Millones de personas en Europa ya han perdido su audición funcional y con ello, las posibilidades de comunicarse con su entorno. La disfuncionalidad auditiva involucra no solo la imposibilidad de escuchar un sonido, sino además, la incapacidad de comprender su significado.
Aproximadamente una de cada tres personas mayores de 60 años se encuentra en esta condición, pero la prevalencia de esta discapacidad invisible para la sociedad, probablemente se incrementará de manera significativa en el corto plazo, al intervenir sobre su causa biológica esencial, el envejecimiento natural, una variable de la vida moderna: el ruido ambiental.
Este hecho debe considerarse cada día con mayor preocupación, ya que representa una amenaza adicional de nuestro entorno. Hoy día enfrentamos en las calles, bares, fábricas y colegios de nuestras ciudades, ambientes sonoros que fácilmente sobrepasan los 70 decibelios como un hecho constante. Esto es particularmente grave, si consideramos que los umbrales de ruido en los cuales potencialmente se produce daño auditivo se encuentran ya alrededor de los 80 – 85 decibeles. A modo de ejemplo, el nivel de ruido en lugares de concurrencia habitual fácilmente alcanzan o sobrepasan estos umbrales :
- Tiendas de ropa joven 80 dB.
- Bares > 85 – 100 dB.
- Conciertos de rock > 100 dB.
En este contexto, resulta fundamental educar sobre las consecuencias de la exposición a altos niveles de ruido, así como desarrollar legislaciones y mecanismos de protección auditiva que posibiliten regular este hecho, asumiendo una conducta similar a la aplicada con el tabaco, esta vez con el objeto de proteger nuestro vital órgano sensorial auditivo.
La norma de calidad ISO 1999:1990 determina cuáles son las pérdidas auditivas que son debidas a la exposición a ruidos y cuáles debidas a la edad. De esta forma, podemos conocer el impacto que la edad y el ruido producen de forma conjunta.
Esto queda claramente de manifiesto en el gráfico Nº 1, donde podemos observar como el ruido añade una mayor pérdida auditiva al proceso natural de envejecimiento. Al igual que lo que ocurre en otras enfermedades, los daños en el oído se producen de forma paulatina y silenciosa, de manera que la persona desconoce el perjuicio, del todo evitable, que se ocasiona a si mismo.
En consecuencia, resulta fundamental prevenir la exposición al ruido y así evitar una prematura pérdida de la capacidad funcional auditiva, con las implicancias sociales, educativas, laborales y económicas que esta condición conlleva, tanto para el individuo en particular como para la sociedad en su conjunto.
Hipoacusia inducida por el Ruido
Este artículo busca entregar una explicación breve y simple del por qué el ruido genera daño auditivo, así como de sus potenciales consecuencias.
Para esto, es útil concebir a la audición como un proceso funcional que percibe las vibraciones generadas por los diferentes sonidos que emanan del medio ambiente y las analiza dentro de un determinado rango. Estas vibraciones, percibidas por el órgano auditivo desde el entorno ambiental, tienen dos características esenciales: una intensidad variable, que se mide en “ decibelios “ y un rango igualmente variable de frecuencias, pudiendo estas ser agudas, medias o graves, las que se miden en unidades denominadas “hercios”.
El sistema auditivo descompone las múltiples frecuencias generadas por los diferentes sonidos externos en sus frecuencias específicas, y posteriormente modifica energías mecánicas y eléctricas para obtener comprensión del significado del sonido por la corteza cerebral auditiva.
El oído humano es capaz de analizar frecuencias entre 20 y 20000 hercios, pero las frecuencias críticas se encuentran muy en particular, entre las frecuencias 500 y 2000, por ser estas las que participan de manera más trascendente en la comunicación y desarrollo del lenguaje, uno de los pilares de la evolución del ser humano.
Concebida así la funcionalidad auditiva, todo deterioro representa un déficit o hipoacusia, de magnitud habitualmente correlacionado con la cuantía del daño.
Una forma clásica de caracterizar la hipoacusia es vincularla con la anatomía del oído; en este contexto, aquellas hipoacusias que se generan por daño en el conducto auditivo externo y/o el oído m e d i o , estructuras que normalmente amplifican y conducen las ondas de sonido bajo un formato de vibraciones mecánicas hacia las neuronas del oído interno, se denominan en su conjunto “conductivas “. De igual forma, aquellas generadas por daño en estas estructuras neurales se engloban con el término de “ sensorioneural”, siendo como concepto general, irreversibles.
