El desarrollo de nuestros hijos se favorece mediante el cuidado de sus cambiantes necesidades de seguridad y autonomía, admitiendo que crezcan sintiéndose apoyados y fundamentando la relación en una “cálida afectividad”. Ello implica estar al tanto, sin excesiva protección.
La disciplina ha de ser consistente, esto es, que mantenga las pautas de actuación previstas, sin discriminaciones ni cambios según el humor: “saber a qué atenerse”, respetando los límites establecidos para que lleguen a controlar su conducta. Decir “no” sin miedo. Evitar ceder a presiones ni chantajes. Dejar claros los puntos a negociar y los términos innegociables.
Para favorecer su desarrollo podemos proporcionarles experiencias enriquecedoras y razonar sobre la disciplina superando el autoritarismo y la negligencia: madurez, sensibilidad y flexibilidad para adecuarse a los cambios.
Dificultades en la adolescencia
Es una etapa en la que crece la necesidad de autonomía que conlleva un rechazo a la protección entendida por ellos como sobreprotección. Puede haber enfrentamiento a situaciones de riesgo, curiosidad por lo peligroso, lo prohibido. Tendencia a la dramatización en algunos casos debido a un marcado egocentrismo conjugado con la idea del “auditorio imaginado”: Todo gira en torno a mi, están pendientes de lo que hago, digo, me pongo… . Estas dificultades se manifiestan en la principal tarea adolescente: la construcción de su identidad.
Ante ello, no debemos responder con una retirada brusca, y en la medida de lo posible es preciso compartir la tarea que supone favorecer la transición por esta etapa, que puede ver incrementado el número e intensidad de las disputas en la familia.
Prevenir la escalada de conflictos
Cuando pensamos en el significado del conflicto solemos asociarlo a situaciones negativas que es preciso evitar o suponen un desgaste. Son situaciones de desacuerdo, en el que las partes entienden sus posiciones, intereses, necesidades, deseos o valores como incompatibles. En ellos juegan un papel muy importante las emociones y sentimientos. La relación, en su proceso y resolución puede fortalecerse o deteriorarse. Por ello para prevenir su escalada es interesante incrementar las oportunidades de realizar juntos actividades gratificantes, establecer costumbres diarias en las que comunicarse incidencias cotidianas y cuando se produce el “estallido”, detener la situación, fijando otro momento para poder hablar. Cuando estamos ansiosos e incapacitados para hablar, lo mejor es salir de escena: poner tierra de por medio.
Decálogo para mejorar la comunicación familiar (Adaptación de las propuestas de M.José Díaz- Aguado)
1. Serenidad: escoger el momento y lugar idóneos para poder hablar sin interrupciones ni agobios.
2. La tensión dificulta la comunicación. Detener la violencia que impide escuchar y respetarnos. Si en ese instante estamos acalorados, posponer el encuentro para más tarde. Evitar comunicar cuestiones delicadas en situaciones estresantes.
3. Evitar expresiones atacantes, de las que luego nos arrepentiremos: gritos, interrupciones, amenazas, insultos.
4. Definir las cuestiones expresando lo que se siente y preocupa.
5. Evitar monólogos, discursos, lecciones que a los cinco minutos hacen que “desconecte”.
6. Escuchar con la intención de comprender, atentamente, intentando empatizar para dar valor a su punto de vista.
7. Procurar que la comprensión sea recíproca, preguntándole cómo entiende lo que expresamos, y resumiendo su enfoque.
8. Establecer las semejanzas y diferencias entre las opiniones. Resaltar los acuerdos y las distancias que nos separan.
9. Establecer costumbres y rutinas de encuentro para compartir las ocupaciones del día a día.
10. Ante un conflicto complejo, seguir una secuencia:
- Recabar información sobre la cuestión a resolver. En ocasiones disponemos de informaciones parciales, u opiniones no contrastadas. Es preciso, antes de entrar a analizar la situación conocer todas las aristas.
- Exponer alternativas.
- Generar más de una solución.
- Anticipar las consecuencias en cada posibilidad.
- Elegir la mejor solución.
- Ponerla en práctica.
- Valorarla y en caso necesario retomar el análisis de las alternativas posibles.
Escuchar activamente
No es fácil. Significa no realizar juicios previos, asumiendo una postura activa: realizar gestos que indiquen que se escucha (mirando a los ojos, asintiendo, centrándonos en la otra persona con nuestra postura… ). Es necesario observar qué dice y cómo lo dice, evitando distracciones, sin interrumpirle, aceptando sus sentimientos y guardando nuestras soluciones inmediatas. Para ello debemos ponernos en su lugar. Todos tenemos motivos para actuar como lo hacemos. Esto no significa ser simpático, ni tener que estar de acuerdo. Es reflejar que entendemos lo que sienten. Cambiar el “tú siempre, o tú nunca…” que acusa y generaliza, por una expresión concreta, que muestre sentimientos, explicando el motivo, concretando el cambio que queremos:
- “Has llegado media hora más tarde de lo acordado y estaba preocupada. Por favor, otra vez llama”, en vez de “siempre haces lo que quieres (llega tarde)”.
