¿Quién de nosotros no ha escuchado o leído en alguna ocasión que un determinado trastorno psiquiátrico está causado por factores genéticos o ambientales? Vamos a utilizar el ejemplo de la esquizofrenia. Por un lado, los estudios de gemelos dicen que tiene una heredabilidad del 80%, lo que podría interpretarse como que es un trastorno “genético”. Sin embargo, los estudios que analizan el consumo de tóxicos (drogas) entre las personas que posteriormente desarrollan este trastorno encuentran que hasta el 50% de ellos las ha consumido, lo que se debería interpretar como que es, al menos en gran medida, un trastorno “ambiental”.
Pero esto no sucede únicamente en la esquizofrenia, sino en la mayor parte de los trastornos psiquiátricos. Un elevado porcentaje de pacientes con depresión, ansiedad, trastorno obsesivo, toxicomanías, etc., tienen familiares con estos mismos trastornos. Sin embargo, estas personas, también con elevada frecuencia, han estado expuestos a factores de riesgo ambiental, tales como acontecimientos vitales estresantes, cambios biográficos significativos, consumo de tóxicos, etc.
Los trastornos psiquiátricos no son ni genéticos ni ambientales. O más bien, tienen un origen tanto genético como ambiental. ¿Por qué? Porque unos determinados genes necesitan un ambiente donde expresarse, y un determinado ambiente necesita un organismo, con sus genes, donde actuar. Aquí es donde surgen dos conceptos: la interacción y la correlación entre genes y ambiente. Por su utilidad práctica, me voy a centrar en el segundo de ellos.
La correlación genes-ambiente se refiere a que un individuo con una determinada dotación genética tenderá a desarrollarse en aquellos ambientes que favorezcan la expresión de dichos genes. Esta correlación puede ser pasiva, activa o reactiva.
La correlación pasiva ocurre de un modo más o menos natural, siendo un ejemplo de esta el de unos padres con alcoholismo que, aparte de transmitir ese tipo de genes a sus hijos, también ponen a su disposición el acceso a bebidas alcohólicas desde la infancia.
La correlación activa se refiere a que un individuo con una determinada dotación genética tenderá a buscar ambientes más propicios para sus cualidades genéticas. Así, por ejemplo, un adolescente con una genética que le predisponga a la impulsividad tenderá a relacionarse con amigos de similares características, potenciándose dicha conducta, mientras que un niño con una genética que favorezca la capacidad intelectual tenderá a relacionarse con niños estudiosos.
La correlación reactiva, por último, se refiere a que el resto de personas (el ambiente) se comportará de un modo diferente en función de la dotación genética del individuo. Por ejemplo, unos padres no interactuarán de idéntico modo ante dos hijos que se comportan de un modo diferente.
¿Qué lección podemos extraer de lo dicho? Que con nuestra conducta (ambiente) podemos modificar la expresión de nuestros genes. Es decir, ninguno de nosotros nacemos “condenados” a comportarnos de un determinado modo o a desarrollar una enfermedad solo por el hecho de tener una vulnerabilidad genética hacia ello. Todos podemos esforzarnos, modificando nuestra exposición al ambiente, para que el efecto de dichos genes se potencie o se reduzca.