Precaucion con las dietas milagro


Mª Estrella Petrina (1) y Esperanza Roldán (2)

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Ya está aquí la primavera y… ¡Con qué calor ha comenzado! Llega la hora de cambiar la ropa de temporada, de dejar el abrigo. Y como consecuencia de ello, de pasar revista a las tallas del año pasado. Por desgracia, es lo único que mueve a muchas personas a preocuparse de los kilos de más que se han ido acumulando: que si un poco de barriga, que si esas cartucheras. Digo por desgracia, porque no es visto como un problema de salud, que es como debería considerarse y así mantenernos alertas siempre; sino que se ve, más bien, como un problema estético. Y en esta sociedad, cada vez más preocupada por la imagen, la superficialidad toma todavía mayor relevancia.

Vamos al kiosco y leemos los suplementos dominicales, la radio, la televisión, las farmacias y demás establecimientos… Todo nos recuerda que en esta temporada hay que hacer caso a la báscula e intentar el milagro tantas veces soñado: ¡Bajar kilos sin esfuerzo! Debiéramos recordar, no obstante, que intentar perder unos kilos no es lo mismo que tratar una obesidad o un sobrepeso y que tratamientos nutricionales demasiado estrictos y mal planteados pueden traer funestas consecuencias. Tratar la obesidad es bajar grasa. Sí, puede que alguien se muestre sorprendido, pero no es lo mismo que bajar de peso. Mientras que bajar un kilo de músculo supone un balance negativo de 4000 Kcal y se consigue de forma rápida por tratarse de un tejido muy hidratado, bajar grasa supone un balance negativo de unas 9000 Kcal. Toda dieta en que la pérdida de peso sea en tal proporción en la que más del 25% sea a expensas de bajar tejido magro (músculo) es inválida en cuanto a su planteamiento y no sirve como tratamiento de una obesidad, con lo que supondrá, con casi total seguridad, una recuperación de lo perdido. Además, puede llevar asociado un problema de salud.

El mayor riesgo estriba, no obstante, en aquellas personas que se someten a tratamientos nutricionales sin control médico. Hay que tener en cuenta que siempre van a tener mayor riesgo las personas que sufran algún tipo de enfermedad: arritmias, insuficiencia cardíaca, hipertensión, diabetes o dislipemia, porque una dieta inadecuada puede agravar o modificar el curso de su enfermedad.

Desde el punto de vista de la nutrición, el papel de la dieta consiste en satisfacer las necesidades nutritivas de nuestro organismo. Esto, que parece una perogrullada, es importante, porque los defensores de las dietas extremas atribuyen a las mismas virtudes que poco tienen que ver con las necesidades nutritivas del organismo humano. Para que una dieta sea adecuada es preciso que se cumplan siempre dos requisitos:

1) Que la cantidad total de alimentos, o su contenido energético, sea suficiente para mantener un peso corporal constante, dentro de los límites considerados normales para el sujeto.
2) Que la dieta sea variada y estén presentes en ella alimentos representativos de todos los grupos: verduras, frutas, hidratos de carbono (patata, pasta, arroz, pan, legumbres), proteínas ( carne, pescado, leche, huevos), grasas (aceites) y agua.

La existencia de una relación entre la dieta alimenticia y la salud del hombre se sospechó ya desde tiempos remotos. Así surgieron toda una serie de creencias que atribuían propiedades mágicas a los alimentos. No sorprende que los pueblos primitivos bebiesen la sangre de sus presas o comiesen su corazón con la esperanza de adquirir la fuerza, velocidad o astucia que admiraban de ellos. Sin embargo, lo sorprendente es que esas ideas sigan defendiéndose hoy en día y se atribuya a los alimentos propiedades inexistentes. Hoy en día muchas personas, abrumadas por la publicidad, son capaces de creer que, por ejemplo, el pomelo posee un encima que «disuelve» la grasa, aunque dicho encima no existe en el pomelo, ni en ningún alimento conocido; o que la alcachofa o su extracto obran el milagro de la dilución de la grasa. Así podríamos seguir con muchos compuestos: sopa de cebolla, cápsulas de vinagre de manzana, etc.

