La disfagia sigue siendo una problemática de gran desconocimiento para la sociedad, a pesar de las repercusiones tan inmensas que tiene en la cantidad y calidad de vida de las personas que la padecen. Tanto la detección como el abordaje, siguen siendo un gran desafío para las personas con disfagia y su entorno más cercano, así como, para los profesionales sanitarios.
Evaluación Logopédica
Los Logopedas, en nuestras evaluaciones, examinamos: la postura, la afectación de los pares craneales involucrados en el proceso de la deglución (V, VII, IX, X, XI), estructuras del sistema estomatognático, reflejos, respiración, voz, habla, estado cognitivo.
Incluso, los últimos años, se han incluido instrumentos para medir objetivamente la dinámica de la deglución. Es el caso del IOPI (para medir fuerza muscular de labios, lengua y buccinadores) y SEMG (para medir actividad de la musculatura involucrada en la deglución) o el Software DeglutiSom con Sonda Doppler (para el análisis acústico de los sonidos de la deglución).
Además, empleamos escalas cuantitativas y cualitativas: para detectar posible disfagia (GUSS, EAT-10), para clasificar severidad de la disfagia (DOSS, Cámpora, FILS, ASHA’S NOMS, FOIS) y incluso para valorar la calidad de vida (SWAL-QOL).
También manejamos pruebas que valoran la eficacia y seguridad de la ingesta de alimentos. Una de las más conocidas y usadas es la prueba del Método de Exploración Clínica Volumen-Viscosidad (MECVV) que valora volumen (5, 10 y 20 ml) y viscosidad (néctar, puding y líquido-agua). Se valora con el pulsioxímetro (PO2) y es conveniente complementarlo con el uso de la auscultación cervical (AC) para obtener información más fiable.
Existe otra clasificación muy útil e internacional: La iniciativa Internacional de Normalización de la Dieta para Disfagia (IDDSI). Fue creada en 2013 con el objetivo de desarrollar nueva terminología y definiciones globales estandarizadas que describieran los alimentos con texturas diversas y bebidas espesas para personas con disfagia de todas las edades, entornos sanitarios y culturas. Proporciona una clasificación de 8 niveles (0-7) con métodos simples de medición que pueden ser empleados por personas con disfagia, cuidadores, profesionales sanitarios especialistas en disfagia y la industria alimentaria interesada en confirmar el nivel de textura que se encuentra un determinado alimento. Es una clasificación que va del liquido más fino (agua) a alimentos más sólidos pasando por alimentos transicionales.
Variables a tener en cuenta: alimento, persona, entorno
Gracias a estas pruebas, podemos adecuar los alimentos que manejamos en el día a día acorde las condiciones individuales de la persona con disfagia. Como profesionales debemos enseñar a los pacientes y a su entorno implementar esta clasificación en entornos naturales para que dichas medidas compensatorias y facilitadoras, como cualquier otra que podamos recomendar desde tratamiento logopédico, tengan éxito.
Las técnicas de rehabilitación que empleamos, como por ejemplo, técnicas manuales y ejercicios motores orales con o sin instrumental (biofeedback, electroestimulación, laserterapia, EMT…) son necesarios en un tratamiento de disfagia. No obstante, proporcionar a los familiares y cuidadores estrategias de actuación (técnicas posturales, de incremento sensorial, adaptaciones de consistencia y volumen, elaboración de alimentos texturizados, utensilios o ayudas técnicas, higiene bucal para evitar broncoaspiraciones, ingesta de medicamentos de forma segura…) fuera del contexto clínico es otra clave. El entorno más cercano, debe ser partícipe activo en las terapias (siempre que sea posible) porque sus actuaciones tienen un impacto en la salud y la vida diaria de la persona con disfagia. Así, nuestro plan terapéutico cobra sentido y funcionalidad. Igualmente, considerar al afectado protagonista de su propia terapia, generará cambios en las conexiones neuronales (Miller, 2011).
Debemos invitarlos a nuestras sesiones, pedirles que nos graben vídeos de actos de comida del día a día y animarles a traer comida a sesiones de logopedia como parte de la evaluación y tratamiento. Así, podremos analizar qué productos utilizan, qué texturas y cómo los cocinan, hábitos alimenticios que tienen en sus casas. Porque no todas las tortillas de patatas son iguales. Aprovechamos para realizar el análisis del alimento y ofrecer pautas. La idea es trabajar la deglución deglutiendo (función por función).
Por lo tanto, la evaluación no se realiza en un único día, sino que es constante. Todas las sesiones de logopedia nos aportan nueva información, y más, cuando trabajamos con personas con enfermedades neurodegenerativas que los síntomas y la gravedad de la enfermedad van avanzando.
Otro aspecto importante es, la persona y su relación con el alimento. Pues los alimentos no solo aportan nutrientes sino también un significado en nuestras vidas, es decir, unas experiencias (positivas o negativas), motivaciones, estados emocionales, placer, actos sociales y relaciones interpersonales, hábitos culturales o familiares, etc. Influyen en la selección de los alimentos y el acto deglutorio. Todo aquello que tenga relación con el alimento implica activación de diferentes zonas cerebrales a modo de red funcional (Paniagua, Rodriguez-Santos, Centenera, 2019). Luego cualquier cambio en la forma de comer de la persona con disfagia puede suponer un desajuste en dicha red funcional. Dicho conocimiento permite encaminar las terapias y ayudar a las personas con disfagia a aceptar los cambios que van a producirse en sus dietas. Hacerles entender que “comer diferente no significa comer peor” y que “no solo comemos para nutrirnos sino también para disfrutar”.
En definitiva, la disfagia es muy compleja y el análisis, como profesionales que trabajamos con personas con disfagia, debe ir más allá de su capacidad de deglución.