Síndrome de fragilidad


Edurne Bidegain Garbala y Vanesa Antoñana Sáenz. FEA Medicina Interna. Hospital Universitario de Navarra. Katia Llano Ordóñez. Psicóloga clínica. Hospital Universitario de Navarra

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La Organización Mundial de la Salud define el síndrome de fragilidad como el deterioro progresivo relacionado con la edad de los sistemas fisiológicos que provoca una disminución de las reservas de la capacidad intrínseca, lo que confiere una mayor vulnerabilidad a los factores de estrés y aumenta el riesgo de una serie de resultados sanitarios adversos.

El envejecimiento de la población constituye una característica creciente de la sociedad actual. Cuando las personas envejecen, experimentan un deterioro en su sistema fisiológico y el estado funcional con disminución de la fuerza y la resistencia hasta que se vuelven frágiles. Así pues, la fragilidad es un síndrome clínico-biológico de origen multicausal que ocurre durante el envejecimiento por declive de los sistemas fisiológicos que deja a la persona en una situación de especial vulnerabilidad frente a cualquier situación de estrés. Clínicamente se va a manifestar por un mayor riesgo de presentar enfermedades agudas, caídas, pérdida de la capacidad funcional, institucionalización o incluso la muerte.
La prevalencia de este síndrome en España es alta y aumenta con la edad. Se estima que en la franja de 70-75 años es de un 2,5%-6%, entre los 75-80 años del 6,5%-12%, entre los 80-85 años del 15%-26%, y por encima de los 85 años del 18%-38%. Es mayor en mujeres (ratio aproximado de 2:1) y en personas institucionalizadas.
Los sistemas mayormente implicados en la fisiopatología de la fragilidad son los sistema inmunológico, neuroendocrino y el músculo-esquelético. Se produce por una alteración de la regulación de distintas vías que están relacionadas entre sí. Los mecanismos principales responsables son la aterosclerosis, el deterioro cognitivo, la desnutrición y la sarcopenia, con las alteraciones metabólicas asociadas. La sarcopenia es un síndrome caracterizado por una pérdida progresiva de masa y fuerza muscular que está íntimamente relacionada con la fragilidad.

Envejecimiento músculo-esquelético. Hábitos de vida. Enfermedades-Procesos crónicos

Para diagnosticar este síndrome, Fried y otros autores, en el año 2001, plantearon una definición de un fenotipo de fragilidad de acuerdo a los siguientes cinco criterios:
1. Pérdida no intencionada de peso (> 5% del peso corporal en el último año).
2. Estado de ánimo decaído, baja energía y resistencia; autopercepción de agotamiento, cansancio.
3. Lentitud y reducción de la velocidad de la marcha.
4. Nivel disminuido de actividad física.
5. Debilidad muscular; fuerza máxima de prensión manual con dinamómetro.

Considerando que una persona está en una condición de pre-frágil si cumple con uno o dos de estos criterios y está en una condición de frágil si cumple tres o más.
Aproximadamente el 44.2% de los sujetos pre-frágiles se convierten en frágiles a los dos años si se dejan evolucionar sin intervención. Dado que la fragilidad es un proceso dinámico que puede mejorar o empeorar con el paso del tiempo y es potencialmente reversible, sobretodo en estadios iniciales, es necesario instaurar medidas de detección precoz. En nuestro entorno se suelen utilizar como herramientas de cribado la Prueba Corta de Desempeño Físico (Short Physical Performance Battery, SPPB) o Velocidad de la Marcha (VM).
La fragilidad puede ser además de física, psicosocial o una combinación de ambas. Se considera un estado previo (factor de riesgo) de discapacidad y dependencia. Su importancia radica en su vinculación con un alto consumo de recursos comunitarios, residencias y hospitalizaciones, por lo que una intervención precoz en personas frágiles mejoraría la calidad de vida y disminuiría los costes de los cuidados.
Se ha demostrado que las intervenciones multifactoriales son más efectivas y deben abordar la promoción de estilos de vida, ejercicio físico, nutrición, manejo de patología crónica y la revisión de polifarmacia.
El ejercicio físico es primordial en el tratamiento, siendo la intervención más efectiva y consistente que ha demostrado tener un impacto positivo incluso en los más frágiles. Los programas de entrenamiento multicomponente, como los incluidos en la herramienta VIVIFRAIL, incluyen ejercicios de resistencia aeróbica, flexibilidad, equilibrio y fuerza muscular. Están específicamente diseñados y basados en la valoración de la gravedad de la fragilidad según la puntuación obtenida en el test SPPB. Son sesiones de 30-45 min, de baja-moderada intensidad, 3 veces a la semana, con una duración mínima de 8 semanas.

La dieta mediterránea es el patrón dietético por el que se apuesta. Se debe realizar un registro de peso en cada visita de Atención Primaria y emplear le herramienta MNA (Mini Nutricional Assessment) para la detección de desnutrición. Los mayores beneficios para prevenir y manejar la fragilidad y la sarcopenia, se obtienen con una dieta rica en proteínas, valorando la necesidad de suplementos nutricionales cuando sea preciso, por ejemplo, en caso de malnutrición o pérdida de peso. La mayor evidencia es con suplementos hiperproteicos, que pueden incorporar beta-hidroxi-beta-metilbutirato (HMB) y/o leucina, preferentemente combinados con programas de ejercicio físico multicomponente. Hay que valorar la suplementación con vitamina D en personas mayores frágiles, en riesgo de malnutrición o con riesgo de caídas y con niveles séricos < 30 ng/ml (75 nmol/L), con dosis de 20 a 25 μg/día (800-1.000 UI/día).

Otras intervenciones que están indicadas para revertir la fragilidad son la revisión de la polimedicación y medicamentos potencialmente inapropiados, la revisión del manejo de la multimorbilidad y Síndromes Geriátricos y las actuaciones para prevenir y tratar el deterioro cognitivo. También se deben valorar soluciones basadas en tecnologías de la información y comunicación para promover la autonomía e independencia en el domicilio.

El objetivo de todas estas intervenciones es fomentar el mantenimiento de la capacidad funcional, promover la independencia y prevenir eventos adversos (caídas,..) contribuyendo con ello a la limitación de la aparición de discapacidad o dependencia. En resumen, situar a la persona y al mantenimiento de su capacidad funcional en el centro de los cuidados y la atención sanitaria.