La popularización de los implantes dentales como principal modo de restauración de las piezas perdidas ha conllevado también la aparición de un mayor porcentaje de enfermedades periimplantarias. Se trata de una consecuencia que puede parecer inevitable, pero que obliga a intensificar los esfuerzos para mejorar los tratamientos y los protocolos de mantenimiento, que son muy relevantes para garantizar la viabilidad de un implante en el largo plazo.
Al igual que la enfermedad periodontal, las patologías periimplantarias tienen varias fases. En la primera de ellas, que se denomina mucositis, se manifiestan lesiones inflamatorias en los tejidos blandos. Mediante fármacos y procesos de limpieza de la zona se puede revertir y evitar que se llegue a la periimplantitis propiamente dicha. Esta termina en el deterioro de la masa ósea que sostiene al implante y por lo tanto, puede provocar la pérdida de esta pieza artificial y la necesidad de un nuevo retratamiento.
Factores de la enfermedad periimplantaria
En la aparición de la enfermedad periimplantaria influyen varios factores. Los más previsibles son que el paciente mantenga hábitos nocivos y que no realice una higiene adecuada de su salud bucodental. Asimismo, es relevante el hecho de que no se sigan los protocolos de mantenimiento, que recomiendan acudir periódicamente a la clínica para llevar a cabo limpiezas técnicas que no es posible abordar en el cuidado diario. No debemos olvidar que los implantes son consecuencia de la pérdida de los dientes naturales. La dentadura ya no se encuentra en sus condiciones óptimas y hay que cuidarla con más dedicación incluso.
Por otro lado, pueden influir otras patologías del organismo en general, que incidan negativamente en la salud bucodental y perjudiquen también a los implantes.
No obstante, más allá de las causas posteriores que afectan a la duración de un tratamiento de implantología, debemos señalar que el éxito comienza en el primer momento de la intervención. Un diagnóstico preciso, que nos indica el enfoque más adecuado para asegurar la restauración, una planificación rigurosa de las fases de la cirugía, la utilización de materiales de calidad y la exactitud con que se trabaje en el apartado protésico, todo ello condiciona un buen desenlace.
La importancia de la osteointegración
Además, hay un factor más esencial, tal como se viene demostrando en las numerosas investigaciones que se realizan sobre la periimplantitis. Nos referimos a la osteointegración. La experiencia clínica de miles de implantes colocados nos demuestra que la presencia de nivel suficiente de masa ósea resulta decisiva en la pervivencia a largo plazo.
Debemos lograr que el implante sea estable desde el momento en que es insertado. Y, para ello, necesitamos una densidad de hueso óptima. Estamos trabajando con un hueso cicatricial, que ha perdido su vitalidad en buena medida al desaparecer el diente. Esto nos obliga a llevar a cabo un proceso de regeneración ósea que es posible ejecutar de manera poco traumática y en un período de tiempo relativamente corto, gracias a los avances en este campo.
Cuando nos aseguramos de que el paciente presenta las propiedades óseas adecuadas para los implantes que necesita, es el momento de culminar el tratamiento. Se habla mucho de implantes de carga inmediata, de implantes en el día, que son indicativos del avance de la disciplina. Pero la mayor agilidad con que trabaja la implantología no debe sacrificar la necesidad de contar con el aporte de hueso necesario. Porque, en este aspecto, descansa verdaderamente el futuro del implante y la posibilidad de minimizar el riesgo de la periimplantitis.