Malestar emocional y enfermedad mental: la diferencia está en la función adaptativa


Dr. Ignacio Mata Pastor. Psiquiatra. Director General de Fundación Argibide

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En mi opinión, las emociones, las ideas y las percepciones son aspectos inherentes a la condición humana. ¿Deberíamos considerar la tristeza, la ansiedad, la iniciativa, la obsesividad, los olvidos, o la suspicacia como elementos patológicos de la mente? La respuesta es clara: “NO”. ¿No debemos entristecernos ante una mala noticia? ¿No es útil sentir cierta ansiedad antes de un examen? ¿No es imprescindible contar con un determinado nivel de iniciativa? ¿Acaso no es necesario seguir una serie de normas y rituales para llevar una vida ordenada? ¿Qué sucedería si nunca olvidáramos nada de lo que nos sucede en el día a día? ¿Y cómo sobreviviríamos sin desconfiar de personas que puedan suponer un riesgo para nuestra seguridad?

Todos hemos sentido malestar emocional a lo largo de nuestras vidas. ¿Quién puede decir que no ha experimentado tristeza y ansiedad? ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo por tener excesivos planes? ¿Quién no se ha sentido mal por no ser capaz de prever el futuro en momentos de incertidumbre? ¿Quién no siente desazón por no recordar datos que años atrás recordaba sin problema? ¿Quién no se ha sentido mal por desconfiar de personas más o menos cercanas? Sin embargo, no diríamos que estamos sufriendo una enfermedad mental cada vez que nos sentimos así. Solo se trata de malestar emocional que, en la mayoría de las ocasiones, nos ayuda a adaptarnos a nuestro entorno.
El problema llega cuando estos fenómenos mentales adquieren una dimensión claramente desproporcionada, casi siempre por exceso, y afectan nuestro bienestar o el de las personas que nos rodean, o repercuten negativamente en nuestro funcionamiento personal, familiar, social o educativo-laboral. Es decir, cuando dejan de tener una función adaptativa.
Sentirnos tristes por haber sufrido una pérdida nos ayuda a elaborar mentalmente lo sucedido, pero cuando esta tristeza sobrepasa los límites razonables, podemos estar ante una depresión. Sentir cierta ansiedad los días previos a un examen incrementa nuestro rendimiento, pero sentirnos ansiosos sin motivo o en exceso puede ser un signo de un trastorno de angustia. Tener planes de futuro y alegrarnos pensando en ellos nos sirve de motivación para avanzar en nuestras vidas, pero cuando nos aferramos a planes inalcanzables o irracionales o sentimos una alegría excesiva podemos estar a las puertas de un episodio maniaco. Comprobar que hemos activado el despertador es útil para nuestra seguridad, pero realizar estas comprobaciones de una forma repetitiva deja de ser útil y puede ser un síntoma de un trastorno obsesivo. Olvidar datos irrelevantes es útil para disponer de capacidad para fijar nuevos materiales en nuestra memoria, pero los olvidos excesivos pueden indicar una demencia. Ser precavidos nos protege de los peligros, pero la desconfianza excesiva puede derivar en paranoidismo.
En definitiva, como dijo Aristóteles en el siglo IV a.C, la virtud está en el término medio. Y como postuló Darwin en el siglo XIX, los miembros de una especie con características más adaptadas sobreviven más fácilmente.