La tarea de cuidar


Dr. Manuel Martín Carrasco . Psiquiatra Clínica Padre Menni

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En paralelo a la transición política o económica, nuestro país se ha visto implicado en una transición sociológica muy notable en los últimos cuarenta años. Uno de los cambios más importantes corresponde a la manera en que la Sociedad se ocupa de la atención de las personas con dependencia, entendiendo por tales a las que necesitan la supervisión o ayuda directa de otros para realizar las tareas básicas de preservación de la salud – es decir, de la vida -, tales como alimentarse, vestirse, cuidar de la higiene, realizar actividades, o deambular. Las grandes categorías de individuos que integran este grupo de población son los niños, los ancianos y los enfermos.

En la sociedad española tradicional, la atención a estos grupos correspondía a la familia, y específicamente a las mujeres. Solo los muy ricos o los extremadamente pobres escapaban a esta regla, a través de la contratación de mujeres para ser atendidos en casa, en el primero de los casos, o para ser confiados a instituciones como asilos, orfanatos, casas de misericordia o similares. Esta última opción se consideraba una vergüenza para la familia, que marcaba tanto a los familiares sanos como a los propios afectados. Y la vergüenza era un estigma terrible en una sociedad en la que los viejos códigos de honor todavía tenían una importancia considerable. Se trataba de un contexto en que la familia era más importante que el individuo, porque las posibilidades de supervivencia de éste sin la ayuda de aquella eran limitadas. La religiosidad también jugaba un papel fundamental en el mantenimiento de este sentido familiar y grupal de la existencia humana.

Este orden de cosas ha cambiado fundamentalmente en las últimas cuatro décadas. La familia tradicional, el núcleo fundamental en la etapa anterior, se ha visto suplantada por formas muy diversas de convivencia, a raíz del auge del divorcio y de la vida en pareja sin matrimonio. El individuo ha pasado a considerarse el elemento fundamental, por encima de la familia. Y las mujeres, afirmándose como individuos, han repudiado un sistema que negaba su derecho a elegir una vida distinta a la de ama de casa, supeditadas en todo a los varones de la familia. Recuerdo ahora un comentario apócrifo atribuido a Juan José López Ibor, acerca de que en la España franquista, las únicas mujeres que tenían libertad eran las religiosas y las prostitutas. Es decir, aquellas que se sustraían a la posibilidad de formar una familia propia.

La salida de la mujer al trabajo, necesaria por otra parte para impulsar el desarrollo económico y material, se ha visto alentada desde la élite política y social como un signo de la evolución y el progreso de la sociedad española, al unísono con la de las sociedades occidentales. Pero alguien ha salido perdiendo con el cambio. ¿Quién se ocupa ahora de los dependientes, de los niños, ancianos y enfermos? El mensaje de la élite era que se desarrollaría un Estado de Bienestar, en el que la Administración Pública crearía y mantendría un sistema de centros e instituciones, desde guarderías hasta centros de día y residencias, o bien de atención a domicilio, que se haría cargo de las personas con dependencia. Pero a pesar de que efectivamente se avanzó en esa dirección, el Estado de Bienestar en nuestro país nunca llegó a cubrir realmente esas necesidades; por el contrario, se quedó muy atrás, si lo comparamos con el desarrollo experimentado en otros países cercanos. La crisis económica ha supuesto el ocaso definitivo de aquellos mensajes optimistas: bastante será si mantenemos lo que tenemos. Y sabemos que el número de dependientes no va hacer sino crecer en los próximos años, a partir del envejecimiento de la población y la falta de tratamiento eficaz de problemas como la enfermedad de Alzheimer.

Por lo tanto, la pregunta retorna con más fuerza: ¿quién se va a hacer cargo de los niños, los ancianos y los enfermos? La nueva generación, educada en el individualismo y en el hedonismo, no parece muy dispuesta a asumir la tarea de cuidar. No es raro que los niños o jóvenes comenten a sus padres, con el tono medio jocoso de los temas embarazosos, que a qué residencia querrán ir cuando sean mayores. Nos veremos obligados a reflexionar muy seriamente sobre este problema, porque, evidentemente, nuestra sociedad tiene que encontrar una respuesta específica. No podemos copiar modelos ingleses, suecos o alemanes porque en nuestro país no hay suficientes ingleses, suecos o alemanes. Y cuanto antes comencemos la reflexión, mejor.