Con el transcurso del tiempo, los depósitos de agua corporales se reducen, la sensación de sed se altera y los riñones no concentran orina tan fácilmente, lo que implica un aumento del riesgo de deshidratación en personas mayores. Este aumento del riesgo también se ve influenciado por otros factores que debemos conocer para poder prevenirlos.
¿Podemos medir la deshidratación?
Si bien existen varios índices para la evaluación del estado de hidratación, no hay un método aceptado universalmente para aplicarlo a los ancianos. Además, la clínica de sospecha no siempre es clara puesto que los signos de deshidratación en personas mayores son más difíciles de reconocer (sequedad bucal, debilidad muscular o baja turgencia/elasticidad cutánea) y algunos incluso, podrían no aparecer. Por ello es fundamental tener siempre presente que los ancianos son una población de riesgo de deshidratación y que con las altas temperaturas, son especialmente vulnerables.
¿Qué importancia tiene mantenerse hidratado?
Habitualmente el nivel de agua del organismo, que determina el nivel de hidratación, se mantiene de forma autónoma. Este proceso está estrechamente regulado, puesto que el agua es un elemento fundamental para la vida y está involucrada en el metabolismo, en el aporte de minerales y en la regulación de las funciones fisiológicas (temperatura, eliminación de productos de deshecho, etc.).
¿Por qué los ancianos son más susceptibles a la deshidratación?
Para mantener un adecuado nivel de hidratación hay que ingerir la cantidad diaria de agua recomendada, sin embargo en los ancianos aparecen una serie de alteraciones que dificultan ese mantenimiento. Estas modificaciones pueden ser de índole social, económica y fisiológica. Con el envejecimiento, de manera fisiológica se produce una disminución del total de agua corporal (asociada a la pérdida de masa magra corporal), una disminución de la sensación de sed y una disminución de la capacidad de los riñones para concentrar la orina. Los problemas socioeconómicos como la soledad, la ausencia de un cuidador o no tener una vivienda adecuada empeoran este severo problema. Asimismo, también se ve afectada por el consumo de fármacos, alteraciones en la deglución, miedo a la incontinencia urinaria, etc.
¿Cómo podemos sospechar la deshidratación?
Hay distintas señales que muestran que el riesgo de deshidratación está aumentado .A saber, disminución en la ingesta de agua, presencia de vómitos o diarrea, uso de nuevos fármacos, presencia de sangrado, fiebre, exposiciones prolongadas al aire libre, etc. A nivel físico encontramos sequedad de lengua y otras mucosas, pérdida de apetito, confusión, presencia de ojos hundidos, disminución de la tensión arterial, orina escasa y de olor fuerte, ausencia de lágrimas, etc.
¿Requiere tratamiento?
En función del grado de severidad de la misma y de las complicaciones asociadas, la deshidratación, requiere de un tratamiento específico. Cuando está instaurada, ésta suele requerir personal sanitario e instalaciones apropiadas, aspectos importantes porque, además del gasto económico que generan, se acompaña de situaciones de gravedad y cuyo pronóstico puede ser incierto. Consecuentemente, la prevención de la deshidratación basada en medidas sencillas y eficaces reviste gran importancia.
¿Podemos prevenirla?
La prevención de la deshidratación en ancianos se basa principalmente en garantizar una adecuada ingesta hídrica. La concienciación de los ancianos, de sus familias y de sus cuidadores respecto a la gravedad de la deshidratación y de sus factores de riesgo es fundamental para prevenirla.
Algunas de las estrategias a utilizar a modo de ejemplo, consistirían en ofrecer líquidos regularmente a lo largo del día, evitar la ingesta de bebidas alcohólicas, eludir la exposición solar en las horas centrales del día, enseñar a las personas mayores a beber cuando no tienen sed, evaluar las medicaciones crónicas y llevar a cabo programas educacionales e informativos.