En la actualidad, estamos en disposión de poder afirmar que “la población mundial está envejeciendo rápidamente”. Se estima que entre 2000 y 2050, el número de personas mayores de más de 60 años se duplicará, y pasará a nivel mundial de aproximadamente el 11% al 22% tal y como señala la propia OMS.
Por su parte, en España, las últimas estimaciones de población actual publicada por en Instituto Nacional de Estadística (INE) revelan que un 17,4% de la población tiene 65 o más años de edad, dato algo más elevado que la media mundial y que nos convierte en el cuarto país más envejecido del planeta. Las personas mayores son grandes consumidores de recursos (sanitarios, sociales…) ya que es en esta etapa de la vida donde la necesidad de asistencia se encuentra más aumentada por principalmente la presencia de mayor morbilidad y discapacidad respecto a otras etapas de la vida. Datos recogidos en diferentes estudios indican que las personas mayores utilizan al médico de Atención Primaria 3 veces más que la media de la población, con un consumo de 1,5-2 veces más medicamentos y, que su tasa de ingresos hospitalarios es el doble que en la población general incluso triplicándose en los mayores de 80 años. Asimismo, sus estancias hospitalarias son más prolongadas.
Envejecimiento saludable
En este contexto, debemos concienciarnos de que alcanzar y mantener una buena salud a lo largo de toda la vida puede ayudarnos a lograr un “envejecimiento saludable” y con ello, tener un mejor estado de salud, una mayor independencia, poder desempeñar un papel más activo en nuestras familias y en la sociedad y tener una vida más plena una vez se alcance la vejez. En definitiva, tener una “vejez más sana, feliz, satisfactoria y productiva”. Ahora bien, el envejecimiento está influenciado por muchos factores unos “modificables o intervenibles” y otros “no modificables”. Todos ellos, factores que debemos tener presentes para lograr un “envejecimiento saludable”. De manera general y de forma esquemática, se admite que el envejecimiento se produce de una manera dinámica y que en cada persona viene regulado por 3 vías complementarias, diferenciadas entre sí pero que se entrelazan y superponen a lo largo de los años hasta dar lugar en cada caso a la resultante actual de toda persona sea cualquiera su edad. Estas tres vías son:
- La propia fisiología, determinada principalmente por la genética de cada persona. Son cambios vinculados al simple paso del tiempo, comunes para todos y denominados cambios fisiológicos.
- Cambios derivados de las secuelas de enfermedades, accidentes o intervenciones quirúrgicas que cada uno ha ido acumulando a lo largo de su vida y que han dejado consecuencias funcionales que van a obligar a aceptar determinadas limitaciones y adaptaciones orgánicas para suplir la función deteriorada por cada evento patológico. En este caso los denominaríamos cambios patológicos.
- El estilo de vida, es decir a los cambios asociados con las consecuencias de la exposición a lo largo de muchos años a una alimentación más o menos adecuada o saludable, el consumo de tabaco, alcohol y otros tóxicos, el grado de estrés, la falta de actividad física o la exposición a determinados factores de riesgo como la contaminación, el humo, etc. Estos son cambios que reciben el nombre de ambientales.
Los cambios fisiológicos constituyen lo que en sentido estricto se denomina “envejecimiento primario”, mientras los patológicos y ambientales suelen ser calificados como formas de “envejecimiento secundario”. Estos últimos, ofrecen en la práctica un margen de intervención mucho más amplio permitiéndonos influir en el proceso de envejecimiento.
Alimentación y salud
Respecto a la “alimentación”, estamos en disposición de poder afirmar que una alimentación inadecuada influye en el estado de salud actual y futura tal y como hemos podido comprobar en nuestras investigaciones y estudios. Así, existe evidencia científica para poder vincular la alimentación con una mayor esperanza de vida y un mejor estado de salud. Entre otras, la alimentación contribuye a la prevención de enfermedades cardiovasculares o del corazón, hipertensión arterial, ictus, sobrepeso y obesidad, diabetes, algunos cánceres, deterioro cognitivo y Alzheimer. En base a todo ello, el modo de alimentarnos puede ayudarnos a “añadir más vida a los años”. Para ello, basta con seguir unas sencillas recomendaciones a lo largo de toda nuestra vida como son que nuestra alimentación sea:
- Variada en alimentos, es decir, que incluya alimentos de todos los grupos y varíe de alimentos dentro de cada grupo eligiendo los de perfil nutritivo más saludable (menor contenido en grasas saturadas e hidrogenadas, colesterol, azúcares sencillos, sal…).
- Suficiente y equilibrada en energía y nutrientes para el buen funcionamiento del organismo, el desarrollo de las actividades diarias y la mejora de la calidad de vida. El valor calórico de la dieta debe ser adecuado al gasto total y lograr un balance energético equilibrado para mantener o conseguir un peso saludable y un adecuado estado nutricional y de salud. • Saludable, es decir, que incluya el aporte de diferentes componentes de los alimentos (fitoquímicos, bífidus…) que proporcionan un beneficio extra, el ligado a sus propiedades saludables en cuanto a la prevención de enfermedades o incluso tratamiento de alguna de ellas.
- Individualizada, es decir, adaptada a las peculiaridades, preferencias y gustos para que sea mantenida a largo plazo. Debe ser agradable y apetitosa, se debe cuidar la elección de alimentos, su modo de preparación y presentación, adaptada a las condiciones geográficas, culturales, religiosas, tradiciones, etc. También debe tener presente el estado de salud, si se acompaña de algún tratamiento farmacológico, el grado de autonomía, si se realiza ejercicio físico…
- Segura, en cuanto al control de las condiciones higiénicas tanto en la manipulación como en los propios alimentos para evitar alteraciones y enfermedades derivadas de su consumo.