Según datos del Instituto Nacional de Estadística en España el ictus es la segunda causa de muerte, la primera entre las mujeres y tercera en los hombres. Representa la principal causa de incapacidad o invalidez del adulto y la segunda causa de demencia.
Más del 40% de los pacientes que sufren un ictus presentan déficits que inhabilitan o dificultan realizar las actividades cotidianas. Cerca de una tercera parte de los pacientes que son ingresados por un ictus, lo son por repeticiones o recurrencias y conllevan un incremento significativo de la morbi-mortalidad. Es la entidad neurológica que mayor número de ingresos hospitalarios genera, más del 65%, y una de las patologías de mayor estancia hospitalaria y consecuentemente de mayor coste para las economías de los sistemas sanitarios. El ictus es responsable 3% – 5% del gasto sanitario.
El ictus constituye un problema de salud pública de primer orden. Pero lo que es realmente más importante recalcar es que el ictus es, ante todo, una tragedia personal para el que lo sufre, pero también y por extensión un drama que afecta a la unidad familiar y para el que nadie está preparado, porque no se espera. Cada ictus es distinto, no solo porque los síntomas sean diferentes, sino porque las personas que lo sufren son distintas, aunque tengan síntomas similares.
Frente a la magnitud del problema es necesario insistir en que el ictus es una catástrofe que se puede prevenir, se debe tratar y se puede rehabilitar y recuperar.
Atención urgente y especializada. Cadena de atención al ictus. Código ictus. Tratamientos
En el ictus es fundamental el factor tiempo, un paciente tiene mayores posibilidades de mejoría o recuperación cuanto antes pueda ser confirmado el diagnóstico y tratado. Es una urgencia tiempo-dependiente. Para poder alcanzar todo el potencial posible de los tratamientos de la fase aguda (y también de los de prevención) del ictus es imprescindible mejorar el conocimiento público de los factores de riesgo, signos y síntomas del ictus y respuesta delante de los mismos, a través de campañas organizadas y coordinadas por los centros primarios y/o de referencia de ictus.
El “Código Ictus” (implantado en toda España y en nuestra Comunidad) diseñado con el fin de una rápida identificación, notificación al 112 y traslado de los pacientes a los servicios de urgencias, permite poner en marcha el proceso intrahospitalario de diagnóstico y cuidados mientras se traslada al paciente afectado hasta el centro en el menor tiempo posible.
El sistema requiere una estrecha coordinación dentro de unos límites geográficos definidos entre los servicios de urgencias médicas, los centros de atención primaria y hospitales comarcales, y el centro de referencia de ictus, donde es posible ofrecer una atención especializada y tratamientos específicos a los pacientes con patología cerebrovascular aguda de forma continuada. Es por lo tanto fundamental optimizar las estrategias diagnósticas urgentes para reducir el tiempo desde el inicio del ictus hasta la acción médica adecuada.
Neurorrehabilitación del ictus
El modelo asistencial del ictus debe proseguir como un “continuo” más allá de la fase aguda con las diferentes medidas orientadas a potenciar la recuperación neurológica como la neurorrehabilitación, sin soslayar la importancia de la prevención secundaria y la atención sociosanitaria.
A pesar de recientes cambios en las guías del tratamiento agudo del ictus, el tratamiento rehabilitador sigue siendo crucial para reducir el grado de discapacidad y disminuir la brecha entre el deterioro funcional de los pacientes y sus necesidades. Es preciso disponer de un plan integral de neurorrehabilitación con un equipo multidisciplinar (médico/a rehabilitador, fisioterapeuta, logopeda, terapeuta ocupacional, neuropsipcólogo/a, enfermera/o y trabajador/a social) en el que el neurólogo o neuróloga debe formar parte activa del mismo y cuyo objetivo es prevenir complicaciones, reducir el déficit neurológico a fin de lograr la máxima capacidad funcional posible para facilitar la autonomía personal y la reintegración familiar y sociolaboral.
El proceso rehabilitador debe ser entendido como un proceso dinámico, multidisciplinar y centrado en la persona, es decir, debe adaptarse a las necesidades específicas de cada paciente, teniendo en cuenta sus metas personales, preferencias, valores, rutinas previas y medio en el que se desenvuelve para favorecer su recuperación.