Dietas desaconsejadas

En los últimos años han proliferado gran número de dietas variopintas, sensacionalistas y, a veces, aberrantes que han logrado gran profusión y seguimiento. Dentro de las dietas hipergrasas tenemos algunas tan conocidas como la deAtkins, Montignac, Pemmington y Lutz. Se basan en una reducción importante de los hidratos de carbono, que llegan a desaparecer completamente en algunas de ellas y su sustitución por grasas, en general saturadas; además alguna de estas dietas combina el consumo de alimentos de forma disociada, es decir, separando la ingesta de hidratos de carbono de las proteínas y grasas. Al eliminar los hidratos de carbono de la dieta se produce un efecto cetogénico que tiende a provocar la deshidratación y la acidosis metabólica, y tiene efecto anorexígeno, con lo que la cantidad de ingesta se va reduciendo cada vez más.

También se han desarrollado dietas hiperproteicas, que son dietas con bajo o muy bajo aporte calórico. Se incluyen aquí dietas que fueron conocidas por sus nefastas consecuencias como las de la «proteína líquida» o «la de la última oportunidad», que produjeron un importante número de muertes en Norteamérica atribuídas a alteraciones del ritmo cardíaco e importantes alteraciones neurológicas asociadas a déficits de vitamina B12. Además, el aporte proteico de estas dietas provenía de extractos de la piel de vaca. Otras como el régimen de Scardale o la Dieta de Cooley son dietas que eliminan totalmente las grasas y reducen a lo mínimo los hidratos de carbono, es decir: carne, fruta y verdura de forma exclusiva. Son dietas que aportan menos de 1000 Kcal, para llevar de 15 a 30 días y aseguran pérdidas de peso de hasta 7 Kg. en una semana. Estas dietas son deficientes en múltiples nutrientes y se han descrito alteraciones renales, hipertensión y litiasis renal.

Asimismo, circulan múltiples dietas pintorescas: Dieta de la Clínica Mayo (negada por los especialistas de dicho centro); dieta de la bailarina Erna Carise «eficaz, divertida y alcohólica»; dietas adelgazantes para mejorar la sexualidad a base de mariscos, ostras, almejas y berberechos asociados a la vitamina E, sin razones fisiológicas demostradas; Dieta Rastafari, macrobiótica estricta, que realizada durante tiempo prolongado, también tuvo muertos entre sus adeptos; Dieta de la leche y el plátano; Dieta bikini o de «Victoria Principal»; «Cronodieta», en la que determinados alimentos engordan en función del horario en que se consuman. Variantes de esta dieta son las «Dietas de la Hora» o la «Dieta del Calendario»; «Dieta de Beverly Hills», en la que determinados alimentos sólo se absorben si van consumidos con otros, generalmente exóticos; Dieta Humplik, que al contrario de las otras propugna el incremento en el consumo de calorías de hasta unas 6.000 Kcal. y, lógicamente, engorda; Dieta de la «sopa quemagrasa», a base de ingerir durante una semana sólo dicha sopa (cebolla, apio, pimiento verde, repollo, cubito de caldo, sal y pimienta) con alguna fruta y algún día carne. Hay que advertir que produce desequilibrios vitamínicos y problemas de salud cuando se realiza en grupos vulnerables. Podemos seguir, por desgracia, esta lista interminable: Dieta de Rafaela Carrá, Dieta de los Astronautas, Dieta del chorizo o Dieta del chocolate.

Todo ello sin ahondar en incluir los productos adelgazantes que en muchas ocasiones incluyen con estas dietas y que pueden ser objeto de otro estudio (pulseras, algas, parches, plantillas).

Parafraseando al Profesor F. Grande Covián, concluiré: «La magia y el milagro no son los medios más eficaces para resolver los problemas de nutrición del hombre. Los conocimientos científicos no pueden resolver todos nuestros problemas, pero sólo ellos nos ofrecen una solución racional de los mismos».