- “Pronto serán los exámenes y temo que suspendas, sé que estudiar te cuesta, así que te propongo que hagamos un calendario y un horario”, en vez de “eres un vago (no estudia)”.
- “Cuando estás triste y de mal humor no sé la causa, y me siento impotente, me gustaría que me contases lo que ocurre”, en vez de “ya estás como siempre, de mal humor”.
Recompensar – alabar para buscar comportamientos positivos. Enseñar a pensar
Precisando qué nos gusta, con gestos físicos y/o reconocimiento, sin atender -que significaría recompensar- lo que queremos que desaparezca. Elogiar delante de otros, si sabemos que eso le gusta, y criticar o pedir explicaciones a solas.
- En vez de “lo has hecho muy bien”, indicar qué ha hecho bien. Reflexionar. No repetir las mismas cosas para los mismos errores. Sorprender, puesto que si buscamos resultados distintos, no podemos seguir haciendo lo mismo.
- Tu hija te grita. Espera que le grites o le castigues. Te callas, te relajas, dices “me siento ofendida, pero a pesar de este dolor te quiero y te respeto mucho”. Sales y dejas que piense.
- En vez de “estás equivocado”, “¿qué te parece tu comportamiento?”.
- En vez de “has vuelto a fallar”, “piensa antes de reaccionar”.
Humanizarnos
Hablar de nosotros mismos, contar experiencias, miedos, nuestros momentos más tristes y más alegres. Decir “me he equivocado”, “perdóname”.
Necesitamos paciencia y aprendizaje. Estamos en un camino que supone cambios, no desistamos.
Cuando nos comunicamos, a veces, lo que queremos transmitir está bien, es bueno, pero lo estropeamos al decirlo o, incluso, al no decirlo y, sobre todo, al no escuchar al otro… Es importante saber escuchar y decir: dialogar.
Si lo hacemos desde el enfado, no dialogamos, sino que discutimos. Y cuando eso ocurre, ya no pensamos lo que decimos. El enfado, “la bronca” tapa el respeto y el cariño. Así todo se estropea: se rompe la comunicación. Puede que el que grita se desahogue pero no logra lo que en principio quería conseguir sino, muchas veces, lo contrario: más incomunicación, menos autoridad, menos respuestas satisfactorias. Por eso debemos construir un diálogo positivo, tratándonos bien, para mejorar la manera en que nos comunicamos, construyendo un clima de respeto, acercamiento afectivo y confianza mutua.
Comunicación con el centro educativo
Pensemos que estamos en el mismo camino y en la misma dirección que el centro. Este tiene como misión prestar un servicio educativo que satisfaga las necesidades del alumnado y sus familias, mediante una enseñanza de calidad, entendiendo la educación como un medio para el crecimiento y desarrollo autónomo de las personas en el entorno social. Por ello es preciso colaborar responsablemente, puesto que somos complementarios en la educación. Acordar con el centro, en la misma dirección, mejora los resultados. La responsabilidad y el respeto se aprenden, por tanto, se pueden enseñar. La colaboración y el trabajo conjunto de familias y centro escolar potencia la influencia educativa positiva y puede contrarrestar otras influencias no tan positivas.
Es correcto, dependiendo del tema a tratar, hacerlo con quién sea más indicado. Presentarse de forma tranquila, previa cita, con la información ordenada. Contrastar lo que sabemos y solicitar colaboración para solucionar los temas que nos preocupan, acordando cambios y actuaciones concretas, dejando un tiempo para verificar las actuaciones o variaciones producidas y reconocer las mejoras.
Para una educación de calidad, construyamos una convivencia agradable, unas relaciones de “calidez”. Los ambientes hostiles educan en hostilidad, los cálidos, en calidad.
La comunicación mejora la convivencia
Bibliografía:
Cómo dejar de pelearse con su hijo adolescente. Guía práctica para resolver problemas cotidianos
Don Fleming
Barcelona Paidós, 1992
Educar a un adolescente. La guía con todas las respuestas
Bernabé Tierno
Madrid Vivir Mejor-Temas de hoy, 2001
Hablar con los hijos. Cómo educarlos en clamor, la comprensión y el respeto
José María Contreras
Barcelona Ediciones Martínez Roca, 2001
Normas educativas para padres responsables
Nen Silver
Barcelona Oniro 2001
Manual para padres desesperados… con hijos adolescentes
Juan M. Fernández Millán, Gualberto Buela Casal
Madrid Pirámide 2002
Aprender a estudiar… no es imposible: técnicas de estudio para hijos en edad escolar
Joaquin Almela
Madrid Palabra 2002
La inteligencia emocional de los niños: claves para abrir el corazón y la mente de tu hijo
Will Glennon
Barcelona Oniro 2002
El pequeño dictador: Cuando los padres son las víctimas
Javier Urra
Madrid La esfera de los libros 2006
Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida
Marshall B. Rosenberg
Buenos Aires GAE 2007
Prevención de la violencia y lucha contra la exclusión
Mª José Díaz-Aguado
MTAS-INJUVE, 2004