¿Por qué están aumentando las enfermedades alérgicas? Esta pregunta la recibimos los alergólogos una media de 200 veces al día.
Quien no tiene uno, dos o más hijos alérgicos, tiene unos cuantos sobrinos, primos, amigos y no sé cuántos compañeros de clase o de trabajo. Si uno es cocinero, es habitual que le soliciten garantías de que la comida en cuestión no contiene frutos secos. Cada vez hay más personas en el hipermercado mirando minuciosamente la composición de determinado alimento plastificado en busca del maldito aviso: “puede contener trazas de ….” cacahuete, por ejemplo. Los profesores son advertidos de que su alumno es alérgico y habría que administrarle adrenalina. En las películas de Hollywood cada vez es más frecuente que un protagonista sufra una reacción anafiláctica con la penicilina, o advierta de su alergia al gato o se muera después de que le pique una abeja.
Pero ¿qué nos está pasando? Esto no ocurría hace 3 siglos, al menos no hay constancia de ello. Pero tampoco ocurría hace 40 años. Este tsunami alergológico no es sino el precio de la modernidad, del estado del bienestar. Es la consecuencia de la confluencia de una serie de factores cuyo efecto no se conoce del todo bien. La genética influye, pero sobre ella actúa el ambiente. La contaminación es un factor fundamental, ya que, por ejemplo, la alergia al polen es más frecuente en las ciudades que en áreas rurales, en las que a priori la cantidad de polen debería ser mayor. Las formas de cultivo influyen. Se seleccionan aquellas plantas que son más resistentes a las agresiones del clima, de la contaminación, etc. El motivo de que sean más resistentes es que producen mayor cantidad de un tipo de proteínas que les defienden de ese estrés. Y coincide que precisamente esas proteínas de “estrés” son alergénicas en muchos casos. Por lo tanto, si una planta está estresada, es más alergénica. Al haber más contaminación, las plantas se estresan y producen mayor cantidad de proteínas alergénicas. Y encima, para aumentar la producción de un cultivo, seleccionamos precisamente las plantas más resistentes, que son las más alergénicas.
La manzana y el polen de abedul
Para complicar un poco más este cuadro muchos de los pólenes alergénicos contienen proteínas (Alérgenos) que pueden encontrarse, no solo en el polen, sino en otras partes de la planta: el fruto, las hojas, las raíces, etc. Estas proteínas se conocen como panalérgenos, alérgenos que están en muchas fuentes diferentes.
Eso significa, que si una persona es alérgica a un polen, y reconoce dentro de ese polen uno de esos panalérgenos, puede ocurrir que sufra una reacción alérgica al ingerir un alimento que contenga esa misma proteína, o una muy parecida. Y esto es lo que les ocurre a muchos alérgicos y lo que complica más aún la vida a estas personas. Porque una cosa es que cuando llega la primavera uno se ponga a estornudar, le piquen los ojos, se le congestione la nariz, le piquen los oídos y el paladar, o tenga una crisis de asma; y que estos síntomas duren un mes o mes y medio y luego uno vuelva a la normalidad. Una cosa es eso, decía, y otra cosa es que además esa persona empiece a tener reacciones alérgicas al comerse una manzana. O cualquier fruta. Eso le complica la vida mucho más.
Esto se describió hace ya muchos años en el norte de Europa. Allí por Escandinavia, la mayoría de los alérgicos al polen lo son al polen de abedul. Pues los alergólogos de aquellos lares se dieron cuenta de que muchas de estas personas eran alérgicas a la manzana. Con el paso de los años, se pudo conocer la causa: tanto la manzana, como el polen de abedul contienen una proteína muy similar, que es reconocida por el anticuerpo del paciente. Y esta proteína, conocida como Bet v 1, resulta que forma parte de un grupo de proteínas de esas cuya producción aumenta considerablemente con el estrés de la planta.
La contaminación afecta a las plantas y les provoca estrés
La hipótesis, por lo tanto, que podría explicar este avasallador aumento de la alergia en los países desarrollados, sería que la contaminación afecta a las plantas, les provoca estrés. Las plantas, tratan de defenderse produciendo mayor cantidad de proteínas “de defensa”, que les protegería de esa agresión provocada por la contaminación. Y esas proteínas que defienden a la planta resulta que son alergénicas. El polen que emite la planta contiene mayor cantidad de esas proteínas. Las manzanas que ingerimos contienen mayor cantidad de esas proteínas. Y a nada que nuestro organismo esté predispuesto a desencadenar una respuesta alérgica, lo hará con más facilildad.
Para cerrar el círculo de esa hipótesis que acabo de explicar, nos podríamos preguntar: ¿Qué contaminación? ¿Acaso no estaban más contaminadas las ciudades industriales de la revolución industrial? Las ciudades como Londres del siglo XIX del humo y del hollín. ¿Cómo es que no había más alérgicos entonces?
Porque no toda la contaminación es igual. La contaminación de finales del siglo XIX y primera mitad del XX era una contaminación muy burda, muy agresiva, y lo que provocaba fundamentalmente eran unas enfermedades respiratorias terribles. Unas enfermedades desencadenadas por un mecanismo tóxico sobre los bronquios. Hay epidemias famosas en Londres de muertos por el smog venenoso de las calefacciones.
La contaminación de los motores diesel
Sin embargo, la contaminación que se relaciona con el aumento de la alergia es más sutil, más fina. Se trata de las pequeñas partículas que se liberan en la combustión de los motores diésel. Los motores diésel producen una cantidad doscientas veces mayor de esas pequeñas partículas que los motores de gasolina normal.
Esas particulitas, minúsculas, ínfimas, además de pegarse a todos los sitios, de agredir a las plantas, penetran hasta lo más profundo de las vías respiratorias, llevándose con ellas y actuando como transporte de los alérgenos.
Por lo tanto, y completando esta hipótesis que quizás no sea cierta, porque en Medicina las cosas no resultan ser tan redondas, el auge en el uso de los motores diésel que tuvo lugar en los años 80, y que ha llevado a que ya sean una mayoría los motores que utilizan combustible diésel, podría explicar –al menos en parte- esta avalancha de alérgicos en nuestras consultas. Alérgicos que cada vez son más complicados y que cada vez lo tienen más difícil. Que tienen reacciones alérgicas con un nuevo alimento prácticamente cada día, debido fundamentalmente a estos malditos panalérgenos, que están en todos lados, complicándolo todo, y que son el fruto de nuestra avanzada sociedad del bienestar, que paradójicamente nunca resulta en un bienestar completo aquí abajo.