Comunicación en la pareja e interferencia en los hijos


Dr. Adrián Cano Prous . Psiquiatra. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF) Dpto. Psiquiatría y Psicología Médica. Clínica Universidad de Navarra Gloria Sarría Quiroga . Licenciada en Farmacia

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A nadie se le escapa hoy día que tanto el matrimonio como la familia se encuentran en una situación difícil. Los datos del Informe de la Evolución de la Familia en Europa del año 2010 revelan que cada vez nacen menos niños, se practican más abortos, se ha retrasado la edad media de maternidad y de matrimonio, se ha perdido uno de cada cuatro matrimonios que se producían hace treinta años, y las separaciones o divorcios son cada vez más frecuentes. Además, se conoce que los matrimonios tienen de media uno o dos hijos, tardan aproximadamente dos años en tener a su primer vástago y quienes que se separan lo hacen tras una media de catorce años. Si bien es cierto que en algunos casos la separación de los padres puede tener un impacto relativamente menor o se da sin demasiados antecedentes traumáticos para los hijos, en la mayoría de las ocasiones la ruptura se produce tras un período de tiempo cuanto menos de cierta tensión familiar, y a una edad –la preadolescencia/ adolescencia– crucial para el desarrollo armónico de la persona.

Los datos confirman que en Europa existen más de quince millones de niños afectados por la separación de sus padres, lo que nos conduce a preguntarnos por los motivos de tanta disfunción. La mayoría de los autores apuntan a la comunicación conyugal como uno de los factores clave. Parece comprensible, por tanto, que la mejora de nuestras habilidades de comunicación pueda beneficiar la relación con otras personas tanto en el campo profesional como social, familiar y conyugal, llevando así a una mayor sensación de bienestar personal y plenitud.

¿Cómo podemos mejorar nuestra comunicación?

Un primer paso para mejorar la comunicación con nuestro cónyuge, hijos, amigos, empleados, compañeros, etcétera, pasa irremediablemente por entender lo que los investigadores sobre comunicación interpersonal de la Universidad norteamericana de Denver llaman la regla del 80/20. No es más ni menos que afrontar la resolución de un conflicto conscientes de que el ochenta por ciento de la responsabilidad recae sobre uno mismo, y el resto sobre el interlocutor. Acceder a discutir algo con alguien centrándose en lo que uno mismo puede hacer en lugar de asumir que la culpa es del otro nos situará en una actitud activa, mientras que esperar a que los demás cambien su manera de ver el problema y su comportamiento nos situará en una posición pasiva frente a la resolución del conflicto. Además, si en este último caso se llegara a una solución, muy posiblemente se acercaría más a la deseada por nuestro interlocutor que a la nuestra. Por tanto, es imprescindible tener en cuenta que la mejora de la comunicación depende de cada uno de nosotros, y que la persistencia de los conflictos nos afecta a nosotros mismos y a quienes nos rodean.

En la comunicación interpersonal, siempre entran en juego dos factores. Por una parte, el comportamiento, que hace referencia a las palabras (comunicación verbal) y las acciones (comunicación no verbal) que los demás observan en nosotros y que influyen de manera decisiva en cómo llegamos a ellos y en cómo reaccionan. El segundo factor, la actitud, hace referencia a las creencias, sentimientos e intenciones subyacentes al mensaje, y que transmite a los demás si nos importan o no ellos como personas así como lo que nos están diciendo. La combinación de estos dos factores facilitará o dificultará el proceso comunicativo. Así, en el peor de los casos, una persona con una actitud despectiva hacia el otro sin una adecuada habilidad de transmisión del mensaje fácilmente se situará por encima del otro y caerá en el abuso. Esa persona, con la misma actitud pero con buenos recursos expresivos, podría manipular al otro. Si, por el contrario, nuestra actitud es de respeto e interés hacia la otra persona pero nuestras habilidades comunicativas son escasas, podremos crear malentendidos. Finalmente, si combinamos una buena actitud hacia los demás con las habilidades adecuadas, la comunicación será acertada y, sobre todo, eficaz, además de situarnos en un perfecto punto de partida para resolver el conflicto con éxito.

¿Cómo podemos mejorar nuestro comportamiento y actitud en la comunicación con nuestra familia?

Abordemos en primer lugar algunos aspectos referentes al habla. Cuando tengamos un asunto en discusión deberemos abordarlo teniendo en cuenta cinco pasos imprescindibles. En primer lugar, analizar los datos que percibo por medio de los órganos de los sentidos respecto de lo que hacen los demás, adquiriendo así una visión objetiva de sus acciones y del entorno. Posteriormente, identificar y expresar los pensamientos que se generan en mi cabeza tras la evaluación de los datos sensoriales.

Estos pensamientos variarán en función de nuestras creencias, las interpretaciones que hagamos de la realidad observada y de las expectativas que tengamos respecto a la situación o a la persona con la que discutimos. Otro paso fundamental hace referencia a la expresión de sentimientos. Reconocer las emociones que se generan en nuestro interior y comunicarlas es una forma sencilla y rápida de acercarnos a nuestro interlocutor. El siguiente paso sería comunicar nuestros deseos. Hay que tener en cuenta que en ocasiones lo que deseamos que hagan los demás puede no coincidir exactamente con lo que ellos quieren hacer, generándose a veces confusión. Por último, es preciso analizar y verbalizar las acciones que hemos realizado para solucionar el problema y las que tenemos previsto desarrollar.

Saber escuchar

En cuanto a la escucha, también podemos apuntar algunas cuestiones de interés. No cabe duda de que una escucha eficaz fundamentará la confianza de la relación. El primer eslabón que debemos tener en cuenta para mantener una escucha eficaz es prestar atención al interlocutor: dejar lo que estemos haciendo, centrar la atención en él mediante gestos, contacto visual, etcétera. Básicamente, la clave de una buena escucha es el reconocimiento de la experiencia del otro, y el objetivo debe ser conseguir que el otro sienta que le hemos comprendido y participamos de lo que ha vivido. Para alcanzar este reto podemos invitar a nuestro interlocutor mediante las preguntas pertinentes, a que nos dé más información sobre el problema. De esta forma, profundizaremos en el conocimiento de su experiencia y vivencia y aumentaremos nuestra capacidad de atención. Finalmente, la verbalización de un resumen de la experiencia que hemos oído, sin añadidos ni restricciones, también asegurará al interlocutor que su mensaje ha sido recibido correctamente.

El engranaje de todos estos factores y habilidades es un arte que requiere voluntad y práctica, y cada pequeño avance nos permitirá obtener resultados visibles en nuestras relaciones interpersonales y en las respuestas de los demás. No olvidemos que cada uno es responsable de su forma de comunicarse y de las soluciones que dé a los conflictos que puedan surgir con otras personas.