Nadie niega hoy, por sentido común y por cultura divulgativa, que la luz es una variable importante en la salud, tanto en la salud física como en la mental. Si preguntáramos por la calle, a bote pronto, cómo está de ánimo un día nublado y triste y cómo se siente un día a pleno sol –aunque haga frío– casi sabríamos la respuesta concreta, por lo menos significativamente, en la mayoría de las personas.
Un porcentaje muy alto nos contestaría que el día que amanece claro, con un sol espléndido y la luz intensa de un cielo azul infinito, se encuentra mejor. Por lo menos se siente más contento y más lleno de vida. Por el contrario, tras unos días continuados de nieblas y de chirimiri, la gente tiende sin darse cuenta a la melancolía y la tristeza. La luz y el sol son un elemento positivo e importante en nuestra vida y en nuestra salud.
Nuestros antepasados, muy lejanos, tenían al sol como un dios supremo que les daba la vida. No sabían mucho, pero intuían que sin el sol no había vida; ni el día aparecía si no asomaba por el horizonte. Los niños de todas las culturas no dejan de pintar un sol aparatoso como centro de su dibujo. Nunca dejan el sol sin pintarlo con los rayos que alargan su escueto paisaje. El lenguaje coloquial no puede ser más expresivo cuando se dice, con menos frecuencia de la deseada: «qué sol de niño”, y “esta mujer es un sol»; significando mucho más que simpático y agradable. No se puede decir más ni mejor adjetivo cuando comparamos una persona con el sol.
La historia está cargada de elementos significativos y de valor, tratándose del sol: El Rey Sol en Francia, Horus, en el Egipto antiguo; el calendario solar de los incas, el imperio del sol naciente de los japoneses, que ondea en su bandera; la moneda del Perú es un sol; Helios, en Grecia y Roma, suponía un culto al astro rey. Todo viene a simbolizar la enorme importancia que ha tenido y tiene el sol y la luz en nuestra cultura milenaria.
Cambio de hora
Nos han cambiado el horario como ocurre cada otoño, desde hace unos cuantos años; ganando luz no nos molesta tanto, pero cuando nos cambian al horario de primavera se nota mucho más, y existe gente a la que le cuesta adaptarse a ese cambio solar –cambio de horario–, porque les supone pérdida de luz. Grupos de riesgo, como son los niños, los ancianos y los enfermos crónicos, pueden algunos empeorar su cuadro por un cierto trastorno en la adaptación, en este caso a la luz. Es cierto que en el gran grupo humano sano, el cambio de luz no nos implica tanta incomodidad como podría suponerse. En breves días nos adaptamos con facilidad al mismo, pero se duerme peor esos días y se trabaja con una cierta astenia generalizada que, aunque dura poco, se nota con claridad.
Más de uno de nosotros hemos observado, viajando a países del Caribe, cómo realmente la luz condiciona totalmente la vida social, económica y de ocio en dichos lugares. Acabo de venir de Cartagena de Indias, y desde el noveno piso de mi hotel, a eso de las cuatro y media de la mañana, el sol empieza a brillar; y las playas se van llenando de gentes buscando el mejor sitio y el más próximo a la orilla. A eso de las cinco de la mañana, toda la playa aparece abarrotada de gentes de todas las edades. La vida está en plena ebullición y con un sol espléndido a esas horas de la madrugada. Lo mismo ocurre a eso de las cinco y media de la tarde, cuando el sol se va metiendo y en media hora, la noche desborda las playas y las calles; noche ciega y una vida familiar de retiro, de inhibición social, de luces de neón y de cierto respeto a la noche tan pronto; cuando en Europa a esas horas estamos todavía de merienda, sobre todo en verano, donde la noche nos llega hacia las 22.00 horas.
Otoño e invierno
La luz es vida y salud, no lo duda nadie. Todos hemos oído con frecuencia que los procesos depresivos se acusan mucho más en otoño que en verano, precisamente porque en otoño e invierno carecemos de mayor número de horas de luz. La luz nos ayuda a sintetizar mucho mejor los neurotransmisores y el reloj biológico. La luz aporta mayor vitalidad a los ritmos circadianos diarios de mayores horas de luz en la mañana y menos al atardecer y a la noche. El cambio de luz-oscuridad nos produce una desincronización en nuestro ritmo de vida al cual necesitamos acomodarnos, necesitando un cierto tiempo. Ya sabemos que el nivel de cortisol aumenta por la mañana y prepara el cuerpo y la mente para estar en alerta durante dicha mañana.
Asimismo podríamos señalar que no es el mismo trabajo, ni el nivel de calidad, de un grupo de trabajadores en turno de día que los mismos en turno de noche. Existen más accidentes y menos nivel de control de la calidad en aquellos trabajadores que están en turnos de noche; sin duda que, además de otras variables, la luz supone una importante soporte para interpretar estos procesos. Las personas que trabajan de taxista en turno de noche son mucho más propensas a desarrollar dolencias gástricas y procesos ansiosos que aquellos taxistas que trabajan de día. Una vez más, la variable luz aporta fundamentos serios para interpretar estos cuadros. pensar en una patología más grave.
Resistencia al estrés
Cuántas veces hemos comentado, quienes nos dedicamos a la salud mental, que durante los meses de verano, empezando a finales de mayo hasta bien entrado el mes de septiembre, las consultas ambulatorias decrecen de forma ostentosa; sin ir más lejos en su explicación, la luz, el sol, el calor y una cierta predisposición subjetiva y perceptiva hacen que la gente se sienta mejor o aguante de mejor manera los estresores que en otras fechas –invierno– son desencadenantes de angustia y ansiedad.
Los últimos estudios son todavía más reiterativos cuando de forma empírica hablan de que hasta la luz artificial, si es buena y en intensidades estudiadas –tema que va más allá del objeto de esta breve reseña–, mejora el rendimiento laboral; reduce los accidentes de trabajo; y está claro que el incremento de la productividad está directamente correlacionada con el buen nivel de la iluminación en las empresas.
No queremos extendernos más, por no cansar al lector, pero nos gustaría concluir que la luz desempeña una importante función biológico-psicológica en el devenir de nuestras vidas. Es fundamental para controlar el reloj biológico y los ritmos fisiológicos durante el día y las estaciones del año. Influye de manera directa sobre los estados de ánimo: un buen nivel de iluminación en las industrias mejora el rendimiento laboral y generalmente en los turnos de noche se desarrolla mayor vulnerabilidad al estrés.