persiste en el hígado y disminuye las defensas inmunitarias, se entiende que la risa y el humor fortalezcan nuestra inmunología. Las personas que contrarrestan el estrés con el humor tienen un sistema inmunitario sano; sufren un 40% menos de infartos de miocardio o apoplejías, sufren menos dolores en los tratamientos dentales y viven cuatro años y medio más.

Por el contrario, cuando los sentimientos negativos perduran mucho tiempo producen agotamiento y perjudican al organismo.

Lo que fortalece nuestro cuerpo, y todavía más nuestra psique, no es la mera carcajada, sino la actitud de considerar el lado cómico del mundo. En los últimos años ha adquirido cierto predicamento la gimnasia diafragmática, el llamado “yoga de la risa”, en que los ejercicios musculares, que incluyen carcajadas, se han de hacer obedeciendo una orden, sin ninguna situación cómica. Eso no propicia el humor, salvo que se dé el fenómeno de que el grupo entero de repente rompa a carcajadas. La risa más gratuita y sana presupone siempre un sentimiento de comunidad, de complicidad con otras risas. Quien siempre anda malhumorado no sólo entorpece la actividad de su propio cerebro, sino que tensa la relación social. El humor sano es bondad que sonríe las tonterías, olvida las pequeñas miserias, desconoce la enemistad y contempla pacíficamente las equivocaciones humanas.

El sentido del humor abre a la riqueza de lo real, coloca en el sitio propio y da su justa medida a situaciones que si no, supondrían la tragedia de la soledad.