El corazón es un órgano increíble, maravilloso, una máquina casi perfecta que nos otorga la fuerza precisa para vivir y para sentir. Se puede decir que todo lo que hacemos en nuestras vidas, lo hacemos gracias al corazón. Y es muy importante cuidar el nuestro para poder cuidar el de los demás.
Ya sabéis que hoy es el Día Internacional del Corazón, su definición engloba nada más y nada menos que ocho acepciones en la RAE (Real Academia de la Lengua Española). La primera reza que es un órgano de naturaleza muscular, común a todos los vertebrados y a muchos invertebrados, que actúa como impulsor de la sangre y que en el ser humano está situado en la cavidad torácica. Además, es uno de los cinco dedos de la mano y también uno de los cuatro palos de la baraja francesa. Responde como sinónimo de valor o ánimo y a la vez representa el centro de las cosas.
Pero quiero centrarme en su cuarta acepción, que en el diccionario hace referencia al mundo de los sentimientos. Lo cierto es que lo primero que viene a mi cabeza, cuando pienso en lo que significa para mí el corazón, son dos palabras: amar y querer. La alegría, la admiración, la felicidad, la euforia o la tristeza… En definitiva, es vehículo de las emociones que nos hacen ser buenos seres humanos.
Pienso en mi familia, en mis seres queridos y en mis muy queridos pacientes. Por supuesto en la suerte que tuve de coincidir con grandes y excelentes maestros que me han ayudado a tratar y auxiliar los corazones enfermos. Y la lección más difícil, la de intentar cicatrizar sus heridas emocionales. En otras palabras, acompañar a los pacientes en un camino de confianza mutua, atender su dimensión humana y espiritual como base de la medicina humanista. Valoro la suerte que tengo de poder ayudar y por eso quiero terminar con un enorme agradecimiento a todas las personas que me han acompañado en el recorrido personal y profesional.