A lo largo de la última década ha ido tomando fuerza la necesidad de una “medicina basada en los valores”, que contraponga el peso de la “medicina basada en los hechos” (o en las “pruebas”, o en la “evidencia”). Este fenómeno surge del carácter social y cultural de la práctica médica, que obliga a que los valores y creencias de los actores en el proceso asistencial sean tenidos en cuenta. La Bioética ha consagrado la importancia de la Autonomía como el principio fundamental que rige la práctica asistencial, lo que equivale a poner en primer plano los valores que se expresan a través de dicha autonomía. La importancia de los valores se pone especialmente de manifiesto cuando existen discrepancias en los mismos, un hecho cada vez más frecuente en la sociedad multicultural en la que nos hemos convertido casi sin darnos cuenta.
No tenemos que irnos a casos extremos, como el aborto o la eutanasia, para encontrar conflictos de valores. Puede aparecer en un acto aparentemente tan simple como prescribir un analgésico. Y en caso de conflicto ¿Qué valores priman? ¿Los del paciente únicamente? ¿Los del personal asistencial? ¿Los de los dirigentes políticos de los Servicios de Salud? La importancia creciente de los valores nos obliga a plantearnos de forma personal y colectiva cuáles son los valores sobre los que se asienta nuestra práctica asistencial. Uno de ellos puede ser el valor de la Hospitalidad.
La Hospitalidad, valor y virtud
La Hospitalidad puede ser considerada simultáneamente como un valor y como una virtud. Desde un punto de vista antropológico, hunde sus raíces en el carácter migratorio e itinerante de la especie humana, y se halla en el origen mítico de las culturas – Hebrea, Griega, Romana – que se han conjugado para dar lugar a la cultura occidental. La Hospitalidad también se encuentra en el origen medieval de nuestros hospitales, como una manifestación de la caridad cristiana. Pero a la vez, su vigencia e incluso su necesidad en el postmodernismo parecen evidentes. Al tratarse de un valor universal puede entenderse desde distintos puntos de vista, pero entre sus componentes más importantes se encuentran la acogida, la dignificación de la persona atendida, la potenciación de la libertad y la autonomía del que la recibe, y el enriquecimiento mutuo, tanto del que la recibe como del que la presta. La Hospitalidad supone la ruptura del aislamiento y de la exclusión del grupo social del enfermo, quizás la consecuencia más grave de la enfermedad.
El valor de la Hospitalidad parece especialmente necesario en la atención a los enfermos mentales, y dentro de ellos a los ancianos, sobre los que recae el dudoso privilegio de una doble marginación. Lo mismo podemos decir de los enfermos terminales. O de los discapacitados, tanto intelectuales como físicos. En general, para la atención a todas las enfermedades crónicas, que se ven arrojadas de los servicios de salud “porque ya no se puede hacer nada por ellos”: es decir, porque ponen de manifiesto las enormes lagunas de conocimiento que todavía tiene la ciencia médica. Para todos los que sobran en las estructuras asistenciales, la Hospitalidad es un valor necesario, casi una reivindicación.
En Navarra hay tres centros, la Clínica Psiquiátrica Padre Menni, el Centro Hospitalario Benito Menni de Elizondo y el Hospital San Juan de Dios, que afirman tener la Hospitalidad como su valor fundamental. Quizás puedan ofrecer a la Sanidad Navarra algo más que camas a menor coste que el sistema público.