El buen ocio de los niños empieza por el buen ocio de los padres


Dra. María Divar. Psiquiatra.   Beatriz Gutiérrez. Psicóloga clínica. Equipo Infanto-Juvenil de Fundación Argibide

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Érase una vez un niño que era capaz de controlar el tiempo de uso de las pantallas y que aprendió a jugar con otros niños en equipo. Este cuento nos puede parecer una irrealidad en el momento actual.

¿Existe una adicción a las pantallas?

¿Qué hago si mi hija no quiere darme el móvil cuando se lo pido? ¿Cuánto tiempo es el adecuado para que socialmente no estén “fuera de juego”, pero a la vez el móvil no sea una prolongación de su mano?
Estas son muchas de las preguntas que nos hacemos con frecuencia y no sabemos contestar.
No cabe duda que el juego de los niños ha cambiado, pero no por ello podemos perder la oportunidad de enseñar a nuestros menores los beneficios del ocio: “del buen ocio”. La RAE en su segunda acepción define ocio como “Tiempo libre de una persona”. Y así es: “es tiempo, y es libre”. Entonces, “¿cómo decido yo emplear ese tiempo, que es libre?”
Para poder enseñar a nuestros menores el buen ocio, tal vez nosotros tengamos que redescubrirlo. Nos puede ocurrir que, por trabajo, asuntos familiares, enfermedad, pensemos que no hay tiempo para el descanso, para desconectar de nuestras ocupaciones o preocupaciones, y encontrar un espacio para la desconexión o para la conexión sincera con nosotros mismos o con los demás.

Buen ocio y Tiempo libre

Juegos participativos, juegos de mesa, juegos de estrategia, juegos de equipo. Momentos de hacer planes en los que estamos en familia o con los amigos. Momentos que se pueden definir como “estar en un contexto diferente del habitual, en un contexto distendido o en un contexto para conectar de verdad con lo que somos”. “¿Cuánto tiempo le dedicas tú a este ocio?”.
Que mis hijos me vean disfrutar de la naturaleza, de una puesta de sol, del encuentro con amigos. Que noten que vale la pena llegar a la cima a pesar del esfuerzo que supone. Que sepan valorar lo bueno que es participar en un equipo porque me hace poner por delante de mis intereses personales los intereses de los demás. Que sepan disfrutar y descansar con lo ordinario. ¿Necesito de cosas extraordinarias para desconectar, para descansar?
Quizá lo que comentamos para ti resulte sencillo, pero para otros puede suponer un cambio de chip.
Ejemplo reciente: adolescente. Viaje navideño, atasco en la carretera. Dos horas parados en el coche familiar. Bajan el respaldo de uno de los asientos y se convierte en mesa. Y se ponen a jugar todos. “¿Llevabais un juego de mesa en el coche?”, le pregunto asombrada. “Si, siempre que viajamos llevamos juegos. Así, cuando estamos con el resto de la familia (tíos, abuelos, primos) también jugamos allí con ellos”. No puedo negar que me sorprendió.

¿Qué alternativas de ocio se nos plantean hoy?

Niños y adultos metidos en casa, música individual, pantallas, quizá hablando con otros, sí, pero por la red. Conversaciones (a veces profundas, no decimos que no), pero impersonales. Adolescentes que se lanzan a las redes sociales y destapan su intimidad más profunda pero luego no son capaces de hablar con sus iguales a la cara.
“¡Y qué decir del aburrimiento!”: qué importante es haber tenido la experiencia del aburrimiento y de descubrir qué es aquello con poder suficiente para sacarnos del mismo. En estas circunstancias somos capaces de re-inventarnos, de desempolvar antiguos gustos o de ingeniar nuevos hobbies. “¡Qué bueno sería enseñar todo esto a nuestros niños!”.
Y para finalizar, nos preguntamos: “¿estamos los adultos preparados para mantener un buen ocio?” o “¿seguiremos pidiéndoles a nuestros niños y adolescentes que hagan lo que muchos de nosotros somos incapaces de hacer?”. El buen ocio de los niños empieza por el buen ocio de los padres.