Impacto de la Disfunción Ejecutiva en la Enfermedad de Alzheimer


Esperanza Bausela Herreras. Profesora Titular de Universidad de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad Pública de Navarra. Experta online en Psicooncologia por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Investigadora principal del Grupo de Investigación “Funciones Ejecutivas: Psicología, Música y Salud mental”. Departamento de Ciencias de la Salud. Universidad Pública de Navarra.

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La función ejecutiva (FE) se refiere a un conjunto de procesos cognitivos esenciales para gestionar el comportamiento y las emociones implicadas en diversas actividades de la vida diaria. Estos procesos son esenciales para controlar el comportamiento, gestionar tareas, tomar decisiones, razonar, planificar, regular y controlar los procesos de información y comportamientos. Incluyen dimensiones frías (por ejemplo, planificar) y cálidas (por ejemplo, autorregulación emocional).

En el contexto de la demencia – más concretamente en la enfermedad de Alzheimer (EA) – la disfunción ejecutiva es una preocupación significativa, pudiendo contribuir y afectar al deterioro en el funcionamiento diario y en la calidad de vida de las personas afectadas y de sus familias.

La disfunción ejecutiva tiende a volverse más pronunciada a medida que la enfermedad progresa, afectando a diversas tareas de la vida diaria que requieren competencias relacionadas con: memoria operativa, planificación, inhibición o coordinación en multitarea.

Disponemos de diversas pruebas estandarizadas para evaluar diferentes dimensiones ejecutivas, por ejemplo, la tarea de Stroop (inhibición de respuestas automáticas) y la prueba de Clasificación de Cartas de Wisconsin (clasificar) pueden ser eficaces para distinguir entre el envejecimiento saludable y el envejecimiento patológico en personas con EA. Estos instrumentos pueden ayudar – en el contexto de un proceso de evaluación clínica y/o neuropsicológica – a identificar la disfunción ejecutiva de manera temprana, lo cual es crucial para una intervención, también, temprana.

La disfunción ejecutiva afecta e impacta significativamente en las actividades instrumentales de la vida diaria de la persona afectada y su familia, lo que lleva a una pérdida temprana de productividad y a un aumento en la carga del cuidador a medida que evoluciona la enfermedad. Puede ser interesante para minimizar ese impacto en el cuidador, trabajar con la persona afectada tareas que potencien en la medida de las posibilidades de cada persona afectada y evaluación de la enfermedad, por ejemplo, manejo del dinero, preparación de comidas, toma de medicamentos, uso del transporte o gestión del hogar. Estos ejemplos resaltan la importancia de hacer una evaluación de la función ejecutiva en personas afectadas con demencia para diseñar estrategias de intervención que reduzcan su impacto en la calidad de vida diaria de la persona afectada y alivien la carga al cuidador.

En la enfermedad de Alzheimer, la disfunción ejecutiva está relacionada con la afectación entre otras zonas corticales de las regiones temporales y parietales, mientras que, en otras demencias, está más asociada con áreas frontales y fronto-subcorticales. Esta distinción destaca las diferentes bases neuroanatómicas (enfoque sistémico que sustituye y supera al localizacionista) en los distintos tipos de demencia.

Se sabe que la sustancia blanca es crucial para la función ejecutiva y que está afectada tanto en la enfermedad de Alzheimer. La disfunción de la materia blanca y la presencia de placas amiloides, entre otros hallazgos, sugiere un mecanismo fisiopatológico clave en la enfermedad de Alzheimer.

Identificar la disfunción ejecutiva en las primeras etapas de la enfermedad de Alzheimer puede ayudar a desarrollar intervenciones específicas y personalizados para desacelerar la progresión de la enfermedad y gestionar los síntomas.

Comprender los déficits ejecutivos específicos puede guiar el desarrollo de intervenciones personalizadas orientadas a mejorar el funcionamiento diario de las personas afectadas y la calidad de vida tanto de los pacientes como de sus familias. Por ejemplo, abordar la apatía y los déficits en el reconocimiento emocional puede tener un impacto significativo. Algunos ejemplos de programas de envejecimiento activo que podemos potenciar y desarrollar están relacionados con potenciar la actividad física, la estimulación cognitiva, la participación social, la salud y bienestar, el ocio y cultura, contribuyendo a reducir el impacto de la enfermedad de Alzheimer en la persona afectada y sus familias. Estos programas ayudan a mantener la autonomía de la persona afectada, mejorar la calidad de vida y fomentar la integración social de las personas mayores adultos.

En conclusión, la disfunción ejecutiva juega un papel crucial en la progresión y el manejo de la enfermedad de Alzheimer. La detección temprana e intervenciones dirigidas a mejorar las funciones ejecutivas pueden mejorar potencialmente la autonomía y la calidad de vida de las personas con demencia y sus familias.

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AUTORA

Esperanza Bausela Herreras. Profesora Titular de Universidad de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad Pública de Navarra. Experta online en Psicooncologia por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Investigadora principal del Grupo de Investigación “Funciones Ejecutivas: Psicología, Música y Salud mental”. Departamento de Ciencias de la Salud. Universidad Pública de Navarra.