¿A quién no le ha pasado alguna vez que, cuando tiene una reunión, un evento importante o tiene miedo, tiene muchas ganas de ir al baño?
No es casualidad que alguien hable de “cagarse de miedo” o de “digerir las derrotas”.
Todas esas sensaciones que experimentamos como las “mariposas en el estómago” cuando nos emocionamos o “el estómago encogido” cuando nos sentimos frustrados, angustiados o tristes no se producen porque sí.
Estas relaciones entre el intestino y el cerebro no son una simple metáfora. Realmente, existen evidencias científicas que demuestran que nuestras bacterias son capaces de modificar nuestra conducta y, por tanto, alterar nuestro comportamiento.
En este punto entra en juego la que denominamos como microbiota intestinal. Se define como el conjunto de los microorganismos (bacterias, hongos, parásitos, arqueas, virus y más, o sea, bichitos buenos y malos) que residen en nuestro intestino. Componen entre 1 y 2 kg de nuestro peso total, y hasta un 70% de nuestras heces. Tenemos bacterias en todo el tubo digestivo, desde la boca hasta el colon.
Estos microorganismos se encargan de digerir y absorber nutrientes, actuar como barrera defensora de agentes patógenos externos además de fabricar más del 80% de los neurotransmisores del cerebro: serotonina y dopamina.
La serotonina regula los niveles corporales de felicidad, funciona como neurotransmisor ligado a la sensación de tranquilidad, calma, bienestar y relajación. Por su parte, la dopamina es el neurotransmisor asociado a la alegría, el aprendizaje y la recompensa.
De esta última función es de la que podemos extraer la afirmación “el intestino es nuestro segundo cerebro”.
Los factores que influyen en la composición de la microbiota (y por tanto en la fabricación de neurotransmisores cerebrales) son múltiples: alimentación, ejercicio físico, sueño, estrés, edad, fármacos o nuestra propia genética.
Comer de forma saludable (una dieta variada cuya base sean las frutas, verduras, hortalizas y legumbres), hacer ejercicio físico de forma regular y gestionar el estrés de manera adecuada, afectarán de forma positiva a nuestra microbiota.
Cuidar nuestra salud intestinal también es cuidar nuestra salud emocional.