El creciente peso de la población anciana es uno de los cambios más significativos que se ha dado en las sociedades desarrolladas en estos dos últimos siglos.
Según las proyecciones de población del INE, la esperanza de vida al nacimiento alcanzará en 2069 los 85,8 años en los hombres y los 90,0 en las mujeres. El porcentaje de población de 65 años y más, que actualmente se sitúa en el 19,6% del total de la población, alcanzaría un máximo del 31,4% en torno a 2050, y la población centenaria pasará de las 12.551 personas en la actualidad a 217.344 al final del periodo proyectado (2070).
Según datos oficiales de INE en 2020, el 46’1% de los pacientes que fueron dados de alta de un hospital tenían más de 65 años.
El envejecimiento está asociado con la acumulación de una gran variedad de daños moleculares y celulares que, con el tiempo, reducen gradualmente las reservas fisiológicas, aumentado el riesgo de enfermedades. Cambios que predisponen a sufrir complicaciones en las enfermedades agudas, a padecer pluripatología y secundariamente polifarmacia con deterioro de la funcionalidad, empeoramiento de la situación cognoscitiva y problemas socio-familiares.
Somos conscientes que en nuestros hospitales hay una importante presión asistencial, carencia de infraestructuras de calidad, de dotación tecnológica, de recursos humanos con importante burocracia y problemas de comunicación entre los diferentes profesionales que asisten a los pacientes así como entre paciente-profesional-familia.
Los hospitales están diseñados para adultos robustos y jóvenes con enfermedades agudas, pero para el adulto frágil y pluripatológico, este modelo asistencial compromete su pronta y favorable mejoría.
En la mayoría de los casos, los pacientes mayores son dados de alta del hospital habiéndose resuelto el proceso agudo que motivó el ingreso, pero con un importante deterioro funcional.
Conceptos
• Deterioro funcional hospitalario (DFH): Es la pérdida de la capacidad para realizar al menos una actividad de la vida diaria básica en el momento del alta respecto a la situación funcional considerada como 2 semanas antes del inicio de la enfermedad aguda. Es el resultado de la disminución de la movilidad y a otros factores asociados a la hospitalización. A lo largo del ingreso será posible la recuperación funcional total o parcial, es susceptible de modificar, ya que podemos intervenir en él.
• Deterioro prehospitalización: Es el deterioro funcional desde el inicio de la enfermedad aguda previo a la hospitalización. Es el más frecuente. Se consideran dos semanas previas al ingreso. No es susceptible de modificar desde el medio hospitalario. Refleja la severidad de la enfermedad. Se han de adoptar medidas enfocadas desde la atención primaria.
• Deterioro funcional hospitalario global (DFH global): Es la suma del deterioro funcional prehospitalario y del deterioro funcional hospitalario.
Prevalencia
Según literatura revisada, oscila entre el 33 y 88%, es muy variable según la población estudiada (edad, comorbilidades, situación funcional previa …), la metodología empleada para medir el deterioro funcional y las unidades de hospitalización estudiadas.
En España, hay descrita una incidencia de DF al ingreso del 64’6% y del 70’6%. Estudios en pacientes ingresados en Unidad geriátrica de agudos (con elevada edad media, comorbilidad y peor situación previa) se describe un porcentaje de DFH global del 83,7% y en pacientes nonagenarios esta tasa aumenta hasta el 88%, con una pérdida funcional relevante.
Fisiopatología del DFH
Hay tres pilares fundamentales para que se produzca el deterioro funcional, que son la hospitalización, la enfermedad principal y la reserva funcional.
• Hospitalización: se produce una importante disminución de la movilidad, aislamiento social, ausencia de gafas y audífonos, dietas restrictivas, catéteres, sujeciones físicas, camas altas, barandllas, polifamarcia…
• Reserva funcional: la propia fisiología del envejecimiento.
• Enfermedad principal: marcará el pronóstico clínico, así como la necesidad de encamamiento y restricciones físicas y farmacológicas.
Todo ello conlleva a un desacondicionamiento en el anciano manifestándose en caídas, síncopes, mareos, delirium, riesgo de fractura, deshidratación, desnutrición, UPP, infecciones, entre otros.
Estudios nacionales sobre los efectos adversos ligados a la hospitalización ya citan el deterioro funcional y realizan varias conclusiones como:
• La inmovilidad en el hospital, las medidas de contención y la malnutrición explican el deterioro funcional al alta y al mes; estos son factores de riesgo potencialmente modificables por lo que deben enfocarse los esfuerzos para frenar la trayectoria de declive funcional posterior a la hospitalización.
• La gravedad de la enfermedad se asoció fuertemente con la pérdida de funcionalidad previa a la hospitalización, aunque la fragilidad previa es un predictor más fuerte de deterioro funcional que la gravedad de la enfermedad y la edad.
• La valoración global de las características del paciente tanto basales como durante el ingreso tiene mayor valor en la predicción de deterioro funcional, que el análisis de los factores por separado en ancianos hospitalizados por enfermedad aguda.
Factores de riesgo
• Modificables: delirium (psicofármacos nocturnos), polifarmacia, inmovilidad, rutinas hospitalarias clásicas (factores asociados a la hospitalización).
• No modificables: edad, situación funcional previa, síntomas depresivos, deterioro cognitivo previo.
La inmovilidad es uno de los factores de riesgo más importantes por ser el más susceptible de ser modificado, produce una rápida pérdida de la masa muscular, disminuye la síntesis de proteínas musculares, induce cambios en las estructuras articulares que limitan la movilidad, favorecen la aparición de contracturas y disminuye la capacidad aeróbica.
Consecuencias DFH
Se ha demostrado que conlleva: mayor consumo de recursos sanitarios y sociales, peor evolución clínica, mayor número complicaciones, mayor estancia hospitalaria, aumento de reingresos, mayor tasa de institucionalización, mayor mortalidad.