Aquella “gripe rara”, la COVID19, invadió rápidamente nuestras vidas transformando nuestra forma de trabajar y de relacionarnos. Teníamos Miedo, pero al ver a todo el equipo preparado, el miedo se hacía más llevadero. Cuando hay mucho trabajo, la necesidad mutua, es lo que hace que el engranaje del trabajo en equipo funcione a la perfección.
En Cuidados Intensivos estamos acostumbrados a bailar con el dolor, sobretodo el que vemos en las familias. En esta pandemia cruel, la familia tenía que estar lejos, dejando, si cabe, más desvalido al enfermo y el personal tuvo que hacer de padre, madre, hijo…todos los que trabajamos en UCI, sanitarios, personal de limpieza, administrativos… asumimos la gran tarea de ser sus protectores.
Habilitamos un teléfono móvil para vídeo llamadas que las familias agradecían muchísimo. Toda nuestra cercanía tenía que ser por teléfono así que las llamadas eran a veces muy largas (tuvimos una paciente extranjera cuyo cónyuge pasó el primer mes solo en un hotel, las 24 horas del día, esperando estas llamadas). El aislamiento de los pacientes era algo que nos dolía. Pero el estado de alarma, y el pico de la pandemia no permitían otra cosa. ¡Qué ilusión les hacía verles mejorar, que empezaran a sonreir o estrenar un pelo recién cortado! Les daba tranquilidad entre tanta Incertidumbre.
Les pedíamos a las familias que nos enviaran sus fotos por correo electrónico y las colocábamos donde los pacientes pudieran verlas para hacerles más familiar aquel entorno tan extraño. Y les poníamos su música favorita. A un paciente le llevamos una cinta de la Virgen del Pilar y la colocamos en su cabecera porque era muy devoto.
Teníamos que hacer todo lo que sus seres queridos hubieran hecho por ellos.
En las primeras semanas, al Miedo se le sumó la necesidad de adaptarse a trabajar con los EPI,S (Equipos de Protección Individual).
Muchas horas con batas que daban mucho calor, mascarillas muy oclusivas, gafas, gorro y pantalla facial. Nos hacían sudar mucho y nos dejaban marcas en la cara. Cualquier cuidado se prolongaba en el tiempo porque había que ponerse y quitarse con mucho cuidado el EPI para evitar el contagio. Además, nos angustiaba el gasto tan rápido de material, temíamos quedarnos sin protección y empezamos a gestionar entre nosotros la manera de ahorrar material (agrupando cuidados y gestionando las entradas de personal a los boxes). Afortunadamente nunca nos faltó material. Desde Arnedo, por ejemplo, nos mandaron muchísimas batas impermeables confeccionadas por ellos mismos y también nos llegaron muchas pantallas impresas en 3D de gente voluntaria. Los boxes estaban aislados y la comunicación con el resto de personal era difícil, así que tanto la jefa como miembros del personal recopilaron pizarras blancas para facilitar la comunicación. Siempre ha habido lugar para el Agradecimiento en esta pandemia.
Los pacientes más graves se fueron recuperando con lentitud, la COVID19 les dejó a muchos con una debilidad extrema y mucha dificultad para recuperar su autonomía para las actividades de la vida diaria. Se intensificó la rehabilitación y les animábamos diciéndoles que eran unos supervivientes, les poníamos las noticias en la TV para que se fueran situando en el presente (algunos se habían pasado casi dos meses en coma…) y conforme descendía el número de casos, empezamos a dar paso a las primeras visitas.
Hubo algunos que desgraciadamente no superaron la enfermedad, procuramos que fallecieran con todos los cuidados paliativos y de confort y con la atención espiritual deseada que les daba algo de consuelo a sus familias.
A nivel personal, a parte del Miedo y el Agradecimiento (muy a menudo había establecimientos que nos mandaban algo para cenar en las guardias o los aplausos que tanto nos emocionaban) teníamos Incertidumbre por el futuro. Se iba conociendo la alta contagiosidad del virus. Nosotros estábamos muy protegidos pero no sabíamos si cualquier día podíamos cometer algún fallo con el EPI o faltarnos la protección. Hubo compañeras que voluntariamente salieron de sus casas para proteger a sus familiares de riesgo o que incluso estuvieron semanas sin ver a sus hijos. Fueron días de decisiones duras, de vivir un poco a parte de tu familia, de intentar poner una barrera entre el trabajo, donde convivíamos con el virus y los tuyos. Y como no podía ser de otra manera, también hubo breves y dolorosas despedidas.
En resumen, creo que en nuestro entorno (la UCI) la Sanidad Navarra ha estado muy a la altura en cuanto a previsión, capacidad de respuesta y adaptación a todo el tsunami de casos que se fueron produciendo. Resaltaría la respuesta del personal que prácticamente el 100% aumentó su jornada, manifestó su disponibilidad, y se dejó la piel en la atención a los pacientes de esta pandemia. Y destacaría también a tantos profesionales que salieron de sus puestos de trabajo habituales para atender a pacientes complicadísimos de UCI, lo que añade un extra de valor a estas personas.