El insomnio se define como la percepción subjetiva de dificultad para conciliar el sueño, la escasa duración o de la calidad del mismo, que ocurre a pesar de las adecuadas condiciones para dormir y provoca alteraciones del funcionamiento diurno y del rendimiento afectando a la calidad de vida.
El insomnio puede ser primario o secundario según la atribución del problema, así como agudo o crónico, en función de si su duración es mayor o menor a tres meses.
Los objetivos del tratamiento son mejorar la cantidad y calidad del sueño y disminuir las repercusiones del insomnio en el funcionamiento diurno.
Diagnóstico
Se realiza fundamentalmente a nivel clínico, a través de una correcta historia clínica basado en los síntomas descritos por el paciente. La valoración de enfermedades médicas, psiquiátricas, consumo de fármacos y/o sustancias relacionadas con el insomnio es necesario para realizar un buen diagnóstico.
Estrategias no farmacológicas
El primer paso es proporcionar al paciente información sobre el insomnio y explicar ideas erróneas que tenga sobre los ciclos del sueño, así como sus preocupaciones y expectativas.
Higiene del sueño: Consiste en reducir o eliminar comportamientos que pueden interferir con el sueño. Entre ellos se encuentran mantener horarios regulares en el hábito de dormir, mantener condiciones ambientales adecuadas en la habitación, evitar comidas copiosas, limitar sustancias estimulantes, evitar siestas durante el día, realizar ejercicio de forma regular pero no horas antes de ir a dormir, limitar el uso de móviles y aparatos eléctricos antes de ir a dormir, beber poca agua entre la cena y el dormir para no tener que levantarse a orinar, practicar ejercicios de relajación al acostarse.
Control de estímulos: Tiene como objetivo ayudar a la persona a reasociar el dormitorio con el hecho de dormir y relajarse y reducir su asociación con otras actividades, como ver la tele o leer. Para ello hay que reducir el tiempo que se pasa en la cama y dejar de realizar actividades en la habitación como usar dispositivos móviles o leer durante la noche.
Otras técnicas como la relajación, pueden ser útiles para reducir la activación que presentan muchos pacientes con insomnio.
Estrategias farmacologógicas
Es importante la valoración del riesgo/beneficio de los fármacos. El tratamiento farmacológico ha sido el más ampliamente utilizado durante décadas.
Los fármacos hipnóticos y benzodiacepinas constituyen la primera línea cuando con las medidas no farmacológicas no se han obtenido los efectos deseados o cuando el insomnio persiste tras el tratamiento de una patología subyacente. Existe preocupación sobre sus potenciales efectos adversos, como la somnolencia diurna, descoordinación motora, perdida de memoria y otros efectos secundarios, como mayor riesgo de accidentes de tráfico y de caídas, principalmente en ancianos, por lo que se recomienda utilizarlos solamente cuando sea imprescindible. Existe riesgo de dependencia y su retirada puede provocar efectos rebote o síndrome de abstinencia.
Los antihistamínicos, que no requieren de prescripción médica, tienen indicación en el tratamiento a corto plazo, y pueden presentar como efectos adversos alteraciones cognitivas, retención urinaria, estreñimiento y aumento de apetito.
Algunos antidepresivos, conocidos por su acción sedante, pueden ser una opción de tratamiento en los pacientes insomnes con depresión asociada.
Por tanto, en el tratamiento del insomnio hay que establecer un cambio en el estilo y en los hábitos de vida, incluyendo técnicas no farmacológicas para mejorar la calidad del sueño dejando como alternativa farmacológica a aquellos casos en el que el insomnio es grave.