Las estructuras auditivas neurales del oído interno se encuentran en la cóclea o caracol, así como las estructuras del equilibrio se ubican en las estructuras vestibulares.
La cóclea puede ser considerada como una tubería que gira como una espiral dos veces y media sobre su eje oblicuo, el modiolo. Esta tubería es más ancha en su base y disminuye su grosor hacia su ápex. Esta diferencia estructural permite que en la zona basal sean analizadas las frecuencias agudas y en el ápex las frecuencias graves. En el interior de la cóclea se encuentra el receptor auditivo sensorial, el Órgano de Corti, en cual posee, para cumplir este rol, con dos principales estructuras celulares : las células ciliadas, que traducen la onda de vibración mecánica generada en el oído medio en un código bioeléctrico comprensible por la corteza cerebral, y un segundo grupo formado por células que otorgan el soporte a las anteriores, denominadas células de sostén.
El daño que ocasiona el ruido dependerá de algunas características del sonido recibido, principalmente su intensidad y el tiempo de exposición, existiendo por supuesto diferentes grados de tolerancia individual. Se sabe además, que a intensidades similares, los sonidos agudos causan más daño.
Este ocurre cuando un ruido de intensidad igual o superior a los 80 decibelios es percibido por las células ciliadas. En ese momento se liberan, a modo de protección, sustancias químicas de alta efectividad que aumentan la tolerancia al sonido por parte de estas células. Sin embargo, cuando este ruido se mantiene en el tiempo, se produce la fatiga auditiva de la célula ciliada, condición inicialmente reversible que, de no modificarse la exposición a ruido, genera daño definitivo de estas, principalmente en frecuencias agudas, en particular en las frecuencias de 4000 hercios, lo que se manifiesta por la aparición de acúfenos o tinitus y de hipoacusia sensorioneural en estas frecuencias.
La razón de la irreversibilidad de las hipoacusias sensorioneurales se basa en que, al ser destruidas o dañadas las células ciliadas, dejan de existir las únicas estructuras biológicas con capacidad de efectuar la transformación del sonido desde su formato inicial, como energía mecánica, a un formato de energía bioeléctrica comprensible para la corteza cerebral auditiva. El ruido es uno de los agentes con mayor poder de daño sobre estas células.
Uso de audífonos
Una vez establecido el daño, si éste es de una magnitud significativa, existirá real dificultad para comprender el significado del sonido, en particular en ambientes externos, cuando existe ruido de fondo o el origen de la fuente sonora cambia de posición o no es visible. En estas condiciones deberemos recurrir a ayudas externas, como el uso de audífonos. Sin embargo, la capacidad de amplificación del sonido por parte de los audífonos estará siempre condicionada a la calidad de las células ciliadas remanentes, ya que si estas son insuficientes o se encuentran particularmente dañadas, amplificarán el sonido con estas mismas características, por lo que resulta imprescindible evitar exponer este órgano a ruidos intensos, en especial por períodos prolongados.
La importancia de la Salud Auditiva para la población es particularmente crítica, dado que ésta es la base de la comunicación y del aprendizaje. Una hipoacusia puede modificar sustancialmente la calidad de vida. Los sonidos que alertan del peligro ya no existen. La risa que comunicaba a amigos es un recuerdo. Actividades como hablar por teléfono, un trabajo productivo, viajar, conversar, entender una clase, disfrutar un concierto o ir de compras, se pueden convertir en verdaderos retos. Muchos se darán cuenta de esta condición antes que el afectado, quien usualmente argumentará que es el resto del mundo el que debe modular mejor o hablar más alto, restándole inicialmente importancia. En este momento, ya la suerte está echada; la prevención ha fracasado y se deberá enfrentar la realidad: ha sido agredido por el ruido y ahora debe buscar con urgencia ayudas auditivas para mejorar su calidad de vida. Finalmente comprenderá que su negación no hará que el problema desaparezca. Mientras más se tarde, más difícil será corregir ese déficit y más demorará en recobrar su antigua vida.