El primer trimestre de 2020 quedará marcado por el impacto a nivel global de la pandemia de coronavirus SARS-CoV-2 que ha supuesto para nuestra sociedad una ruptura con el estado de bienestar estable mantenido durante décadas.
La repercusión de las situaciones adversas en el bienestar psicológico percibido ha sido estudiada ampliamente a lo largo de la historia. En el contexto actual, tanto la enfermedad en sí, como las medidas que los diversos países han tenido que adoptar, pueden ser consideradas una situación muy estresante a la que se han tenido que enfrentar millones de personas de forma simultánea.
Aunque aún es pronto para sacar conclusiones sobre los efectos que va a provocar, los datos de estudios realizados en otros países sugieren la existencia de un impacto negativo en nuestro bienestar psicológico al que contribuirán tanto la enfermedad como las medidas de confinamiento y distancia social, así como la previsión de la crisis económica como la que parece vamos a vivir.
De esta forma, y aunque la aparición de síntomas depresivos y ansiosos es esperable en una situación extraordinaria como la vivida, algunos estudios señalan el riesgo de un incremento significativo en el número de personas afectas de trastornos ansiosos, depresivos e incluso de comportamientos autolesivos. En aquellos pacientes que han padecido la enfermedad con sintomatología grave existe un mayor riesgo de desarrollar un trastorno por estrés postraumático.
En cuanto a la cuarentena, cuya duración se considera como uno de los elementos más relevantes para explicar sus efectos psicológicos, los estudios sugieren una relación directamente proporcional entre ambos. Otros elementos también relevantes serían el miedo a la infección, la frustración y el aburrimiento, no tener acceso a necesidades básicas o una información percibida como poco clara por parte de las autoridades sanitarias. Como variables predictoras de una peor respuesta emocional en la cuarentena son: edad joven (16-24 años), género femenino, nivel más bajo de estudios y tener un hijo único (en vez de varios), si bien los datos no son totalmente concluyentes.
En nuestro contexto, un estudio reciente realizado durante el confinamiento con una muestra de más de mil participantes con edades entre los 19 y los 84 años (casi en su totalidad estudiantes de la UNED), señala una alta prevalencia de miedos, siendo los más frecuentes los relacionados con el posible contagio y/o muerte debidos al coronavirus. El perfil emocional más predominante consistió en la presencia de síntomas de ansiedad, desesperanza y problemas de sueño. Como factores de vulnerabilidad más relevantes destacaron la intolerancia a la incertidumbre, el afecto negativo y la pertenencia al género femenino.
Si nos centramos en la población infantojuvenil, se plantea una especial vulnerabilidad de este grupo, posiblemente relacionado con la pérdida de hábitos y el estrés psicosocial. En este grupo, los síntomas observados varían en función de la edad; así los niños de etapa preescolar presentan más frecuentemente miedos (a estar solos, a la oscuridad), pesadillas, conductas regresivas, rabietas y quejas somáticas. En los niños de 6 a 12 años se manifiesta mayor irritabilidad, pesadillas, problemas de sueño y apetito, síntomas físicos, problemas de conducta o apego excesivo. Los adolescentes, por su parte, presentarían más síntomas físicos, problemas de sueño o apetito, aislamiento de seres queridos, disminución de la energía y dificultades atencionales.
Capítulo aparte merecen los profesionales sanitarios que han atendido en primera línea a las personas infectadas y que, según los datos obtenidos en países como Italia o China, presentarán elevados niveles de ansiedad, síntomas depresivos y problemas significativos de insomnio.
Conclusiones
En los distintos estudios analizados ha quedado constatada la afectación emocional derivada de una situación de estrés como la que está suponiendo la crisis sanitaria del coronavirus, a la que se sumará la provocada por la crisis económica acompañante.
Si bien sabemos que mucha de esta afectación se verá reducida con el paso del tiempo, aun así es esperable que exista un incremento de personas que requerirán atención psicológica especializada por sintomatología depresiva y ansiosa y que podrían beneficiarse de programas de prevención e intervención específicos, con especial atención a los grupos de población más vulnerables.